Así lo confirmó el viceminsitro de Finanzas, Fausto Fernández, a La Estrella de Panamá
- 23/07/2020 00:00
La nueva virtualidad
El diccionario es un libro interminado e interminable. Como si las palabras que contiene poseyeran vida propia -tal vez la tienen-, van quedando muchas en desuso; otras nacen y algunas se transforman adquiriendo nuevos significados. Esas nuevas definiciones provienen de una realidad cambiante.
Una palabra maravillosa que ya a estas alturas podemos decir que se la llevó el pasar del tiempo y el advenimiento de nuevas tecnologías es la que nombraba a aquel aparato eléctrico que, a través de ondas, transmitía “con rapidez” mensajes codificados entre estaciones distantes: el telégrafo.
Explicarles a los jóvenes de hoy su funcionamiento es tarea interesante, seguramente quedarían con la impresión de que aquel método para comunicarse estaría más cerca de la prehistoria que de nuestros días. Para sorpresa de muchos (“millennials”), no es así. Recuerdo, como si fuera ayer, haber acompañado a mi padre a la oficina de correos de avenida Balboa a enviar un telegrama de felicitaciones a su antiguo profesor Víctor Paz Estenssoro, quien había sido electo presidente de Bolivia en 1985. Recibió la respuesta de agradecimiento una semana después.
Hace, tan solo, 35 años siete días entre una comunicación y otra podía ser un tiempo corto.
Uno de los saltos extraordinarios a partir de la pandemia es todo lo relacionado con la comunicación virtual. Ya en nuestra vida diaria estaba bien asentada la mensajería instantánea que nos acompaña en los teléfonos inteligentes a donde quiera que vayamos. Pero la necesidad de reunirnos, al mismo tiempo que la imposibilidad de hacerlo presencialmente, ha traído la explosión de las conferencias virtuales.
Recientemente, la plataforma Zoom de videoconferencias informó que pasó de ser anfitrión de 10 millones de participantes diarios en sus reuniones a 300 millones. Este crecimiento se dio en cuatro meses. Habría que agregar que esta es solo una, existen al menos siete megaplataformas de videoconferencias.
El diccionario (de la RAE) define la palabra virtual como aquello opuesto a lo real o que tiene una existencia aparente y no real. En la actualidad, que realizamos múltiples actividades a través de estas plataformas de comunicaciones con video y audio no podemos decir que son irreales. Se visitan museos, se realizan reuniones de trabajo, se cierran transacciones bancarias, se acuerdan negocios millonarios y; también, se celebran cumpleaños, se mantiene viva una relación afectuosa o se participa en funerales. Todo esto es impresionantemente real.
Toda nuestra participación en eso que llamamos el mundo virtual es real.
Con los retos que trae esta “nueva virtualidad” está no perder lo esencial de nuestra humanidad, al tiempo que preservamos lo fundamental de la comunicación entre personas.
Uno de esos retos es no jugar a la omnipresencia. Una cosa son los nuevos entornos laborales multitarea y otra cosa es pretender estar presente en varias actividades simultáneamente.
También está la administración del tiempo. Cómo efectuar todas las actividades que nos son propias, de trabajo, responsabilidades personales, familiares, sociales, entretenimiento y otras, sin que lo que se conoce como el “switcheo” termine afectando nuestra productividad, estabilidad o, peor aún, salud mental.
Junto a toda esta ola de virtualidad se refuerza con mayor importancia la credibilidad, en todas las áreas en que nos desenvolvemos. Si asumimos como trascendental lo profesional, laboral o público, se consolida como un valor a custodiar especialmente la forma en que construimos confianza.
Finalmente, aunque este tema da para mucho más, hay un aspecto al que no prestamos mucha atención. Por razones obvias, los proveedores no lo abordan explícitamente. Todas estas plataformas que utilizamos, desde las que hoy podríamos considerar básicas, como el WhatsApp hasta las más sofisticadas -sin olvidar las redes sociales- están concebidas para que la inteligencia artificial (IA) desempeñe un rol principal. Esa que intenta imitar la inteligencia humana y a la vez condicionarla. No tengo visión apocalíptica sobre la IA, siempre y cuando tengamos conciencia de su interacción con nuestra mente, de lo contrario es como el virus, donde nos distraemos, nos sorprende.
Tal vez, estamos llegando al momento en que la “nueva virtualidad” requiere de mayor educación para los ciudadanos sobre su utilización y sus consecuencias, al igual que nuestros derechos.