• 10/08/2020 00:00

El malestar y la labor durante la espera

Ya no hay que decir más sobre lo que ha expuesto la pandemia a la espera de “la vacuna”. No me refiero a nuestro desorden tropical, a nuestra forma de ser “chévere”, como se decía en mis tiempos.

Ya no hay que decir más sobre lo que ha expuesto la pandemia a la espera de “la vacuna”. No me refiero a nuestro desorden tropical, a nuestra forma de ser “chévere”, como se decía en mis tiempos. De no atender indicaciones a la primera, la segunda ni la tercera solicitud o suplica. Así somos y siempre hemos sido. Cuando la maestra de primaria nos regañaba por la constante conversadera en la parte trasera del salón de clases. O para que hiciéramos una fila ordenada camino al acto de saludo a la bandera. ¿Dije la primaria? En la secundaria también. Muchos llevan esa rebeldía en la sangre, sumado a los incrédulos que creen que todo es mentira, que no se contagiarán del virus.

Me refiero a todos estos Gobiernos y gobernantes, con sus genios y estrategas que han venido diseñándonos el futuro, dicen ellos que para mejores tiempos que el pasado. Mejores oportunidades. Bueno, aquí estamos en el futuro de aquellos de hace 30 años (La invasión de 1989), de hace 15 años, de hace 10 años. Estamos en ese futuro que, entendería yo, tendríamos la preparación adecuada para enfrentar cualquier emergencia nacional dentro de ese escenario de “país de primer mundo”, “Dubái de las Américas”, “envidia de la región”.

Pero la dejadez de muchos, la mirada en otra dirección mientras otros se aprovechaban de las cosas del Estado para acomodarse, y la justicia comprometida con no perseguir el delito, tarde o temprano nos cobraría con intereses. Dice Saramago que: “Más tarde o más pronto las consecuencias caerán sobre nuestras cabezas…”. Y nos ha caído sobre la cabeza, más a la gente de pueblo… y les ha costado la vida.

La pandemia por la COVID-19 ha dejado en evidencia que lo que ellos decían y supuestamente planificaban, no ha funcionado. Ha demostrado las deficiencias de un sistema económico y social que poco le ha servido a la gran mayoría de los panameños. La gente común sufre, no a la sombra del llamado crecimiento económico que se venía experimentando, según los expertos, sino a plena vista de ella. En la primera oportunidad que fuimos retados a que se demostrara qué tan bien estamos, se ha dado el caso de que estamos “bien mal”.

De los efectos de la pandemia y la subsiguiente cuarentena, el cierre de las empresas y los colegios, la amenaza al bienestar y la salud económica de muchas familias y personas, la suspensión de actividades de toda índole, particularmente las sociales, ya sabemos que están repercutiendo dramáticamente en la salud emocional y mental de la población. Estos son señalamientos que nos han presentado los expertos en salud mental y emocional, yo no lo soy. Mis observaciones son empíricas y sin fundamento científico.

Como cualquier otro individuo, siento los efectos emocionales de la preocupación por el bienestar y la seguridad de los míos y por el simple hecho de los cuidados personales para no contagiarme del virus, un cuidado permanente. Sé de personas que han perdido la vida, conectadas a otras personas dentro de ese círculo de la teoría de los “seis grados de separación” en que vivimos. Me da dolor y por ellos y sus familiares me acongojo a la espera de que las amenazas a la vida se puedan resolver en un tiempo prudencial y que se puedan disminuir las muertes y los afectados por este mal.

La espera sería más llevadera si durante la misma, no tuviéramos el malestar de saber que nos han timado. Nos han metido las manos en los bolsillos para sacarnos los reales, mofarse de nosotros y en el proceso decirnos que estamos bien, el Singapur del Caribe (En Singapur las leyes se cumplen y las consecuencias de cometer un delito son mortales).

Por correo electrónico me llegan decenas de invitaciones a foros virtuales, conferencias, webinars, sesiones de Zoom o Teams, conversaciones, etc., con ofertas sobre “la nueva normalidad” en términos de cambios en la forma de educar y aprender, reconstruir empresas, reformular metas, “reinventarse”, etc. Pocas con miras a discutir qué es lo que vamos a hacer como sociedad -y cómo- para resolver de una vez por todas lo que nos tiene en el atolladero con miras a que podamos enfrentar, mejor preparados, el próximo reto a nuestra salud colectiva. Esa es la labor mientras esperamos.

Comunicador
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