• 16/09/2020 00:00

Contexto histórico y sociocultural del festival guarareño

Cuando evocamos al Festival de la Mejorana, acuden a la mente personajes valiosos que tuvieron un papel relevante en su génesis constitutiva.

Cuando evocamos al Festival de la Mejorana, acuden a la mente personajes valiosos que tuvieron un papel relevante en su génesis constitutiva. Esa perspectiva es correcta, pero no suficiente, porque los hechos sociales no son únicamente hechura de liderazgos personales, sino consecuencia de estructuras sociales y de sucesos acaecidos en el acontecer nacional e internacional.

La fiesta guarareña nace en la medianía del siglo XX (1949), centuria caracterizada por la ruptura del mundo heredado de la colonia, la misma sociedad que aún, a la altura decimonónica, apenas comienza a ser horadada por los sucesos que le caracterizaron: la construcción del ferrocarril transístmico, el Canal francés, el embrionario sistema educativo que impulsara Buenaventura Correoso y, en general, el impacto de la nueva racionalidad que desafía la sociedad tradicional interiorana.

Con la separación de Panamá de Colombia, la construcción estadounidense de la zanja interoceánica, las políticas liberales de inicio del siglo XX, el arribo de novedosas corrientes ideológicas y el incipiente empuje de nuevas fuerzas sociales, otro escenario impacta la rutina del campo istmeño.

En este proceso de aceleradas transformaciones sociales está inmerso cada país latinoamericano, con particularidades propias, pero respondiendo a un modelo común. En todas partes la cultura tradicional, de la que se nutre el folclore, comienza a ser vista como antigualla de otra época, asunto de seres montaraces.

El desarraigo campesino, con migrantes cuyos fundos han sido destruidos por la angurria por la tierra, está constituido por emigrantes que marchan a las ciudades portando en sus motetes existenciales sus manifestaciones más queridas, las que no pocas veces chocan con las luces de la gran urbe; ciudades que asumirán lo que en principio rechazan como cosa propia del hombre montuoso y sabanero.

En toda América Latina, como si se tratase de la reacción de un erizo, los diversos grupos humanos resienten la destrucción del sistema social en el que crecieron y cuya cultura fue el legado de padres y abuelos.

En este contexto y hacia mediados del siglo XX, las condiciones están dadas para dar forma a una propuesta de rescate más coherente, para no quedarse solo en la queja, en el lamento nostálgico del ayer. La literatura regional presiente ese encontrón y lo plasma en novelas y poemarios cargados de ruralidad.

Y es precisamente esta marea de sucesos, endógenos y exógenos, la que hace eclosión en la península de Azuero y en el caso concreto de Guararé; porque la zona se moderniza y se constata cómo, hacia la década del veinte, aparecen nuevos estilos arquitectónicos que retan a la vernacular casa de quincha; así, como en los treinta y cuarenta, los registros parroquiales anotan John por Juan y Elizabeth por Isabel.

El agro despierta y en los pueblos se ha forjado un núcleo de profesionales que mira más allá de la torre del templo. Entre tales visionarios está el guarareño Manuel Fernando de las Mercedes Zárate, ingeniero químico, graduado en Francia, quien tiene la formación para avizorar las consecuencias, que, para la cultura panameña y la identidad del istmeño, se derivan de ese encuentro entre el guarapo y la gaseosa importada, entre la changa y la gastronomía foránea.

El Festival Nacional de la Mejorana, pionero en América Latina, nace en esa encrucijada, montado a caballo entre el ayer y la nueva época que mira con desdén la cultura campesina, la que Porras describe en el opúsculo, El Orejano, publicado en Bogotá en El Papel Periódico Ilustrado, al inicio de los años ochenta del siglo XIX.

En este punto importa dejar sentada otra verdad, el festival guarareño desde el inicio vivió el antagonismo de querer preservar lo que ya estaba dejando de ser; valorando la cultura de una sociedad que se estaba volviendo fenicia y que se dejaba hechizar por los cantos de sirena de la modernización; izando la bandera de la cultura nacional en un mundo que transitaba hacia la aldea global, hacia la modernización.

El conocer los factores estructurales que gravitaron sobre la génesis de la festividad folclórica, es tan relevante como esclarecer la coyuntura contemporánea.

La reacción ante los hechos descritos demuestra que el evento folclórico ha sido un esfuerzo meritorio y titánico. El liarse con la formación social imperante no ha sido fácil, porque mientras los impulsores del festival intentan mantener incólume la fiesta, otros lo cosechan como coyuntura propicia para lucrar con los que acuden tras los retazos de patria que intenta rescatar y dignificar el folclore.

Al festival del ayer le sobraban los entes vernáculos, al de hoy le acosan las proyecciones folclóricas, los folcloristas adulteradores, los políticos rambuleros y negociantes de bebidas embriagantes.

En la coyuntura el festival no solo es expresión cultural, sino mercancía en el mercado. De allí que en el siglo XXI se avizore la transformación radical del evento guarareño; porque la actividad cultural ya no es similar a la que fundaron los pioneros, el contexto socioeconómico y cultural de antaño ya no existe y no responde plenamente al perfil primigenio.

El dilema contemporáneo estriba en cómo lograr la sobrevivencia de los elementos estructurales que le han dado rostro a la festividad y forjar con ellos el perfil cultural del siglo XXI. Sin embargo, esta propuesta renovada escapa a la toma de decisión de los organizadores de la festividad, porque está vinculada con la teoría del hecho folclórico, la dinámica social y la escasa injerencia gubernamental en la definición de políticas de Estado.

En verdad, el Festival de la Mejorana en Guararé sigue siendo otra muestra de la sana terquedad del santeñismo, el empeño interiorano por valorar la identidad cultural del panameño, de negarse a ser la imagen en el espejo de otro, aunque tenga que luchar contra molinos de viento, enfrentar las aspas que mueve la alienación, la crítica infundada y el añejo anseatismo que se asienta en la zona de tránsito y que desnaturaliza la multiétnica personalidad colectiva de la nación.

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