• 03/12/2020 00:00

La posverdad y los juicios paralelos

La posverdad y los juicios paralelos son dos enunciados que residen en el mismo hábitat y que tienen un propósito común, el uso de canales informativos para impactar la imagen, reputación y hasta la honra de empresas, Gobiernos o personas, con comunicación sesgada y utilizada como columna vertebral.

La posverdad y los juicios paralelos son dos enunciados que residen en el mismo hábitat y que tienen un propósito común, el uso de canales informativos para impactar la imagen, reputación y hasta la honra de empresas, Gobiernos o personas, con comunicación sesgada y utilizada como columna vertebral.

La posverdad, más que una palabra de moda, es un flagelo que distorsiona de manera deliberada una realidad, con el objetivo de crear, modelar e influir en la opinión pública.

Que esté de moda, no significa que sea correcto. Hoy, vemos cómo, con base en la emocionalidad de la sociedad, medios informativos, convencionales o no convencionales, se proclaman paladines de la verdad, cuando su verdadero propósito guarda relación con intereses propios o fondeados por actores de la política.

Por lo general, los promotores de la posverdad toman fuerza o protagonismo cuando las naciones tienen desgastes avanzados de credibilidad, dándole lugar a ejercicios informativos que enmascaran, más que una crítica social válida, el descrédito para hacerse de voluntades y capitales políticos a mediano o largo plazo.

Los artífices de la posverdad actúan con olas informativas, dependiendo de las tendencias, y es así como capturan la atención de propios y extraños, sembrando contenidos atractivos para el morbo, pero altamente corrosivos para la sociedad. La misma corrosividad que tiene la corrupción, pero luego conversaremos sobre ello.

Por su parte, los juicios paralelos parecen tener las conclusiones judiciales mucho antes que las autoridades competentes, preparando sendas argumentaciones y entregas informativas que condenan públicamente a cualquiera que no esté en línea con sus intereses de momento.

Se trata de un tsunami de enjuiciamiento mediático, que arrasa con quien quiera, para luego, por una “fe de errata”, hacer las correcciones. La pregunta obligada es: ¿quién es el culpable de tal proceder? Y la respuesta es: la misma sociedad, que en un rol prejuicioso compra sin profundidades o con profundidades forzosas, cualquier proceder que tenga que ver con el Gobierno, políticos, medios de comunicación y actores económicos de conocimiento público.

Pareciera que para una empresa atender requerimientos del Estado es un pecado capital o bien no congeniar con la línea de este es un martirio e inquisición. Por las dos rutas se dan campañas de juicios paralelos, que no hacen más que afectar la proyección internacional, la confianza de inversionistas y el desarrollo del país.

Con los últimos lustros podemos hacer un reporte estadístico nutrido de los juicios paralelos que han sufrido empresas y empresarios, y es que un solo titular prejuicioso y castigador puede desencadenar en pérdidas millonarias que no son recuperadas con una posterior aclaración.

El ejercicio informativo responsable es un proceder que está en peligro de extinción. Tener el papel y la pluma es un adeudo de notoria prioridad, ello para los comunicadores serios, que por fortuna son más. Sin embargo, la revolución de la comunicación digital nos trae también otro reto y es aprender a distinguir lo verdaderamente objetivo, de los entramados que buscan ver la verdad fallecer y a nuestro país arder.

Asesor de Comunicaciones.
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