• 09/01/2021 21:13

9 de Enero y torrijismo

“Algunos lectores me acusan (y a quienes defienden su legado) de que mis escritos pretenden “blanquear a Omar Torrijos”. Nada más alejado de la realidad. Se le debe valorar por lo que prometió y cumplió. Y también por aquello a lo que se comprometió y no cumplió”

Hace unas semanas, desde estas páginas de La Estrella de Panamá, me preguntaba si se hubiera llegado al 31 de diciembre del año 1999 de no haber intervenido Omar Torrijos en la historia de Panamá. Las respuestas que he obtenido han sido variadas, casi todas ellas de buena fe, expresadas con el fin que se propuso, que no era otro que el de animar al debate entre diferentes sobre un hito fundamental de nuestra historia reciente.

Un buen número de panameños está de acuerdo en que existe continuidad histórica entre los acontecimientos del 9 de Enero de 1964, el 7 de septiembre de 1977 -día en que se firmaron los Tratados Torrijos-Carter- y la devolución efectiva del Canal y territorios adyacentes el 31 de diciembre de 1999 a las doce horas del mediodía.

Defienden que, de no haber existido Torrijos, y antes que este, los acontecimientos del 9 de Enero que sirvieron de espoleta y constituyeron una de sus causalidades morales, los Gobiernos subsiguientes, probablemente, se hubieran conformado con la reivindicación de soberanía retórica; no hubieran ido mucho más lejos, se hubiesen conformado con mayores prestaciones económicas en el pago anual, quizá otra clase de dádivas, pero en ningún caso un grito: ¡hasta acá hemos llegado! Ni hablar si alguien hubiese tenido el liderazgo y el valor de Omar Torrijos para que el mundo vetara a los Estados Unidos de América en la sede del Consejo Seguridad de las Naciones Unidas.

Otros, sin embargo, piensan que, en cualquier caso, la reversión se hubiera producido, más tarde o temprano y lo justifican en que el fin del colonialismo estaba escrito. No deja de ser una especulación, y más si nos detenemos en el contexto de aquella época.

Repasemos la década de los Sesenta. Guerra Fría en su momento álgido. En abril de 1968 fue asesinado Martin Luther King. En mayo los estudiantes franceses intentaron asaltar el poder y reeditar la revolución. En agosto tropas de la Unión Soviética invadieron Checoeslovaquia y pusieron fin a la “Primavera de Praga”. El 2 de octubre tiene lugar la denominada “matanza de Tlatelolco”, en Ciudad de México, mueren centenares de estudiantes. El 4 de noviembre el republicano Richard Nixon gana las elecciones.

El mundo estaba agitado. La República de Panamá consiguió que, en 1973, se reuniese en nuestro país el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), con el fin de apoyar la devolución de soberanía sobre el Canal. Omar Torrijos y su gran equipo plurideológico fueron sus impulsores. Antes de este evento, si alguien pensaba que un país chiquito como Panamá iba a ser capaz de desafiar al Gobierno de los Estados Unidos de América habría sido tildado de estólido e insensato.

Algunos lectores me acusan (y a quienes defienden su legado) de que mis escritos pretenden “blanquear a Omar Torrijos”. Nada más alejado de la realidad. Se le debe valorar por lo que prometió y cumplió. Y también por aquello a lo que se comprometió y no cumplió. En su mandato existieron sombras, algunas no suficientemente aclaradas. Sin embargo, anunció que abandonaba el poder y lo denominó “repliegue”. Cuando le sobrevino la muerte ya no estaba en primera línea.

Quizá haya que achacarle una responsabilidad “In eligendo” e “In vigilando”, como lo denominan los juristas. No acertó en la elección de algunas personas que le acompañaban en la conducción de las riendas del Estado, en calidad moral, principalmente y tras su muerte sucedió lo inevitable: varios cargos militares cercanos a él hicieron lo más fácil, sumieron al país en el abuso y el disparate; y lo más reprochable, violaron derechos, tanto individuales como colectivos.

Una vez establecido lo anterior, ¿qué significa el torrijismo en 2021? Sobre todo, en tiempos de tanta orfandad ideológica como los que vivimos, donde las utopías han naufragado, en que las certezas ya no existen y la revolución tecnológica avanza de forma tan vertiginosa como la desigualdad social.

Ya los Mártires del 9 de Enero ocupan un lugar de honor en nuestra historia, ya el Canal desarrolla la actividad de navegación interoceánica con suma eficacia y gestionado por compatriotas, algo difícil de imaginar hace cincuenta años.

En mi opinión y con convicción, lo más sobresaliente sería defender el torrijismo como la medicina que atenúa la exclusión social y la indiferencia de parte de la sociedad hacia las comunidades humildes, un mal arraigado entonces y ahora en Panamá.

Omar Torrijos trató de que los panameños de diferentes clases sociales se acercasen en oportunidades, reduciendo la exclusión y sin persecuciones por razones del montante en la cuenta corriente. Vivió obsesionado con la educación de niños y jóvenes como el mejor medio para prosperar. Concluyo yo, que se rió de Fidel Castro cuando este le dijo que Panamá debía avanzar hacia un modelo de socialismo similar al cubano.

Estamos ante la figura de un panameño que merece la pena estudiar, sin tantas filias o fobias como acostumbramos. Estos dos sentimientos no son nuevos, no obstante, no se podría analizar la historia imparcialmente escondiendo los méritos y resaltando solo los defectos.

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