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- 15/04/2021 00:00
De 'fake news' y 'deepfake'
Nunca los seres humanos han tenido tanta información, a tan fácil alcance, ni las sociedades han estado tan interconectadas. Todo esto ha ocurrido a gran velocidad. Aquellos en edades entre 30 y 60 años han sido testigos de la más grande revolución tecnológica de la humanidad. Se dice rápido, pero la reflexión sobre ello es limitada.
El mundo está ante una capacidad de aprovechamiento práctico del conocimiento científico impensada hace un par de décadas. La imaginación ha sido la chispa que enciende el motor de realizaciones transformadoras.
Aquello de “todo lo que puedas imaginar es real” que dijo Pablo Picasso (1881-1973), tal vez en el contexto del arte, hoy adquiere una connotación que puede llegar a asustar. Ciertamente, Picasso no estaba pensando en “Deepfake”, la técnica de inteligencia artificial que edita videos falsos de personas que aparentemente son reales, utilizando los llamados algoritmos de aprendizaje contrastados con imágenes o videos reales.
A manera de ejemplo agradable, semanas atrás los españoles saltaron al ver a la famosísima cantante Lola Flores -quien falleció hace 25 años- renacida en un video hablando de la actualidad, en pleno siglo XXI, para una campaña publicitaria.
Sin análisis y reflexión, los más grandes avances se pueden convertir en enormes desastres.
Conviene aceptar que esta era del Internet, redes sociales, información en tiempo real y dispositivos que nos permiten -u obligan- a estar conectados permanentemente, no tienen una estación en la que nos podamos bajar; además, es dinámica e invasiva.
Si como individuos tenemos poco espacio para discernir o meditar sobre lo influyentes que son estas nuevas realidades en nuestras vidas, como sociedades mucho menos.
Qué difícil es, como colectividad, reflexionar sobre lo que racionalmente tiene sentido frente a los componentes emotivos en los que una imagen o un meme, ya no solo valen más que mil palabras, sino que hacen imposible que se produzcan razonamientos o se lleguen a leer, antes de que una “opinión general” esté formada.
Durante el plebiscito que consultó al pueblo colombiano sobre los acuerdos de paz (2016), una de las conclusiones a las que arribé fue que Colombia no tuvo un debate real, a pesar de los múltiples e interesantes argumentos de cada sector. Cuando acudí a observar la consulta popular quedé bajo la impresión, de manera figurada, de que los del SÍ estaban en AM, los del NO en FM y no se encontraban en un terreno común para una discusión fructífera, sobre un asunto fundamental para ese país y para la región.
Colombia, el “brexit” en Europa o las elecciones en los EE. UU. de noviembre pasado son ejemplos del contrasentido de sociedades hiperconectadas y con amplia interacción comunicacional, pero que, al mismo tiempo, la polarización y la incapacidad de escuchar la opinión del otro, llevan a un estadio en el que la opinión pública no se forma, sino que se deforma.
En este tipo de escenarios impactan las “fake news”. En otros tiempos, tal vez, las llamaríamos rumores, sátiras o hasta propaganda. Lo que sí tienen es un fuerte impacto, principalmente por la masiva divulgación y por encontrar audiencias fértiles que las aceptan sin contrastar. La fuerza del rumor o bulo estaba en la credibilidad de quien lo propalaba. Hoy, esa fuerza está en lo fácil y masivamente que se distribuyen y en el deseo de quienes los reciben de creerlos.
Me parece interesante aportar esta arista. La mayoría de las noticias falsas no tiene una génesis ideológica, política o proselitista. Su distribución es otra cosa, pero su origen es mayoritariamente crematístico. Una reveladora investigación del periodista Samanth Subramanian dejó al descubierto el caso de un chico en Veles, ciudad en Macedonia (Europa Suroriental), que con dos sitios web pro-Trump llegó a cobrar 4 mil dólares mensuales con publicidad en línea, tipo AdSense de Google. El diario The Guardian reveló que en Veles, de 55 mil habitantes, se llegaron a registrar más de 100 sitios web pro-Trump, con contenidos sensacionalistas. Cuando Subramanian entrevistó al chico macedonio detectó que no tenía ningún interés en si Donald Trump ganaba o perdía, todo lo que quería era ganar dinero.
Ante esta situación, se requiere que sigan existiendo medios de comunicación comprometidos con el papel responsable que les corresponde desempeñar en las sociedades democráticas, para que el ciudadano pueda contrastar la veracidad de la información y encontrar espacios de expresión. También, es cierto que los medios requieren autocrítica y elevar los códigos que aseguren la confianza y credibilidad de sus audiencias.
La realidad es compleja y apabullante. Los avances tecnológicos puestos al servicio de la humanidad exigen reflexión. Si a esa realidad le agregamos, ahora sí, los intereses que se benefician con la mentira, manipulación, demagogia y populismo, al ciudadano le quedan pocas herramientas para defenderse y proteger la democracia.