• 26/04/2021 00:00

El no-pensamiento de los encierros

“[…] contrario a toda la pretensión de que las medidas respondieron a evaluación de la situación epidémica, la evidencia demuestra que las decisiones respondieron a imitación”

“Fui un férreo proponente de los confinamientos cuando fue declarada la pandemia. En esta revisión, explico por qué cambié mi punto de vista”. Estas son líneas iniciales de una revisión narrativa publicada en la revista científica Frontiers [Joffe AR (2021) COVID-19: Rethinking the Lockdown Groupthink. Front. Public Health 9:625778]. Su autor, como él mismo declara, no solo creía en la bondad de los confinamientos, sino que públicamente fue signatario, junto con otros académicos, de un llamado al Gobierno canadiense, para que estableciera confinamientos poblacionales, en una carta abierta publicada a mediados de marzo de 2020.

El autor, Ari Joffe, señala que el mejor predictor de que un país, Estado o ciudad adoptase intervenciones no farmacológicas (las llamadas NPI, por sus siglas en inglés), lo fue el que en la misma región otros Gobiernos adoptasen previamente las mismas medidas. Variables como el número de casos o muertes, porcentaje de población mayor a 65 años, o disponibilidad de camas hospitalarias per cápita, no tuvieron valor predictivo de si un país adoptó o no las NPI. Lo mismo señalé no hace mucho (“Los encierros sin ciencia ni evidencia”, La Estrella de Panamá, 15.02.2021). Es decir, contrario a toda la pretensión de que las medidas respondieron a evaluación de la situación epidémica, la evidencia demuestra que las decisiones respondieron a imitación.

Joffe continúa y señala que hubo mucho sesgo de confirmación y sesgo de decantación. Una vez comprometidos con un curso de acción, se volvió extremadamente difícil -psicológica y políticamente- contemplar siquiera que había otras opciones mejores, y que quizás el curso de acción tomado inicialmente no era el mejor.

Sobre el daño de los confinamientos, Joffe elabora y analiza varios tipos de daño. Expone que el mundo haló la palanca y las consecuencias no deseadas de estas medidas no fueron ponderadas en ninguno de los modelos para la toma de decisiones, solo los supuestos beneficios. Joffe expone que, en decisiones de salud pública, siempre se pondera costos y beneficios. Por ejemplo, a la hora de decidir si una intervención determinada -digamos, un nuevo fármaco para tratar cáncer- es adoptada por los sistemas públicos, se emplean métricas que permitan comparar beneficios contra daños. También los costos económicos, porque los recursos no son ilimitados en el mundo real. Una métrica comúnmente empleada es el QALY (en inglés, siglas de “Años de Vida Ajustados por Calidad”). Y se establece un umbral de costo aceptable. Por ejemplo, en el Reino Unido, el costo aceptable de un QALY está entre 20 mil y 30 mil libras. Es decir, un Estado no puede darse el lujo de adoptar toda intervención médica en los sistemas públicos, basado en esa idea de que “si tan solo salva una vida, vale la pena”, porque es irreal. Comprometer recursos para una intervención que cueste un millón de libras por QALY necesariamente implica negar a ciudadanos otras intervenciones que a muy menor costo rinden mucho más QALYs. Como nos dicen los economistas, no hay tal cosa como un almuerzo gratuito. La salud pública no escapa a esa realidad.

Joffe esboza algunas estimaciones conservadoras “a reverso de servilleta”, que arrojan que, en términos de QALYs, el costo de los confinamientos es incosteable, y que ningún Gobierno los habría adoptado, de haber hecho estas evaluaciones beneficio/costo en marzo de 2020.

Pero no es solo el costo en términos económicos, sino que habrá daño en términos de salud. El mayor daño en términos de salud en la población no será el de corto plazo, sino el de mediano y, sobre todo, largo plazo. En particular, el daño causado a los niños en términos de salud mental, atraso en su desarrollo, ansiedad, será trasladado a su futuro, y tendrá impacto adverso en su salud, calidad y expectativa de vida. Y si lo vemos por grupos socioeconómicos, los más perjudicados habrán sido los ya desfavorecidos, los niños que por la pérdida de empleo de sus padres habrán pasado hambre o habrán sido mal alimentados en una etapa temprana crítica de su desarrollo.

“La recesión económica ha sido presentada como una economía vs. salvar vidas de Covid-19, pero esta es una falsa dicotomía […] Debemos abrir la sociedad para salvar muchas más vidas de las que podemos salvar al intentar evitar todo caso (o aún la mayoría de casos) de Covid-19. Ya es pasada la hora para hacer una pausa, calibrar nuestra respuesta al riesgo real, hacer análisis racionales de costo-beneficio acerca de los costos de oportunidad, y acabar con el pensamiento de grupo de los confinamientos”, concluye Joffa.

Es refrescante encontrarse con académicos que miren la evidencia fríamente y, a pesar de haber asumido posiciones públicas a favor de los encierros, tengan la valentía y honestidad intelectual para reconocer que estos fueron un gravísimo error.

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