• 07/05/2021 00:00

Figuraciones y prefiguraciones en los cuentos de Gilza Córdoba

“[…] la aparición de esta escritora en el cada vez más amplio y heterogéneo panorama de las letras nacionales, […], es un gratísimo descubrimiento […]”

Dentro del panorama de singular auge que viene teniendo en décadas recientes la aparición de nuevos cuentistas panameños, hace apenas un par de años ha surgido en nuestro país un conjunto de nuevos creadores caracterizados por su admirable vitalidad, constancia y talento, enriqueciendo así la bibliografía literaria del país.

El caso de Gilza Córdoba (Ciudad de Panamá, 1979), quien en 2018 publica su primer libro, titulado Augurio -igual que el cuento homónimo con el que abre el libro-, resulta bastante inusitado. Cinco meses antes llega a mi taller de cuento avanzado como una incipiente escritora completamente inédita (solo había publicado artículos de opinión en periódicos locales), sin haber pasado antes por taller alguno. Carente de trayectoria literaria, la acepto en el grupo por la buena impresión que me causaron un par de cuentos que me hizo llegar, con algunas imperfecciones formales pero en donde resultaba clarísima una amplia cultura asociada a sus lecturas, además de su facilidad para la articulación narrativa y su empeño en contar de forma convincente historias de singular interés.

Los cuentos de Gilza Córdoba son tan variados e imaginativos y están tan bien narrados, que lo que resulta es una gran fluidez relatística en el manejo de la intrahistoria de los personajes, de tal manera que se nos hace sentir y pensar como lectores más allá de la simple realidad cotidiana. Además, es sabido que la buena literatura no pocas veces encubre otra historia detrás de la principal que a primera vista se nos narra; o bien hay una especie de sub-texto que late tras bastidores, y que el lector sensible debe prefigurar y eventualmente descubrir. Una cosa u otra sucede en varios de los cuentos de este primer libro asombroso. En otras ficciones suyas, los matices de los ambientes descritos y la resolución sorprendente de concentradas tramas muy bien llevadas hasta sus respectivos desenlaces, son también logros notables del quehacer narrativo. Se trata, en última instancia, de auténticos merecimientos literarios que suelen tomarle mucho más tiempo dominar a creadores que, como ella, recién se inician en el difícil y a menudo enigmático oficio de escribir. No hay otro nombre para estos logros que la palabra talento.

Entrando ya un poco en los cuentos mismos del libro, quiero destacar que “Hogar” es a mi juicio un minicuento perfecto: por su gran concentración anecdótica ahíta de acumulada violencia, y por la hondura de sus implicaciones. En este sentido, literariamente hablando, lo bueno cuando breve dos veces bueno. Por otra parte, “Rapsodia” contiene la esencia de una pasión sexual arrebatadora hacia un artista rememorada por la protagonista al conversar con una amiga, en cuyo abismo fácilmente se pierde el control causando consecuencias funestas, si bien la necesidad de escapar a tiempo de su vórtice atenazador termina volviéndose una obsesión tan fuerte como su involucramiento en su largo rapto anterior.

Asimismo, “Augurio”, a mi entender uno de los mejores cuentos del libro, retoma en alguna medida los viejos ambientes y las espectrales inquietudes de los relatos góticos, pero en particular nos recuerda ciertas piezas maestras de Edgar Allan Poe (1809-1849) –padre del cuento moderno–, sobre todo a partir de la figura ominosa de un cuervo siempre al acecho que habrá de constituirse en verdadera paranoia para el personaje de esa historia.

“La feligresía” es otro cuento notable: decanta con singular acierto el ambiente fanatizado que ocurre al interior de ciertas sectas religiosas oportunistas, explotadoras de la credulidad humana bien arraigada, a costa de necesidades corporales, emocionales y sicológicas de numerosas personas inseguras y confiadas, incapaces de valerse por sí mismas ante la adversidad, e incluso frente a la manipulación de debilidades que a menudo no existen sino que son sembradas por inescrupulosos predicadores que de una forma u otra los explotan con el descaro y las equívocas mañas de un auténtico depredador.

Otros cuentos particularmente dignos de encomio, a mi juicio, porque aportan ingeniosas aristas a la ficción breve nacional son, entre otros: “El Odisseus”, “En los parques”, “El último acto”, “Las tetas de Simoné” y “Cuaderno de numerología”. En ellos predomina un refinado arte de narrar en forma amena, pausada a veces pero otras de modo trepidante. La autora es profunda en sugerencias y enfoques, a condición de saberla leer, pues su prosa elaborada a ratos se torna densa, lo cual en ella es una virtud y nunca un defecto.

En resumen, la aparición de esta escritora en el cada vez más amplio y heterogéneo panorama de las letras nacionales, y sobre todo entre la pléyade de nuevas narradoras, es un gratísimo descubrimiento por su caudal de matices y certezas en permanente ebullición, en los que lo humano y lo estético se complementan al fundirse en un solo haz de figuraciones y prefiguraciones atinentes a algunos de los más significativos claroscuros de la condición humana. No otra cosa es la buena literatura.

Cuentista, poeta, ensayista, promotor cultural.
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