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- 14/06/2021 00:00
Razonemos
En una entrevista realizada por el periodista Pablo Ordaz, en el 2014, al escritor italiano Claudio Magris, galardonado ese año con el Premio de Literatura en Lenguas Romances en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Magris se refiere a la cultura en los siguientes términos: “Para mí, la cultura, ya sea de una persona o de un pueblo, es su capacidad de razonar. Yo puedo ser culto en literatura alemana, pero ignorante como una cabra en tantas otras cosas. La cultura es la capacidad crítica de juzgar y de juzgarse, de no creerse el centro del mundo…”. Si examinamos las últimas décadas, podríamos sacar un entendimiento un tanto objetivo de la razón de nuestra situación actual.
Durante la época más efervescente de reclamaciones soberanas, a mi parecer, el crecimiento cultural de los pobladores marcaba por el rumbo de la decencia patriótica e independencia cultural. Desde la perspectiva popular, diversas expresiones trascendieron en todos los ámbitos del quehacer sociopolítico y cultural, en lo que pareciera una acción concertada para un fin en particular: la plena independencia nacional.
Esa independencia no solo se refería a la recuperación del territorio ocupado con el fin de ponerlo a trabajar para beneficio del país, sino también a la consolidación de una identidad nacional fundamentada en el respeto a la diversidad y muestras de una asimilación de nuestra multiculturalidad.
Desde las expresiones musicales, por ejemplo, en ese tiempo (1970) la cantante Sandra Cumberbach popularizó los temas “Tío Caimán” y “Mi pueblo habla, mi pueblo grita”, interpretaciones aceptadas popularmente que dejaban evidencia de una apreciación por los relatos autóctonos y las protestas por los abusos del poder neocolonialista que se experimentaba, no solo en Panamá, sino en otras latitudes a nivel latinoamericano. Pille Collado, fue otra voz autóctona que sembraba en el corazón de los nacionales ese sentimiento emotivo de pureza y pertenencia, apegado a las raíces de la Patria, que marcó la dirección en lo que respecta a la conciencia cultural.
Si exploramos los aportes de los conocidos Combos Nacionales encontraremos varias voces musicales que no solo apelaban a la frívola diversión popular, sino que los llamaba a la reflexión insondable sobre los temas puntuales de la época. Dentro de sus repertorios, muchos realzaban temas patrióticos como “9 de Enero” del conjunto de 'Bush y su Nuevo Sonido´. Esas influencias contribuyeron a moldear la actitud social de los individuos, hombres y mujeres, que, en el ir y venir de su vida, actuaban en términos generales, bajo un cielo de conducta individual y colectiva muy distinto a lo que vivimos hoy.
En este país de inicios del siglo XXI, el accionar y la conducta individual y colectiva ha sido capturada por las redes sociales y para bien o para mal, los medios tradicionales han perdido la capacidad de moldear el entrono sociocultural. Unos dirán que para bien, porque les da el “derecho” a opinar sin pasar por el filtro de la censura. Para mal, porque los resultados ya son evidentes: hay un claro deterioro cultural en los diversos niveles socioculturales y parece no haber vuelta atrás. Invita a reflexionar sobre el futuro de la Nación.
¿A quiénes le pedimos cuentas?, pues: a los que han gobernado. Ejercer un control sobre las redes sociales no es un tema fácilmente discutible y no es realmente aconsejable. Pero sí podemos hablar largo y tendido sobre los esquemas educativos que no le han brindado a la sociedad las herramientas necesarias para realizar mejores y más inteligentes decisiones sobre lo que se publica, lo que se vive a diario e incluso para escoger a nuestros gobernantes. Hay que pedirles cuentas y, cobrarlas a los que han abusado del poder para su beneficio personal y de sus allegados; quienes han conscientemente descuidado el más importante objetivo nacional: una educación humanística, científica y de calidad para todos.
Razonemos como individuos, como pueblo, tal como señaló Magris: la indignación por lo que se destapa cada semana y conduce a tuitear con rabia, no resuelve absolutamente nada. La justicia no funciona y, a falta de provocar una revolución social, saliendo de la pandemia, debemos procurar una educación humanística y cultural comprometida con la justicia y la dignidad de los más necesitados. Si no, seguiremos por el camino de deterioro hacia la ignorancia funcional que experimentamos, la misma que forjó las conductas perniciosas que hoy tratamos de enderezar.