• 15/06/2021 00:00

'Parking' y renuencia

“Los representantes de locales que promueven la diversión han cuestionado el amplio plazo de cierre […]. Sin embargo, no aparecen a la hora de responder por los abusos […]

Se dice que cada vez que la sociedad panameña enfrenta un trance o situación de extrema gravedad, hay grupos que, con un espíritu curioso alimentado por el sentido común o la simple morbosidad, se disponen a sacar sus sillas de playa para ir al malecón o cinta costera a contemplar los acontecimientos. Eventos como la invasión del ejército de los Estados Unidos, tormentas o el tsunami son ejemplos de este empuje de audacia en el folclor local.

Algo parecido ha ocurrido cuando han disminuido las cifras de fallecimientos como consecuencia de la expansión de la COVID-19 y se escuchó por primera vez que los cómputos anunciaron cero muertos en dos días consecutivos, la baja de nuevos afectados y la disminución de pacientes en las UCI. Un clima de conductas irresponsables empujó a muchos a abarrotar los bares, a producir festejos y otras actividades masivas.

Surgió inmediatamente el juego del gato y el ratón. Las autoridades policiales, jueces de paz y otros tribunales menores han tenido que enfrentar la comisión de todo tipo de desmanes en actividades de celebración, donde por lo general está presente el licor, o como diría el pregón popular, “guaro y campana”, en una especie de narcotismo colectivo que inunda estacionamientos, plazas, callejones y hasta cementerios cuando se inhuma a víctimas.

Este desmesurado entusiasmo ha sido la consecuencia o respuesta a las informaciones que daban cuenta de menos afectados por la pandemia, que dura más de un año arrebatando la tranquilidad y condiciones de salud de la población. Para algunos, constituye un acto de desquite ante tanto encerramiento; para otros, es la actitud lógica por creer erróneamente que ha pasado lo peor de la calamidad, sin saber que no es así.

Los representantes de locales que promueven la diversión han cuestionado el amplio plazo de cierre de establecimientos y sus quejas obligaron a tomar medidas para la apertura paulatina. Sin embargo, no aparecen a la hora de responder por los abusos y la falta de distanciamiento, aplicación efectiva de medidas de bioseguridad y, sobre todo, por dejar de establecer controles que garanticen un mayor nivel de convivencia.

Los nuevos repuntes en las cifras de contagio, la ocupación ascendente de las camas que requieren tratamiento intensivo -antesala del final trágico-, son indicadores de que regresan los niveles de aquellos meses de conmoción y el fenómeno se repite: conclusión de la liga de béisbol con su consecuente celebración y a los días, estalló el coronavirus en la provincia ganadora; fiestas patronales y aglomeración parroquiana con iguales resultados.

Es una relación de causa y efecto que no queremos reconocer o cuya lógica es desconocida; no obstante, lo claro del esquema. Lo que resulta peor, aunque algunos consideren que pueden aprovecharse para lucrar, no importa las mórbidas o mortales consecuencias. Así, hay que contemplar cómo mueren muchos que ni siquiera han tenido nada que ver con las inconsistencias, faltas de cuidados o la capacidad de otros para ponerse fuera de los riesgos.

La ciudadanía apenas sale de la cúspide de los padecimientos. No estamos seguros de cuánto tiempo tardará la curva en regresar a la planicie. Nos preguntamos ¿regresar a qué?, si las aguas no pueden devolverse; aunque su flujo ocupe otra vez el cauce tradicional, los desbordes y daños causados no pueden reponerse. La vida, entonces, deberá reconstruirse sobre otra realidad que es la que ha dejado esta adversidad.

Detrás de todo, hay quienes han aplicado la visión que acostumbran y en que la tragedia es como otro trasfondo donde han escenificado las mismas obras y prácticas cotidianas. Ese traslado también puede llegar a ser inhumano y conllevar lo peor de la conciencia de algunos a la coexistencia con los grupos humanos. Es un saldo terriblemente esclarecedor y que alecciona en esta crisis.

Periodista
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