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- 13/10/2021 00:00
Naturaleza melancólica de Calvit
Asistí a las dos últimas exposiciones pictóricas de Mario Calvit. En ambas, los lienzos exhibían aspectos de la naturaleza; no como retrato, ni con una luminosidad preciosista; sino con un tono ocre, con neblinas y árboles vaporosos, como si el autor reflejara allí el humor de esos lugares envueltos en la añoranza.
Esta etapa de Calvit, creo que le dio mucha satisfacción y la confianza de plasmar en las telas, más que una realidad concreta, el clima adecuado y sensaciones en cada uno de los elementos figurativos que habrían de adquirir una racionalidad diferente a las estructuras abstractas de sus primeros trabajos.
Calvit vivió una etapa importante de la historia plástica nacional. Estudió con maestros de la primera generación; entre ellos, Juan Manuel Cedeño. Ellos forjaron e imprimieron en él una capacidad, caracterizada por el ojo escrutador y, la inmensa sed de creación artística. Vivió en una época de transición y su trabajo reflejó esos cambios; por esa razón, se perciben plurales momentos en su obra.
Era un hombre fornido; nació en Nicaragua y llegó al país desde pequeño. Acá conoció a ese grupo que inauguró la pintura panameña en las primeras décadas del siglo XX y con ellos, aprendió el oficio. Apareció pronto con máscara y soplete; así forjó sus esculturas y dio carácter a figuras complejas, que rompían el equilibrio y la lógica. Luego ingresó a los formatos bidimensionales para plasmar imágenes que aún quedaban en su subconsciente.
Le correspondió ejercer como funcionario en el Instituto Nacional de Cultura -en su primera etapa-, y allí coordinó la adopción de políticas hacia el arte y la supervisión de tareas formativas en el país. Tan pronto pasó esta fase, reinició con el recuerdo de playas, ambientes marinos, bosques y plantas, que fueron llevados al estudio para ser reproducidos con un sentido de mayor profundidad, énfasis diversos y, en ocasiones, un rasgo melancólico.
“Hoy por hoy soy uno de los pocos artistas que se atreven a jugar con los conceptos estéticos, ponerlos de una forma o de otra y atreverse a inventar nuevas formas”, dijo en alguna oportunidad. Pasó del metal a las representaciones atrevidas que mezclan estructuras con el ambiente y condensan de esa manera, su punto de vista, un enfoque y características muy propias.
Su avanzada edad, no fue impedimento para seguir en su taller lleno de colores y con un ejercicio donde hombres, mujeres, caballos, troncos, hojas mecidas al viento, adquirían protagonismo en sus historias gráficas. La narración discurre en este tiempo de intensa actividad y Calvit no se olvida de un público que lo conoce y espera mucho de él. No desmerece con el resultado y llena de satisfacción por la claridad de sus propuestas.
Sus antiguos compañeros de peñas, la gallada, le inspiraron para impulsar un compromiso con esta expresión. También formó parte de un selecto grupo al que correspondió transformar y hacer avanzar un legado clásico con nuevas ideas que configuraron un perfil ístmico con manifestaciones propias.
Su fallecimiento, a los 88 años, nos deja sin un testigo que conoció la evolución de las faenas pictóricas panameñas. Logró de esta manera, asumir su trayecto por este mundo de matices, de manera intensa y que le dieron una experiencia llena de resultados para asentar su estilo de composición y con el que logró descubrir claves de una pasión que le dio un dominio sobre esta industria.
Resulta imprescindible que Calvit sea conocido en todas sus dimensiones, al estudiarlo en los diferentes momentos de evolución. Quizás sea el momento de analizar sobre un proyecto para contar con una galería permanente donde estén ejemplos de los aportes de cada uno de los hombres y mujeres que enaltecen la cultura a través de una vocación con lápices, pinceles, espátulas que convierten las superficies blancas en escenarios de vitalidad cromática.