• 31/10/2021 00:00

Adicción a la comida chatarra

“[…] dada la eficacia con la que la industria de alimentos procesados ha aprendido a manipular nuestros deseos y hábitos, tenemos que encontrar formas de defendernos de una alimentación poco saludable, […]”

Muchas personas sienten antojo por algunas comidas procesadas, especialmente las dulces y saladas. Cada vez existen más pruebas de que la mayoría de los alimentos procesados que se comercializan o que se preparan en restaurantes de comida rápida son más seductores de lo que creíamos. Están diseñados para hacernos querer comer más y de una manera que impida nuestra capacidad de decir que no.

Los fabricantes de estos alimentos han perfeccionado el uso de aditivos para maximizar el atractivo de sus productos. El azúcar, por ejemplo, que muchas personas mencionan como un desencadenante de los antojos, ahora se agrega a más de dos tercios de los artículos en el supermercado. Y una nueva investigación de Dana Small, neurocientífica de la Universidad de Yale, muestra que somos aún más vulnerables a la combinación de azúcar y grasas en productos como galletas y golosinas porque excitan el área del cerebro asociada con el comportamiento compulsivo.

Pero esos grandes fabricantes, que representan una industria global con ventas por encima de $4 trillones (millones de millones), son aún más astutos, a la hora de moldear nuestros hábitos alimenticios, al aprovechar nuestros instintos más profundos en lo que respecta a la comida. Nos atrae por naturaleza la comida que se obtiene fácilmente (es decir, la más barata), por eso los fabricantes utilizan laboratorios químicos que buscan las formulaciones más baratas, sabiendo que nos emocionará una caja de quesoburguesas que cuesta 10 centavos menos que la semana pasada.

También nos atrae la variedad y, por lo tanto, el pasillo de los cereales tiene más de doscientas versiones de almidón azucarado para excitar nuestro cerebro con la ilusión de la nutrición. Hemos evolucionado para buscar el máximo de calorías como combustible, y tenemos sensores en el intestino y posiblemente en la boca que nos dicen cuántas calorías estamos comiendo. Y cuantas más calorías tengan un producto, más se excita el cerebro, lo cual nos hace vulnerables a los alimentos procesados densos en calorías.

Estas tácticas de la industria, que se utilizan para explotar nuestra biología, han hecho que comer en exceso sea algo cotidiano, con tasas de obesidad que ya superan el 70 % (ver situación de Panamá en https://www.laestrella.com.pa/nacional/210905/prevalencia-obesidad-panama-aumento-15).

Infinidades de alimentos procesados son tan adictivos como los cigarrillos, el alcohol y las drogas, si no más, según la propia definición de la industria (https://www.industrydocuments.ucsf.edu/docs/#id=zpwd0183). Cuando Philip Morris era el mayor fabricante de cigarrillos y estaba próximo a finiquitar la adquisición de General Foods, Kraft y Nabisco, el director ejecutivo de la empresa dijo: “La adicción es un comportamiento repetitivo que algunas personas encuentran difícil de dejar. Podemos orientarnos a partir de nuestra experiencia al tratar con otras sustancias que crean hábito”.

Si el problema son las ansias de comer dulces en una hora en el medio de la tarde, los expertos que trabajan en la industria de alimentos han aprendido que los antojos son más fuertes que la fuerza de voluntad. La estrategia a la que recurren los adictos a las drogas es la abstención, pero eso no funciona tan fácilmente con la comida. Hacer dieta para perder peso es una forma de abstención y está llena de traición, desde los vendedores de soluciones rápidas hasta la inquietante circunstancia de que muchos de los métodos de dieta más populares ya pasaron a ser propiedad de la propia industria de alimentos procesados.

Una de las estrategias en las que se centran los científicos de la adicción consiste en cambiar la forma en que valoramos la comida. En lugar de dejar que los fabricantes de alimentos dicten lo que queremos, debemos averiguar qué es lo que importa en los hábitos alimenticios. El problema, por supuesto, es la avalancha de publicidad de alimentos procesados que ha moldeado nuestro pensamiento durante los últimos cincuenta años. Eric Stice, profesor de la Universidad de Stanford, ha descubierto que el simple hecho de aumentar de peso nos hace más vulnerables al aumentar nuestra sensibilidad a la publicidad de alimentos (https://www.jneurosci.org/content/36/26/6949). Stice también investiga formas de ayudarnos a reconfigurar nuestros cerebros para cambiar el equilibrio entre la parte que nos obliga a actuar compulsivamente y la parte que considera las consecuencias de nuestras acciones.

Recuperar el control de nuestros hábitos alimenticios es un asunto difícil. Pero dada la eficacia con la que la industria de alimentos procesados ha aprendido a manipular nuestros deseos y hábitos, tenemos que encontrar formas de defendernos de una alimentación poco saludable, que impulsa gran parte de las enfermedades crónicas que afectan a más de la mitad de los seres humanos que habitan este planeta.

Empresario, consultor de nutrición y asesor en salud pública.
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