• 27/11/2021 00:00

En tiempos de austeridad

“[…], observamos que no hay una política nacional de austeridad del gasto, de ahorrar, de no tercerizar, pues la situación económica dista mucho de permitirnos seguir con los mismos patrones de antes de la pandemia”

Dicen que la humanidad se divide en gente que tiene y gente que no tiene, pero existe, además, la categoría de los que ahora tienen y luego no tienen, y estos son los que más sufren de los altibajos de la vida. Y qué no decir de los que tienen, porque lo han robado.

“Un millonario inocente”, escrita hace ya algunas décadas por el crítico y dramaturgo húngaro Stephen Vizinczey, es una novela apasionante, donde el autor nos lleva de la mano por el mundo de hoy, para ello se vale de una exquisita ironía, donde no se esconde ni se disfraza nada con eufemismos de ninguna clase. Fue prohibida en los Estados Unidos, hasta que se convirtió en un Best Seller mundial.

El personaje principal es Mark Niven, un joven norteamericano obsesionado por encontrar “El Flora”, un barco que en los tiempos de la independencia de América se había hundido por las Bahamas con un tesoro muy famoso. Su familia pasaba trabajo, eran pobres, la madre era traductora y el padre artista. El buscador de fortunas tuvo la oportunidad de visitar palacios y grandes quintas, al parecer eso le produjo el deseo de vivir en la opulencia, admiraba al general San Martín, “soldado austero en sus costumbres y exuberante en sus propósitos, tenía la pasión de liberar países, pero no el deseo de gobernarlos, optó por el sendero de la gloria inmortal”, ¡qué escenario más distinto al actual!, donde los políticos son verdaderos piratas, cuyo objetivo es asaltar el erario.

Mark pasaba su tiempo en los archivos de Sevilla, Madrid, París, Marsella, Génova y Londres, rebuscando documentos que lo pudieron llevar al sitio donde se encontraba el Flora. A pesar de la insistencia de su padre, no había querido ir a la universidad ni hacer el servicio militar, convirtiéndose en prófugo del ejército norteamericano, lo único que lo alentaba a vivir era dar con el barco naufragado. Pasó días y noches buscando, sin importar los peligros.

Finalmente, después de tantas peripecias, Mark encontró al Flora, muy a su pesar, tuvo que ceder el 50 % de los bienes hallados al Gobierno de las Bahamas, so pretexto de impuestos, el manjar de los políticos, para enriquecerse a costilla de nosotros los contribuyentes.

Cuando realmente está en posesión de su porción, se encuentra con un estafador, quien, so pretexto de hacer una exhibición de las magníficas piezas encontradas, lo hace firmar un contrato lleno de estipulaciones ambiguas, de las cuales se vale para robar los tesoros. En la realidad nadie cree que robar y estafar esté mal, la gente no sueña con hacer fortuna, sino con robarla y, como dice el autor, “el credo del ladrón no reconoce la existencia de vínculo alguno entre las personas y sus pertenencias… Privar a un hombre de lo que tiene es robarle el pasado, decirle que no ha vivido, que no ha soñado su vida” Los estafadores nos hacen perder la fe en nosotros mismos. Cualquier parecido con la clase política nacional es coincidencia.

Para poder cometer tales estafas se valen de abogados sin escrúpulos, los cuales hacen de la lentitud, de los aplazamientos la ruina del que no puede pagar, así mismo sacan provechos de jueces corruptos. Se cuestionan fuertemente el poder judicial estadounidense, vemos, pues, que la corrupción no es exclusiva de América Latina, sino de todos los países. Siempre nos tropezaremos con abogados que traicionan a sus clientes, juegan con el dolor ajeno, se ponen de acuerdo con su colega para sacar más provecho.

En estos tiempos tan difíciles, observamos que no hay una política nacional de austeridad del gasto, de ahorrar, de no tercerizar, pues la situación económica dista mucho de permitirnos seguir con los mismos patrones de antes de la pandemia.

La novela en comento nos hace reflexionar sobre nuestra época, la maldad humana, los diferentes estados de ánimo del hombre, y, sobre todo, sobre esa antiquísima costumbre de buscar tesoros, sin entender que el trabajo honesto es mejor que cualquier tesoro ajeno.

Abogado y docente.
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