• 16/12/2021 00:00

Una reflexión en la época de Adviento

“Esta época de dificultades económicas y sociales para el país es el momento oportuno para modificar nuestras intenciones y nuestras acciones, como individuos y como colectivo, […]”

La época de Adviento, cuando recordamos nuestras raíces cristianas, debe servir para reflexionar dónde estamos, hacia dónde vamos y qué tenemos que hacer para asegurar un mundo posible y sostenible, con fundamento en la paz, en el amor y en el respeto por los demás. La vida de quien nació en Belén está llena de enseñanzas, pero con la Natividad se nos eleva el espíritu para recordar con alegría el nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, que nació hombre para revelarnos la verdad y el camino a seguir en nuestro paso a la inmortalidad.

Para quienes tenemos raíces cristianas y hacemos el esfuerzo permanente por identificar en el cristianismo ese conjunto de normas de vida y convivencia para nuestro desarrollo material y espiritual como individuos y como sociedad, este tiempo de Adviento nos espeta en la cara la cruda realidad de nuestra humanidad, cuando el materialismo y el consumismo compiten de la manera más salvaje con la verdadera razón de nuestra existencia, donde nuestro espíritu y nuestras acciones quedan sometidas más al “tener” que al “ser”.

En diciembre de 2020, la mayoría de la gente hizo de manera obligada un alto en esa cruzada de voracidad que “alguien” parece habernos trazado y que define como sus objetivos principales, mejorar nuestras dotes de individualidad y aumentar nuestra capacidad para acumular cosas materiales. La presencia y el impacto de ese pequeño virus convertido en pandemia, del que todavía algunos niegan y reniegan, sirvió para que muchos revisaran su visión y su misión en la vida, aprovecharan para pensar en el futuro de la humanidad y recapacitaran sobre la necesidad de replantear nuestro modelo de convivencia para llenarlo de equidad, solidaridad y justicia para todos los que vivimos en este planeta.

Pero para hacer un cambio frente a las crisis que vivimos, el papa Francisco nos estimula a salir a encontrar a nuestro prójimo, a buscarlo donde se encuentre, a escuchar sus necesidades, para luego discernir sobre las acciones a tomar y hacer de nuestras vidas un entorno fundamentado en el amor, en la dignidad y en el respeto. En su invitación, el papa nos propone que nos alejemos de lo mundano y nos acerquemos a lo espiritual, estableciendo canales íntimos de comunicación con ese ser superior, con el creador de todo los que nos rodea, con el Gran Arquitecto, o como quiera que optemos por llamar a ese Dios que es la razón de nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.

Esta época de dificultades económicas y sociales para el país es el momento oportuno para modificar nuestras intenciones y nuestras acciones, como individuos y como colectivo, para generar las condiciones que permitan establecer un mejor balance entre todos los elementos de nuestra sociedad.

En el caso del capital, no es el momento de salir de manera desaforada a recuperar los malos tiempos con aumentos desmedidos de precios, o cambios a la calidad, tamaño o peso de los productos o servicios. Ahora más que nunca, el sector empresarial debe afrontar su responsabilidad y hacer gala de su capacidad creadora e innovadora, que la tiene, para sincronizar la recuperación de sus negocios y el nivel de sus ganancias, entre otras, para fomentar la contratación permanente de nuevos trabajadores, tratar de manera justa a los trabajadores migrantes, pagar salarios meritorios y asegurar condiciones de trabajo seguras que disminuyan esos elementos que generan zozobra e incertidumbre en sus colaboradores y que pudieran afectar la tranquilidad social en nuestro país.

Por su parte, el sector trabajador debe valorar este momento como una oportunidad para aportar al desarrollo del país con la cimentación de una nueva relación obrero-patronal, más asociativa que contradictoria, donde los esquemas de productividad y remuneración salarial estén íntimamente ligados a mayores oportunidades de trabajo y mejores niveles de vida para todos los trabajadores de este país. Si bien no son tiempos para claudicar, tampoco son momentos para ser inflexibles, donde nos toca a todos ayudar y aportar en la edificación de una mejor sociedad para juntos salir adelante y labrarnos esa oportunidad de un mejor futuro.

Muchos pensarán que estoy más afectado por el espíritu de Papa Noel o Santa Claus que imbuido en la sabiduría que nos regaló Jesús. Pero cuando el papa Francisco nos habla de “las pobrezas de los ricos” y de “las riquezas de los pobres”, nos abre las puertas para construir de manera conjunta ese espacio donde quepamos todos, alejados de la cultura de la indiferencia que nos carcome, para abrazar a nuestros hermanos, a nuestro prójimo, no con una limosna, no con un regalo, no con muestras de condescendencia, sino con la luz de la empatía y la solidaridad para aliviar con acciones concretas las condiciones de sufrimiento y desesperanza en que viven millones de personas por la falta de oportunidades.

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