• 23/12/2021 00:00

Opciones políticas en la región

“Nuestra región no pasa por los mejores momentos: la estabilidad de nuestras instituciones depende, en buena medida, del compromiso ciudadano y de la solidez de nuestras dependencias electorales […]”

Hace poco, nos enteramos de que José Miguel Vivanco, director para las Américas de Human Rights Watch (HRW), sale de esa organización en una entrevista con el diario La Nación. En su declaración manifestó un punto importante, al hacer hincapié en fortalecer nuestras democracias y compromiso con el Estado de derecho.

Tras casi dos décadas de dictadura, Chile tuvo una transición democrática. Luego de la dictadura militar liderada por el general Augusto Pinochet, iniciada en 1973 con el golpe de Estado que derrocó al Gobierno del presidente Salvador Allende, y que terminó en 1990, llegó Patricio Aylwin al Palacio de la Moneda.

Algo similar ocurre en Panamá, el 20 de Diciembre de 1989, con la triste e innecesaria invasión militar del Gobierno de EUA, con el pretexto de proteger la vida de los panameños y la captura del general Manuel Antonio Noriega.

Estos procesos tuvieron un motor principal: la creación de instituciones que sustituyeran la voluntad personal de los dictadores, la formulación de un Estado de derecho, la transparencia en la cosa pública, el restablecimiento del orden democrático, la participación de fuerzas distintas al Gobierno de turno y no utilizando métodos como la desaparición forzada o el encarcelamiento de las voces críticas al poder.

En otro polo encontramos a la pequeña isla de Barbados, que se convirtió en la república más joven del mundo, con la juramentación de la primera presidenta en su historia, mientras que el Reino de Inglaterra pierde una corona en el hemisferio.

Este lugar conocido por sus playas paradisíacas, y por ser la cuna de la cantante Rihanna, tiene hoy como jefa de Estado a otra mujer, Sandra Mason, exgobernadora del país, tras su elección el pasado 21 de octubre.

En América Latina han surgido tendencias que cuestionan la democracia -y, por ende, liderazgos comprometidos en impulsar proyectos de corte populistas que tomen ventaja de este desaliento-. Resultados que hemos visto en las últimas elecciones en la región.

Los casos más conocidos son los regímenes autoritarios en Nicaragua y Venezuela, donde se realizan procesos electorales de corte protocolar para proyectar al mundo su realización y, en muchos casos, con candidatos opositores detenidos, como es el caso de Daniel Ortega.

Una situación que no debemos dejar pasar por alto es Brasil, donde el actual presidente, Jair Bolsonaro, ya ha anunciado su desconfianza con miras a la elección del 2022, donde, a su vez, pretendió modificar, a través del Congreso, el sistema de votación electrónica. Y con la opción fortalecida de retorno del expresidente Lula da Silva.

En Perú, encontramos el caso entre las candidaturas de Keiko Fujimori y Pedro Castillo, donde este último resultó vencedor. Fujimori, quien fue acusada por supuesto lavado de dinero por el caso Odebrecht, presentó impugnaciones de votos y apelaciones para dilatar la proclamación de Castillo, mientras sus partidarios exigían en las calles anular la votación y convocar nuevas elecciones.

En Chile, tras una serie de protestas sociales que paralizaron al país, la sociedad quedó polarizada entre una disyuntiva de extrema derecha, José Antonio Kast, y el candidato izquierdista, Gabriel Boric.

Este pasado 28 de noviembre, Xiomara Castro de Zelaya, esposa del expresidente hondureño Manuel Zelaya, logró hacerse del cargo más importante del país tras derrotar al oficialista Nasry Asfura. Con su llegada, Castro, del Partido Libre, pone fin a 12 años de un Gobierno conservador y da paso a la izquierda para retomar el poder.

Con sus respectivas diferencias, vemos patrones compartidos: las fallas de los partidos políticos y el ascenso de opciones extremas, el cuestionamiento a las autoridades, la deslegitimación a la prensa crítica, y el anhelo por líderes fuertes que traigan orden o justicia por encima de las instituciones.

Nuestra región no pasa por los mejores momentos: la estabilidad de nuestras instituciones depende, en buena medida, del compromiso ciudadano y de la solidez de nuestras dependencias electorales; mantener sus valores e independencia es un deber de todos. Velar por las instituciones es hacer patria.

Educador y promotor social.
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