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- 23/01/2022 00:00
'Gripalizar' la pandemia
Tan pronto decaiga la oleada de casos causada por la variante ómicron, presumiblemente en febrero, el país debería iniciar su tránsito hacia la salida del túnel pandémico. La mejor forma para lograr esta escapatoria es ir adaptando las medidas sanitarias a las que anualmente se ejecutan para lidiar con el virus de la influenza. Debemos, por tanto, empezar a “gripalizar” la infección por el SARS-CoV-2.
La influenza (cepas A y B) es una afección respiratoria endémica con picos epidémicos estacionales. Las recomendaciones se enfocan en los grupos de mayor riesgo para potencialmente desarrollar gripe complicada o grave: adultos mayores de 50-60 años, individuos con morbilidad crónica, obesos, embarazadas y niños menores de cinco (5) años. Para estos colectivos vulnerables existe una vacuna de aplicación anual y medicamentos antivirales (oseltamivir, zanamivir, baloxavir) de administración oral o inhalada, tanto para la profilaxis posexposición como para el tratamiento temprano de los síntomas. La autoridad ministerial solo vigila activamente a los sujetos que se hospitalizan o fallecen. No se indica prueba de PCR ni de antígeno a la gente que no pertenezca a la población de riesgo, mucho menos de manera ambulatoria, por no ser una estrategia costo-efectiva. Es muy posible que, si hiciéramos búsqueda molecular del virus de influenza a través del hisopado nasal durante la temporada de gripe, una gran cantidad de personas portaría el microbio de forma asintomática o leve, tal y como sucede con el SARS-CoV-2, aunque haya vacunación previa. Como se ha manifestado hasta la saciedad, el objetivo principal de cualquier vacuna es prevenir enfermedad relevante, no la infección banal.
Aunque aún desconocemos con precisión el destino epidemiológico de la COVID que viviremos en el futuro, el escenario más plausible sería similar al de la gripe, con patrones de circulación viral endémica y brotes epidémicos recurrentes, especialmente en la población más susceptible que no esté vacunada completamente o que haya perdido su inmunidad con el transcurso de los meses/años. Habrá, quizás, necesidad de aplicar refuerzos adicionales con las vacunas originales o con las fórmulas de nueva generación que vayan surgiendo, primordialmente a la gente de mayor riesgo (parecido a la gripe, pero con excepción de los niños). Pronto tendremos también disponibilidad de medicamentos antivirales orales efectivos (nirmatrelvir/ritonavir y molnupiravir) para ser dados durante los primeros tres-cinco días (3-5 días) de síntomas a los enfermos de cuidado. Similar a lo que hacemos habitualmente con la gripe, tampoco será imperativo realizar pruebas diagnósticas fuera del ámbito hospitalario a las personas jóvenes sin especial vulnerabilidad, limitándonos a la pesquisa de pacientes que requieran un manejo específico en centros de asistencia médica y a la trazabilidad genómica por parte del Instituto Gorgas. La más notable diferencia con la influenza sería la demanda de atención de la COVID persistente en las instalaciones de salud.
El mejor momento para la indicación de refuerzos contra la COVID es un concepto aún indeterminado, porque el SARS-CoV-2 no muta tan frecuentemente ni con cambios tan acentuados en su repertorio antigénico como el virus de influenza y porque se estima que la inmunidad celular (a diferencia de la humoral mediada por anticuerpos) estaría preservada por muchos años después de la vacunación o, mejor aún, de la exposición híbrida a vacuna más infección natural. Lo que parece bastante claro, en la actualidad, es que el esquema primario de inmunización inicial sería de tres (3) dosis, particularmente en adultos añosos o en personas con alguna patología importante de fondo. La infección por la variante ómicron, linaje que evade bastante la neutralización por los anticuerpos, pero no tanto la protección conferida por el componente inmune celular, podría haber robustecido transitoriamente la inmunidad de numerosos individuos y diferido la urgencia de aplicar dosis adicionales por algún tiempo.
Aún con la “gripalización” de la pandemia, convendría mantener el uso de mascarilla hasta que se consolide la fase endémica del SARS-CoV-2 y tener preparado un plan alternativo para anticiparse al peor escenario posible: aparición de un nuevo linaje viral más agresivo en regiones con pobre cobertura de vacunación y que adquiera una superior evasión de la inmunidad vigente. La ciencia, como no podría ser de otra manera, trabaja en el desarrollo de vacunas más potentes contra la fase de infección (inducción de inmunidad esterilizante de mucosa), contra varias variantes de manera simultánea, contra antígenos conservados en todos los coronavirus que afectan tanto a humanos como a vectores animales (pancoronavirus) y contra diferentes virus respiratorios que se puedan dar en combinación (COVID + influenza; COVID + VRS; influenza + VRS, etc.) y no en inyecciones individuales. Los institutos nacionales de investigación (Senacyt, Gorgas) deben trabajar, además, en la elaboración de programas de capacitación para adelantarse a próximas pandemias, en la formación de personal que pueda trabajar en plantas de producción local de vacunas y fármacos, en la estructuración de una unidad de inteligencia epidemiológica que guíe eficientemente las decisiones gubernamentales en materia de salud pública y en el desarrollo de plataformas tecnológicas digitales que permitan el acceso público a la data abierta, con códigos autorizados para respetar la confidencialidad de los enfermos.
La inversión en educación y ciencia es la mejor manera de ser un país de primer mundo, muy por encima de lo que brindan al desarrollo humano los productos internos brutos, los rascacielos, los centros comerciales, las actividades de minería, los puertos, los artistas y los deportistas famosos. Sería imperdonable que otra crisis sanitaria nos agarre nuevamente desnudos…