• 03/02/2022 00:00

La pollera blanca ocueña

“La pollera, maravilloso traje sin rival en el mundo, quien la vista, por doquiera vaya, será motivo de admiración y simpatía”

Un sueño hecho realidad, mi preciosa pollera blanca, vaporosa, como la espuma del mar, fiel exponente del espíritu de la mujer ocueña, ondula majestuosa el ancho vuelo de su elegante falda, que manos primorosas orlaron de finísimos encajes.

La pollera, maravilloso traje sin rival en el mundo, quien la vista, por doquiera vaya, será motivo de admiración y simpatía. Antes se confeccionaban en diferentes telas: holán de hilo, de piña, de seda, de coco, clarín, rengue, wal, etc.

A nuestra pollera la componen varias piezas. La camisa es la parte más delicada y difícil de su confección. Dará el escote perfecto, si la mano de su dueña es usada como medida. Una trencilla tejida de gancho, mundillo, pisada por dos más pequeñitas y con ojetes, para enjaretar las cintas o lanas, que terminan en dos lacitos, atrás y adelante y que, inquietos y juguetones, se deleitan acariciando el pecho y la espalda de la feliz empollerada, y como detalle final de esta parte de la pollera, “RETOCITO”, el travieso encajito que bordea la pretina de boca. Entre la pretina de la boca y el traslúcido tapabalazo y principio del cuerpo de la camisa. Se frunce ceñuda la boca manga y le tapa la boca una tira de tela que termina en arandela, guarnecida de encajes, que será la manga. Dos tramos o sustos forman la falda de la pollera ocueña, el primero tableteado o recogido, se ajusta al talle por la pretina, que cierra con dos botones tallados en oro chocoano o sencillamente con dos tiras de hiladillo o de la misma tela de la pollera. El otro tramo, recogido en bolillo, une al primero por medio de una trencilla tejida o de mundillo. Terminando en ancha falda guarnecida de finos encajes. Enaguas o peticotes, parte cubierta, por lo que despierta curiosidad, la empollerada lo sabe y, poseída de su gracia singular, va mostrando poco a poco, divertida y vivaz, a medida que va bailando. Costosa su confección, se usa tela de hilo, platilla u otra tela blanca. Esta pieza puede ser tejida o nudito, talco en sombra, calada o en combinación. Casi siempre termina en blandos encajes de punta. Distinguida, elegante va la empollerada y como vuelo fantástico y sutil se abre su pañolón o paño limeño que, con toda su gracia y donaire, deja caer sobre sus tersos y perfumados hombros.

Impresionante la riqueza que luce la majestuosa cabeza de una empollerada ocueña; parte en dos su hermosa cabellera, que luego recoge en pelotas o cocas, que sirven de base al jardín de ensueños, que forman la variedad de flores y pájaros, confeccionados en gusanillo, seda perlas, escamas y cuíngares, de los jazmines y corales naturales, que perfuman y bordean el camino de su bello tocado.

Tintinean las peinetas de balcón, resplandecen las lisas, de perlas o de espiras de oro. A falta de estas, de su propio cabello, que dan tanta gracia y picardía al bello rostro y con ello, roban el corazón de muchos espectadores. Majestuoso el regio peinetón, que es joya propia de nuestra región. Por precaución y para afirmar su gracia natural, este tesoro es enjaretado con una cintita o lana que da toque final al tocado, terminando en un simpático y travieso lacito, que, afanoso y osado, juguetea coqueto en la encantadora frente de la empollerada. Y sirviendo de marco a su rostro, vistosos zarcillos, aretes árabes, dormilonas, mosquetas, etc., adornan su pecho un sinfín de costosas cadenas, (chata, bruja abierta, cerrada, cabrestillo, guachapalí, rosario, cordones, etc.). y llena de gracia, la indispensable cintita negra de terciopelo, que sostiene el tapahueso (cruz, escudo, corazón, relicario, etc.) que sirve para disimular la hojuela.

Pulseras esclavas, prendedores y sortijas, terminan de cubrir de oro a nuestra bella empollerada, en muchos casos, estas valiosas joyas, son legado muy preciado de nuestros antepasados. Olor a perfume de Pompeya, su lindo pañuelito de cenefas tejidas. Los zapatos sin tacón, (de pana, raso o terciopelo) hacen juego con el color de la cinta de los gallardetes, y el abanico, utensilio indispensable en lo de dama elegante. La graciosa chacarita del remojo o propina, que, cerrada por dos anillos, recoge la ofrenda de amigos y parientes, que en esta forma contribuyen y participan a tan encantadora dama, el gallardo y gentil caballero ocueño, vestido de camisilla de lino o nanzuck blanco, confeccionado por costureras locales que ponían todo su ingenio en hacer diminutas alforzas y puntillas, en la pechera, parte de atrás, bolsillos y puños corridos. Hasta en el cuello de estilo garibaldino era adornado con esta labor.

Con cuánto orgullo exhibía la suya don Darío Carrizo Díaz, famoso tocador y bailador de tamborito y punto ocueño, preciosa botonadura de oro, heredada o sudada, adorna esta elegante prenda. Pantalón oscuro, cebadera tejida, con sus iniciales, para colgar su ruana y sombrero de pieza, blanco o pintado.

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