• 09/06/2022 00:00

Fascinante inverosimilitud de lo fantástico

En Panamá sobresale un promedio de 30 cuentistas de diversas edades y estilos que, en conjunto, representan un grupo selecto de raras avis dentro del amplio contexto de la ficción breve. “Lo fantástico” no es un sesgo predominante en la cuentística nacional

No es fácil definir “lo fantástico” en una obra literaria. Por su naturaleza proteica, insólita, a menudo sobrenatural, que suele sacudir lo cotidiano desquiciándolo sin remedio, su comprensión y goce estético depende más de la sensibilidad que del conocimiento. Lo que sí es seguro es que lo extraño que sucede en una narración de este tipo no puede ser explicado como una simple anomalía, ni comprendido por la razón dentro ni fuera del texto. Es más, ocurre a menudo que lo fantástico puede confundirse con fenómenos paranormales que sin duda existen y a veces tienen explicación aceptable; o bien con la incursión de lo absurdo, que en  no pocas ocasiones es también un extraño, pero viable comportarse de la identidad misma de ciertas experiencias, y parte integral de la realidad al fin y al cabo.

Lo que sí suele ocurrir es que de pronto, dentro del flujo de la narración, se entromete un quiebre, ruptura, o magia imprevista que no es simple truco: irrumpe sin explicación en la realidad de tal forma que ésta ya nunca pueda ser igual. Y casi siempre sucede hacia el final de la historia, mediante un procedimiento que a veces se denomina “vuelta de tuerca”, y que en otras ocasiones representa una revelación insólita o “epifanía” que todo lo trastoca. Además, a menudo lo fantástico es de tal naturaleza irruptiva y carácter amenazador, que al mismo tiempo constituye una auténtica cala en los abismos insondables del horror.

En Panamá se han publicado un número apreciable de antologías en torno al cuento, el género más cultivado por nuestros escritores. Pero hasta el momento no se ha hecho una rigurosa selección de la mejor cuentística en esa fascinante modalidad. Me atrevo a aseverar que el primer cuento panameño propiamente fantástico fue “La boina roja” (1954), muy celebrado, del maestro Rogelio Sinán (1902-1994); asimismo, afirmo que el primer libro nacional en que predomina este tipo de ficción es "Duplicaciones" (1973), de mi autoría, tal como lo sustentó en su momento el crítico panameño Ricardo Segura (1938-2002), en una época en que prevalecía una literatura realista de índole social (Changmarín, José María Sánchez, César Candanedo, Menéndez Franco, Pedro Rivera, Moravia Ochoa).

Sin embargo, es importante admitir que no es “lo fantástico” un sesgo predominante en la cuentística nacional; tal vez por eso mismo los cuentos rescatados en la antología que preparo son representativos de los méritos específicos de esta suma de casos más bien excepcionales, y  por ello sobresalen de un modo muy particular: un promedio de 30 cuentistas de diversas edades y estilos que, en conjunto, representan un grupo selecto de raras avis dentro del amplio contexto de la ficción breve en Panamá.

Haciendo un poco de historia, si bien vienen de una larga tradición gótica, el fundador de la cuentística fantástica, de terror y de tipo policíaco es el célebre poeta Edgar Allan Poe (1809-1849); también del menos conocido periodista y cuentista Ambrose Bierce (1842-1914), así como de H.P. Lovecraft (1890-1937). En América Latina, el heredero más inmediato de Poe fue el uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937); pero también deben conocerse los cuentos  singulares de otro uruguayo, Felisberto Henandez (1902-1964); además de los magistrales que escribieron los argentinos Leopoldo Lugones (1874-1938), Jorge Luis Borges (1899-1986) y Julio Cortázar (1914-1984). En México el precursor del cuento fantástico fue Francisco Tario (1911-1977), un autor recientemente rescatado del olvido; y luego vinieron Juan José Arreola (1918-2001); Amparo Dávila (1928-2020); Elena Garro (1916-1998); Guadalupe Dueñas (1910-2002); Carlos Fuentes (1928-2012), sobre todo en su excepcional novela corta “Aura” (1962), así como Emiliano González (1955-2021) y, más recientemente, Alberto Chimal (1970), entre otros muchos.

Si lo inverosímil en un texto narrativo puede explicarse o justificarse –pesadilla, alucinación, el producto de una droga o de un estado extremo de delirium tremens, o bien la particular imaginación pródiga en inventar fantasías de un determinado personaje, entre otras–, no puede entonces considerarse como de naturaleza fantástica.  Y si hubiera que clasificar los asuntos que más ocupan los mejores cuentos fantásticos, diría que la muerte, diversas variantes del tiempo, los sueños, las metamorfosis, determinados prodigios, la coexistencia de planos de realidad y los fantasmas.

Es fundamental entender que si lo que caracteriza a lo largo de su trama a las historias es la aparición de sucesos inverosímiles o sobrenaturales que forman parte intrínseca de la propia naturaleza, al texto en cuestión no se le considera en rigor como literatura fantástica sino, más bien, realismo mágico a lo García Márquez, en “Cien años de soledad” (1967); o lo que mucho antes el escritor cubano Alejo Carpentier (1904-1980) denominó lo real maravilloso.

Trato de seleccionar lo mejor de la obra de cada cuentista nacional auscultado para esta antología, en busca de esa compleja y no siempre comprendida pero sin duda fascinante modalidad ficcional —a menudo emparentada con el terror y lo surreal—, que es resultado, en la práctica, de las múltiples derivas de una imaginación desbordada que, al tratar de salirse de la prisión de lo real, a menudo termina habitando tiempos, espacios y misteriosas configuraciones.

Filósofo, docente universitario, poeta y cuentista
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