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- 29/06/2022 00:00
Mi último bollo de maíz nuevo
Acá en las serranía de Ventorrillo y Marta a veces se escucha: “Dale maíz a un caballo y verás que bonito se pone”. Cada día estoy más orgulloso de mi tosca educación callejera obtenida en los cafés, supermercados con cafeterías y cantinas. Cumplo once años de vivir maravillado en la montaña coclesana, solo, increíblemente valorizado por la mirada de mi perro Jerónimo y diez de estar congelando como lo hacen con licencia renombradas empresas capitalinas. Me he copiado de esos negocios exitosos y por eso congelo productos de maíz muy populares: Tortillas, tamales, bollos, empanadas y chicheme, en porciones para satisfacerme hasta por siete meses. Así mis pensamientos amanecen atentos a los cantos de los gallos, las chorotecas, las pisbae, pecho amarillas, relinchos y bramaduras de vacas paridas. los quejidos de las torcazas y no preocupado con una tasa de café en la mano preguntándole al cielo: ¿Qué carajo desayunamos hoy Jerónimo? Esta idea me vino cuando fui joven producto de investigaciones en la escuela de economía de la Universidad de Panamá, en donde se calculaba que anualmente mazorcas más, mazorcas menos el consumo de maíz en quintales en Panamá, tanto para humanos como animales casi rozaba los 10 millones de quintales al año y que ni tan siquiera producíamos ni el tres por ciento de esa demanda.
Desde mayo de 2022 advertí que en el “frezzer” el inventario de mi seguridad alimentaria estaba conforme a lo planificado para siete meses pero… pero en la bolsa de los bollo de maíz nuevo me quedaba solo un gigantesco y solitario bollo, al cual no voy a descongelar todavía, para untarlo de mantequilla y acompañe en rodajas a una perica de tres huevos de patio homogéneamente revueltos con punticos de pimienta y sal. Voy a esperar la nueva remesa que según los sembradores de maíz a chuzo, en agosto estaremos saboreando además buñuelos, changas y serén.
Y, ya que estamos hablando de maíz, nuestro sistema económico terciario es bonísimo, pero a medida que crecemos en población se desdibuja en demasía porque casi toda la comida la tenemos que importar.
El profesor Ardito Barletta antes y después del golpe que sabemos fue objeto de burlas a sus espaldas, ya que fue uno de los que planteo la substitución de importaciones de granos y frutas y creó que con todo y sus lentes culo de botella tenía algo de razón, pero los burlones en su contra también porque decían que no teníamos a los panameños educados en ese sentido y que era paja soñar que un buen día amanecieran los colonenses por ejemplo con un cachinegro de pelar yucas trabajando en el campo.
Y es más todavía en el 2022 no se ve un solo gesto de los políticos ni de los curas en soplar el fogón de nuestro futuro educativo, ya que el Colegio de Artes y Oficios Melchor Lasso de la Vega que se fundó para que los muchachos técnicos pudieran trabajar en el Canal, está en ruinas, no existen escuelas debidamente, equipadas en agroindustrias en Natá, Aguadulce, ni Herrera y a lo largo y angosto de país ninguna escuela técnica con la disciplina de los “Tomasitos” que no volverán jamás por el temor a las botas y a la muerte de la corrupción galopante.
Considero que antes de planear puertos multimodales con trenes desde Puerto Gago y el Salado de Aguadulce hasta Gobea en Colón tenemos que pensar primero en la formación de la gente nuestra, sino además de continuar importando arroz, cebolla y maíz tendremos que importar incluso a técnicos de otros lares porque aquí políticos y curas desconocen hasta cuando el agua de la paila está lo suficientemente caliente para echar los bollos de maíz nuevo.