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- 02/10/2022 00:00
Hechos lamentables en salud pública
El mes pasado, el Centro Nacional de Estadísticas de Salud de los Estados Unidos alertó sobre dos hechos sobre la vida y la muerte de la mayor parte de la población mundial.
El primer hecho es que la pandemia de coronavirus mató a tantas personas, que la esperanza de vida en muchos países cayó en 2021, en proporciones mayores que la de cualquier año en casi un siglo. La esperanza de vida es quizás la estadística más importante del planeta, ya que sintetiza los avances científicos, los errores políticos y los vicios sociales de un país en un solo número. Y aunque su cálculo refleja una vida que nadie vivirá jamás, es un ejercicio útil, con el propósito de capturar las condiciones de vida en un año en particular.
El segundo hecho es que unos países salieron peores en la esperanza de vida que otros países. Si bien la mayor parte del mundo vio mejorar las condiciones en el segundo año de la pandemia, hubo países, como EU, donde murieron más personas de COVID después de la introducción de las vacunas que antes de su invención.
Cualquier explicación de este hecho debe comenzar con el rechazo de las vacunas por gran parte de la población estadounidense, que, durante la ola de ómicron, tenía menos probabilidades de ser vacunada, menos probabilidades de ser reforzada y más probabilidades de morir de COVID, que casi todas las naciones del mundo. Es lamentable que se haya politizado el COVID y que su población viera las vacunas como una declaración política, en lugar de una decisión de salud.
Sin embargo, la caída de la esperanza de vida va mucho más allá de la pandemia. Muchos países sufren una serie de epidemias que han convertido a su sociedad en una trampa mortal. Antes de la década de 1990, la expectativa de vida promedio subió casi en igual proporción en todos los países del mundo, pero hoy los europeos y los surasiáticos superan a los estadounidenses y latinoamericanos en todos los ámbitos. Algunas de las causas más inmediatas son las muertes por armas de fuego, sobredosis de drogas, accidentes de automóviles y depresión severa.
Entonces, ¿cómo solucionar este problema a nivel global? Inicio por recomendar dos aspectos que sin duda ayudarían a impulsar una mayor longevidad: vivienda y atención preventiva.
En las últimas décadas, la falta de vivienda ha alejado a las familias de sus centros de trabajo. Esto ha aumentado los tiempos que pasan las personas en buses y automóviles. Ese tiempo gastado para llegar al trabajo y la ausencia de vías transitables explican por qué la gente cada vez es más sedentaria. Un análisis sencillo revelaría que el panameño típico apenas camina 3 mil pasos al día. Esto es significativamente menor que los residentes de Australia (11 295 pasos), Suiza (10 440 pasos) y Japón (8420 pasos).
Cuando se combina todo esto con la variedad de opciones de comida chatarra y alimentos altamente procesados, se obtiene otra característica de los países que han visto afectadas sus cifras de esperanza de vida: índices altos de obesidad. Con una predisposición del 71 % de sobrepeso y obesidad para adultos, Panamá tiene una de las tasas más altas del mundo, casi el doble que las de sus vecinos y diez veces mayor que la de Corea o Japón. Aunque la relación entre el peso y la salud es a veces controvertida, los niveles de obesidad de Panamá son responsables de aproximadamente una tercera parte de las muertes entre los adultos de 40 a 85 años. Por supuesto que no se debe reducir la obesidad a una función de caminar ni reducir el estilo de vida sedentario a la incapacidad para construir suficientes viviendas cerca de las zonas urbanas, pero más casas construidas cerca de los centros industriales y plazas comerciales probablemente reducirían los tiempos de transporte y aumentarían la actividad aeróbica total.
Si la escasez de viviendas nos hace menos saludables, la escasez de médicos garantiza que las enfermedades tratables no se controlen y conduzcan a casos más costosos. Panamá tiene cada día menos médicos generales per cápita, en parte porque nuestra política retrograda no permite la contratación de médicos extranjeros. Y junto con la falta de atención primaria asequible y accesible, tenemos tasas elevadísimas de muertes prevenibles relacionadas con alcohol, tabaco y comida chatarra. Ampliar el número de médicos de atención primaria reduciría las posibilidades de que condiciones tratables, como la hipertensión moderada y la obesidad, se conviertan en enfermedades costosas, como enfermedades del corazón y la diabetes, respectivamente.
La disminución generalizada de la esperanza de vida es una vergüenza para todos los países y debería ser una obsesión de todos los Gobiernos tratar de subirla con políticas concretas de salud pública.