Así lo confirmó el viceminsitro de Finanzas, Fausto Fernández, a La Estrella de Panamá
- 08/10/2022 00:00
¡Haz de tu sonrisa, una huella!
El primer viernes de cada mes de octubre, desde 1999, se celebra el Día Mundial de la Sonrisa. La mayor parte de las personas que contamos con algún dispositivo electrónico, usamos los emoticones. Uno en especial es usado con mayor frecuencia: “la carita feliz”.
El creador de este símbolo fue el señor Harvey Ball, quien proclamó el Día Mundial de la Sonrisa, pensando en ofrecer un momento diferente para ser feliz y llevar alegría a otros. Su intención, rendir homenaje a uno de los gestos más simples, pero más significativos que podemos ofrecer: la sonrisa.
Aplaudo todas las iniciativas tendientes a dejar un mundo mejor del que recibimos y esta no es la excepción. Empero, las caritas felices de los medios tecnológicos, no tienen comparación con el poder de una sonrisa regalada cara a cara.
Es una manifestación que puede ubicarse en todas las culturas quedando plasmadas en poemas ancestrales, en canciones, “piropos”, obras teatrales y textos sagrados, por mencionar algunos.
Hay sonrisas con la mirada, hay sonrisas tenues, amplias, misteriosas, ruidosas, cómplices. Como quiera que sea, es placentero ver a una persona sonreír genuinamente, pues este acto es simplemente contagioso.
Así vemos que los padres ansían observar la primera sonrisa de sus retoños, la que, generalmente, suele aparecer en el segundo mes de vida, antes de eso, los esbozos de sonrisas son movimientos involuntarios de sus músculos faciales. Pero, sin dudas movimientos sutiles, celebrados y muy admirados. De hecho, son tan dulces y tiernos que las abuelitas suelen decir: “el bebé debe estar soñando con ángeles”. Sin embargo, la primera sonrisa ocurre cuando empieza a distinguir los afectos, a sus padres, cuando identifican su mundo, su entorno. Luego, al ir creciendo, los niños y adolescentes ríen más del triple de veces que un adulto de edad madura. Volteemos la mirada y veamos parques, escuelas, “parkings”, unos con sus sonrisas “bocachitas” y otros con “alambritos”, las lucen orgullosos. Lamentablemente, de esto se infiere que mientras vamos alejándonos de esas etapas nos vamos deshaciendo de ella. Insisto, hagan la prueba y adviertan a su alrededor, sopesen las caras largas y duras que vemos en el día, frente a los pocos rostros alegres. Paradas de buses, restaurantes, sitios de trabajo, los mismos parques de los niños, cada quien inmerso en lo suyo, con pocas o ninguna intención de sonreír. Perdemos lo natural de ese maravilloso acto. Por eso ver a una persona sonriendo, siempre atrae como un magneto que cautiva al que lo capta, a veces despierta el interés, en otros admiración y para algunos menos hasta molestia, pero nunca indiferencia. Inclusive, a veces podremos olvidar el color de los ojos de alguien, pero no su sonrisa.
Apreciado lector, frente a las vicisitudes de la vida, una sonrisa puede detener el tiempo, cambiar el día, iluminar un espacio oscuro, llenar pasillos largos y despejados, borrar una lágrima del rostro, pues es una fuerza inmensa de la proyección personal, que irradia un ser humano desde su interior. Sabemos identificar su autenticidad, su espontaneidad o su naturalidad. Por eso tiene el potencial de producir fascinación. En algunas culturas las mujeres se privan de expresarla ampliamente tapando su boca al reírse, tal vez en señal de recato, muestra de femineidad, o coquetería coartando una expresión natural que debe ser genuina y espontánea. En fin, una sonrisa se percibe si es improvisada, si es planificada o estudiada. Sonriamos sin miedos, sin ataduras, sin complejos.
Sonreír es parte del lenguaje universal, y no importa no hablar el mismo idioma, una sonrisa la entiende cualquiera. Es gratis y nos ayuda en muchos ámbitos de la vida. Puede ser que sea correspondida o no, pero indudablemente se plasma en la retina del que la recibe, como un rayo de luz.
Tiene un poder sanador, generador de múltiples beneficios físicos y emocionales. Al sonreír, nuestro cuerpo libera químicos naturales que nos hacen sentir felices, enérgicos y mejorar nuestro estado de ánimo. De hecho, científicos modernos han llegado a proponer la “terapia de la risa” para mejorar el estado de salud.
Basta una sonrisa para comprender algo muy íntimo, de dos, del que la da y quien la recibe, por eso tiene la capacidad de alumbrar sitios lúgubres. La risa desplegada abiertamente y sin fronteras es la pasión que corre por las venas y no hay una igual entre uno y otro ser humano.
Solo miremos al cercano pasado, donde nuestro mundo apagó por dos años, aproximadamente, las sonrisas incluyendo la mía, por una pandemia indolente, que hizo estragos mundiales. Esta pandemia, con el uso obligatorio de mascarillas, borró las sonrisas de tantos rostros que estaban acostumbrados a brillar a través de ese noble gesto. En esos tristes momentos escuchar voces de aliento u oír una “atrevida y pícara” carcajada permitió a muchos seguir adelante. Hoy, estamos asumiendo una forma diferente de vivir, sin olvidar que la risa es parte de nuestra esencia. Y, aún ante situaciones duras, siempre hay cabida a esa pequeña curvatura en nuestro rostro que devela nuestro ser. En una frase simple, es una llamita que nunca debe apagarse.
Brindar una cálida sonrisa a nuestro paso, es un gesto sencillo capaz de transformar un día nublado en un día soleado, así como dijera un proverbio escocés: “La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz”. Estoy segura de que si nos propusiéramos sonreír, genuinamente, a nuestro paso contribuiríamos a hacer de nuestro día un mejor día.
Como vemos la sonrisa va atada a la esencia humana, que nos aleja de ser “robots” y que posee un increíble valor. ¿Por qué no empezar a sonreír más seguido?
Lo que sea que te haga sonreír: hazlo, búscalo y disfrútalo.