• 14/04/2023 00:00

'La constelación de la libélula' de Zary Alleyne

“En “La constelación de la libélula”, ha dado el difícil salto desde la excelencia cuentística de su libro “Encantamientos siniestros” (2021) hasta la minuciosa construcción de una apasionante novela [...]”

Escribir obras de ficción (cuentos, novelas) es una actividad especialmente fascinante, cuando quien lo hace sabe que está creando mundos verosímiles que se alimentan de la experiencia, pero también de la imaginación, entendida esta como una característica eminentemente humana, a menudo inseparable de la realidad real. Y cuanto menos se note la diferencia, suele ser mejor para el logro de efectos artísticos.

Por otra parte, resulta maravilloso cuando quien escribe, al igual que quien lee, es capaz de regocijarse explorando las mejores vetas del lenguaje, las prodigiosas posibilidades de una redacción no solo impecable sino innovadora. Todo lo cual alcanza su mayor sentido artístico cuando ocurre una simbiosis entre lo creado y lo interpretado por quien lee. De ahí que no solo se trate de saber escoger las palabras más idóneas, sino de combinarlas de tal forma que emitan una cierta novedad interpretativa.

Es un hecho irrefutable: en lo que va del Siglo XXI han ido surgiendo escritoras panameñas de muy diversas generaciones y estilos dotadas de una inmensa sensibilidad. En mi antología “Ofertorio: Secuencias y Consecuencias” (2021) aparece una rigurosa selección de 44 cuentistas, en comparación con no más de 12 que publicaron libros en el siglo pasado. Menciono algunas que tienen al menos tres colecciones de cuentos publicadas: Melanie Taylor Herrera, Lupita Quirós Athanasiadis, Danae Brugiati Boussounis, Nicolle Alzamora Candanedo, Isabel Burgos, Lissete E. Lanuza Sáenz, Cheri Lewis G., Isabel Herrera de Taylor, Sonia Ehlers y Annabel Migelena, cada una más talentosa que la otra. Y entre las que hasta el momento han publicado un solo cuentario, destaco a Érika Harris, Marisín González, Gilza Córdoba, Eyra Harbar, Blanca Montenegro, Zary Alleyne, Doris Sánchez de Polanco, Aileen Brown, Melissa Sánchez Salazar, Shantal Murillo y Diana Mayora.

Me ha tocado en suerte ser el editor de los dos primeros libros de Zary Alleyne (1970). Descubrir la maestría con la que escribe esta nueva autora, los variados logros de su prosa narrativa, ha sido un gran placer, así como lo será para sus lectores presentes y futuros. En “La constelación de la libélula”, ha dado el difícil salto desde la excelencia cuentística de su libro “Encantamientos siniestros” (2021) hasta la minuciosa construcción de una apasionante novela en la que sorprenden la fusión de lo cotidiano con la recreación del acontecer histórico, así como la hibridación de las pasiones humanas con el vuelo imaginativo que hace de la poesía su hábitat natural.

Abogada de profesión, su pericia literaria se pone de manifiesto años atrás con la escritura de cuentos infantiles, que, en su momento, tuvieron gran auge entre los niños lectores de aquella primera fase. Se trata de narraciones breves que la autora debe recoger en un solo libro, a fin de que nuevas generaciones de niños sensibles los disfruten.

Hoy, en dominio audaz de la palabra, adentrándose en temas más osados, sobre todo en su meticuloso quehacer cuentístico posterior, su creatividad oscila entre la ficción breve e intensa y hondamente apasionada de aquel primer cuentario, y esta novela, que, en más de un sentido, podríamos llamar “lírica”, en la que se ponen de manifiesto los vericuetos imprescindibles por donde fluyen la memoria y la capacidad de escenificarla a cada paso en los sucesos del presente, en cada escena, con éxito.

Así, si bien en “Encantamientos siniestros” la huella de maestros de la ficción breve como Poe, Quiroga y Cortázar afloran en diversos cuentos, en “La constelación de la libélula”, su primera novela, “lo poético” no es solamente el logro afortunado de expresiones de gran belleza visual y sonora, sino al mismo tiempo la confluencia de sucesos en que lo real y lo imaginario no tienen separación posible sin desvirtuar la textura proteica y a ratos porosa de la que están hechas determinadas escenas, recuerdos o acontecimientos fundamentales de la trama. ¡Vistas en su conjunto, las muy variadas virtudes escriturales de Zary Alleyne son algo que irremediablemente se denomina: talento!

Al mencionar algunos ingredientes específicos que articulan esta primera novela, sin duda es obligado aludir a la manera cómo cada personaje representa su femineidad de un modo personalísimo a la vez que se relaciona con otras mujeres de la historia sin que sobre ni falte nada que mantenga el interés del lector. Porque es sabido que una de las dificultades más arduas en el ámbito de la ficción -lo sabemos escritores y críticos- es lograr que cada personaje importante no se desdibuje por la impericia del autor; es decir, que mantenga vigentes los muy particulares rasgos de su personalidad, incluidas contradicciones, cambios de humor, inseguridades...

Zary Alleyne consigue no caer en tales peligros porque conoce a fondo la naturaleza humana y, también, porque en más de un sentido está reconstruyendo escenarios que en algún momento fueron reales y que conoce al dedillo. De ahí que la memoria sea también un factor estético sobresaliente en esta novela. La autora no solo supo al iniciar la escritura de esta obra que tenía amplia tela de donde cortar, sino que estaba consciente de que retomaba un mundo que le resultaba entrañable.

Escritor, profesor universitario, promotor cultural y editor.
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