Con motivo de la Cita Eucarística 2025, el arzobispo de Panamá, monseñor Ulloa, expresó un mensaje contundente y reflexivo frente a la situación crítica...
- 07/10/2020 00:00
400 pasos de suciedad
El confinamiento humano, producto de la pandemia, ha obligado a hacer algunos cambios en la vida cotidiana y promovido nuevas prácticas comunitarias y urbanas. Como lo hemos planteado antes, las ciudades se han visto presionadas a reforzar las medidas que procuren alcanzar altos índices de salubridad, limpieza en lugares de tránsito común y evitar las aglomeraciones y motivos que desaten los contagios.
Las tareas de desinfección de sitios públicos han abierto un área de énfasis en la agenda de gestión de los municipios y en urbes como la ciudad capital panameña, pues está directamente vinculada con la situación de seguridad ciudadana. Los vecinos salen a las calles recién abiertas y deben encontrar un ambiente que posibilite realizar las actividades diarias en un contexto seguro y que garantice la tranquilidad.
Por esa razón, es imprescindible constatar que se cumplan las ordenanzas, además del desarrollo de acciones que las autoridades cumplan para bajar los niveles de preocupación y que la población tenga el suficiente criterio para conocer de las conductas que debe asumir y que pueda desenvolverse en calles, aceras, callejones, veredas que posibiliten la movilización sin apremios y riesgos.
¿Es posible contar con estos escenarios ahora que se reabren locales comerciales y una mayor cantidad de individuos circulan públicamente? Escojamos un ámbito cualquiera donde se puede hacer un ejercicio para determinar las condiciones en que ha de encontrarse cualquier sitio e imaginar así el perfil de otros lugares comunes en los múltiples barrios en los perímetros en que se desenvuelvan las relaciones habituales.
Una calle común que desemboca en una de las avenidas principales. Al caminar desde un punto específico hacia la vía y se contempla lo que hay en el suelo. Es una distancia que llega casi a unos 400 metros y se hace un recuento de despojos en la acera, en su borde y el césped. Precisamente hay un colegio a lo largo de la ruta y empieza a verse lo que transeúntes y la gente que circula, ha dejado.
El balance es esclarecedor, 24 latas de cerveza y dos de gaseosas; 14 recipientes plásticos de bebidas, seis bolsas con desechos con las bocas anudadas, cinco vasos y la misma cantidad de botellas de vidrio y bandejas de poliestireno, dos mascarillas contra coronavirus, dos cajetillas de cigarrillos, tapas, cajas de pizzas, bolsas vacías y ocho otros materiales diversos. En ese costado, no hay locales y las personas solo marchan o estacionan sus vehículos.
Un encuentro fortuito. Antes de llegar al lugar donde esta ruta converge, una dama sale de su vehículo que allí ha detenido y saca un gran envoltorio con basura. Se dispone a dejarlo en un punto donde no existe basurero. Se le advierte que allí no hay un botadero y le muestro del otro lado, un depósito de residuos perteneciente a un edificio y ella contesta: “pues este será ahora un basurero, porque aquí voy a dejar esta carga”. Lo hace y se retira.
Habría que preguntarse si la fatal experiencia que todavía llena de luto a las familias no ha sido suficiente aleccionadora para adquirir una conciencia sobre el valor de la limpieza y en relación a la actitud; sobre todo, cuando lo que se haga, tenga repercusiones. Es necesario reconfigurar las maneras de vivir, de desenvolverse, de interactuar con los demás. Algunos conceptos como la libertad y el compartir en estas circunstancias han variado.
Lo peor es que si ese rastrojo de nuestra cultura ciudadana fuera recogido por algún condolido humilde funcionario de la Autoridad de Aseo, quizás la limpieza no dure más de dos semanas. El espectáculo se repetirá y el saldo que hemos detallado, afloraría nuevamente porque tanto duelo, todavía no brinda el estímulo para cambiar el chip hacia un modelo diferente y saludable.