“No dejo de oír a la gente pidiendo auxilio, su hilo de voz perdiéndose en la oscuridad y la silueta de un hombre en el techo de su coche alumbrada por...
- 28/09/2024 00:00
75 años del Festival Nacional de la Mejorana
El Festival Nacional de la Mejorana cumple tres cuartos de siglo, setenta y cinco años desde su creación en 1949. Un largo bregar que le coloca en la cima de los festivales folclóricos latinoamericanos, ya que se encuentra entre los zapadores del folclore regional.
La actividad nace en Guararé, población ubicada a 275 kilómetros al oeste de la ciudad de Panamá, locación que con el transcurrir del tiempo se ha constituido en referente del folclore istmeño. La cita vernácula fue ideada por Dora Pérez Moreno, docente de español, y su esposo, el ingeniero químico Manuel Fernando de las Mercedes Zárate, ambos con raíces santeñas. Brillante pareja que fue respaldada por un entusiasta grupo que no dudó en hacer posible la festividad.
La exaltación de lo tradicional surge a mediados del siglo XX, cuando se aceleran los cambios sociales y culturales, luego de que la carretera, construida por la administración Porras, hiciera desaparecer el tránsito de barcos entre la península y la ciudad de Panamá. En ese período de tiempo todo estaba preparado para que la sociedad tradicional, amenazada por la expansión del mercado y con influjos de culturas foráneas, rechazara los vientos de cambio que pregonaban otro estilo de vida; transformaciones alejadas de la personalidad colectiva que eran fruto de la Colonia y que en el siglo XIX comenzó a ser retada por el Ferrocarril Transístmico, el canal francés y el norteamericano, este último ya en el inicio de la vigésima centuria.
En el fondo de lo dicho, la fiesta de la tradición guarareña es hechura de su tiempo, representa el grito del hombre interiorano que mora más allá de la obra canalera y que asistía como mudo testigo del acontecer transitista. Porque lo de Guararé es la cita con la panameñidad, con el ser que se ha radicado en la campiña por más de cuatrocientos años y vive entre el campo y el pueblo, entre la carne frita y la chanfaina, la chicha de nance y el sonido de la mejorana.
Son variados los elementos estructurales que confluyen para hacer posible esta convocatoria con la cultura panameña. Sucesos como la expansión del mercado interno, la creación de la Universidad de Panamá, el establecimiento de la Normal de Santiago de Veraguas, el Instituto Nacional de Agricultura, el Instituto de Artes Mecánicas y los primeros ciclos secundarios de Chitré y Las Tablas, son indicadores de la nueva era y demuestran que el ser campesino está dejando de ser lo que había sido.
Por tales motivos el festival siempre ha tenido mucho de cabanga e incluso de disimulada rebeldía institucional. Tiene bastante del embrujo del canto de la cancanela, del vuelo del azulejo y de la iridiscencia del colibrí que visita las flores silvestres. Él resume en unos pocos días el dolor de la patria herida, sentimiento que en Guararé se hace carretas, danzas, tambores, violines, polleras, cutarras y rasgueo de la mejorana. También es mescolanza de lo sacro y lo profano, del acordeón bohemio y de la serena mirada de la Virgen de La Merced.
Mire usted que el festival guarareño forma parte del momento y encrucijada cuando lo campesino se desnaturaliza y la comercialización permea los campos; lo que conducirá, décadas después de su creación, a la adulteración del folclore, como el mismo Zárate avizoraba en los años sesenta. Sí, el festival refleja el saber vernáculo al mismo tiempo que simboliza los temores de la cultura campesina que mira cómo la chicha de frutas tropicales son reemplazadas por las novedosas gaseosas.
Y lo que se presentía en 1949, setenta y cinco años después, muestra al visitante la imagen del ayer, pero también la crudeza de los tiempos actuales, en ese pugilato entre el hombre folk y el rostro de la alienación contemporánea; entre quienes dicen hacer folclore, mientras esconden el espectro de la cornucopia.
Por tal razón, el Festival de La Mejorana asume un gran desafío contemporáneo, un reto que consiste en continuar siendo fiel a la visión zaratista, es decir, mantener la mirada centrada en la tradición, sin dejar de caminar por los nuevos senderos de la nación istmeña, siendo leal a ella y al panameño que vive en un país multiétnico.