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- 03/07/2022 00:00
“Es algo de nunca acabar”
De manera creciente se escucha la frase “es algo de nunca acabar” para referirse a las variantes que surgen del SARS-CoV-2, las recurrentes oleadas de casos de covid-19 y las dosis de vacunas requeridas para garantizar una óptima protección. Resulta importante mencionar, no obstante, que este comentario fue también frecuente durante las epidemias y pandemias que ocurrieron en el pasado a nivel mundial (influenza, peste, plaga, cólera, viruela, polio, tosferina, VIH, etc.). A excepción, quizá, de la gripe española de 1918 que duró unos 3 años para ser reducida a endemia, con subsecuentes brotes estacionales de más baja morbilidad y letalidad, todas las otras infecciones demoraron décadas en ser controladas razonablemente y muchas, aún ahora, siguen siendo vigiladas y manejadas para tratar de evitar que reemerjan como problemas relevantes de salud pública. Cada vez que un nuevo microbio salta del escenario zoonótico para causar enfermedad en seres humanos por vez primera, en poblaciones sin ninguna inmunidad natural previa, la ciencia aprende y se activa para responder lo más rápidamente posible en beneficio de la humanidad entera. Jamás en la historia, el desarrollo de vacunas o terapias seguras y efectivas había sido tan veloz como en la actualidad. Todos deberíamos estar agradecidos por lo conseguido a la fecha y ser más optimistas de cara al futuro.
Según estimaciones epidemiológicas, la pandemia de influenza acontecida hace una centuria acabó con la vida de aproximadamente 100 millones de personas. Pese a que el coronavirus actual es 10-15 veces más letal que ese virus gripal, la cifra global de fallecidos en estos 2 años y medio ha sido bastante inferior. Mejor manejo hospitalario, aceptación masiva de medidas de restricción (confinamientos, mascarillas, distanciamientos, prohibición de aglomeraciones, reducidos aforos, etc.), descubrimiento de tratamientos y, por supuesto, vacunación, han logrado mejorar el pronóstico de la novedosa y desafiante infección. Cálculos recientes estiman que al menos 20 millones de muertes han sido evitadas por las vacunas contra la covid-19. Prontamente, sin duda, habrá endemicidad, estacionalidad y suficiente inmunidad poblacional para ir retornando a la ansiada normalidad, sin excesiva preocupación cotidiana futura. Tan pronto se elaboren vacunas de segunda y tercera generación que cubran muchas variantes (bivalentes, multivalentes, pancoronavirus) o que tengan mayor poder esterilizante sobre la mucosa respiratoria (administración intranasal, coadyuvantes inmunes más potentes), trabajo que ya cursa las fases de investigación clínica, se definirá con mejor precisión el esquema ideal de inmunización y la periodicidad de potenciales dosis de refuerzo en los años venideros.
Aunque la variante ómicron ha causado una enorme cantidad de infecciones, la gravedad ha sido bastante inferior a la causada por todas las cepas previas. Este desacoplamiento entre infección y enfermedad se debe tanto a la menor agresividad del virus como a la inmunidad poblacional conferida por la vacunación, la covid precedente y su combinación (protección híbrida). A diferencia de las olas anteriores que mostraron un patrón picudo de 6-8 semanas de duración, la parábola actual es más prolongada debido a la circulación simultánea de varios sublinajes de la misma variante (BA-1, BA-2, BA-2.12.1) y prontamente BA-4 y BA-5, cada una con mutaciones disímiles tanto en la proteína S como en otras regiones antigénicas del SARS-CoV-2. Es muy probable que apenas BA-5 se torne predominante (actualmente en cifra de 3%), observaremos otro incremento sustancial en el número de casos. Urge, por tanto, lograr que más panameños de alto riesgo tengan al día sus dosis 3 y 4, que continúen usando mascarilla en lugares cerrados o concurridos (aunque eliminen la obligatoriedad en interiores), que los medicamentos antivirales estén disponibles en clínicas y hospitales, públicos o privados, a nivel nacional, que se permita la libre adquisición de pruebas validadas de autodiagnóstico por farmacias y supermercados a precios razonables, que dejemos de contar infectados y nos concentremos en hospitalización, defunción y vigilancia genómica y que mejoremos la ventilación en colegios, oficinas, restaurantes, gimnasios, salones de belleza y otros espacios cubiertos con sistemas eficientes de filtrado del aire circulante, la asignatura pendiente durante toda la pandemia.
El virus sigue evolucionando y marcando el camino, pero la ciencia está cada día más cerca de alcanzar su ritmo y marginarlo a un canal endémico, con posteriores brotes de menor impacto para la salud pública. Aunque es imposible predecir el rumbo del SARS-CoV-2 a corto plazo, las vacunas y terapias que se avecinan salvarán, por enésima vez, a nuestra especie de esta primera plaga del siglo XXI. Solo espero que hayamos aprendido las lecciones: invertir más en ciencia, enfocar las decisiones políticas en evidencias técnicas, desplegar más solidaridad y empatía con los demás, hacer la comunicación sanitaria más transparente, optimizar la divulgación mediática en temas de salud, castigar a los que difunden disparates o noticias falsas y combatir enérgicamente la desinformación malintencionada. Una mejor humanidad es posible, por más que muchos desadaptados, anclados mentalmente en negacionismos y supersticiones, intenten retrotraernos a épocas de rabos y pelambres…