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- 22/11/2008 01:00
Sobre el buen dirigente político
Resulta indispensable para el buen dirigente político cumplir con principios morales en torno a su quehacer. Por ello, trataremos de definirlo de la siguiente manera: el buen dirigente político es aquel que sabe que desempeña un importante papel de liderazgo y, por lo tanto, comprende que el liderazgo es función de responsabilidad comprometida y condición reservada a quienes son capaces de interpretar las exigencias del bien común. Por eso entiende que, además, la política es una ciencia a cuyo servicio debe quien la frecuente una clara inteligencia, un juicio mesurado, un honrado desprendimiento, una aguda intuición y una gran capacidad de tolerancia.
El buen dirigente político se esfuerza en ejercer la labor conductora con sentido de bien público y de superación comunitaria. Y por eso conviene en que la función pública, el puesto administrativo y las posiciones representativas no constituyen una retribución a la consecuencia partidaria ni una canonjía otorgada para el favoritismo o el nepotismo, sino tareas de muy seria responsabilidad reservadas a los más capaces y honestos.
El buen dirigente político se mantiene inmune a los halagos de la demagogia y a las incitaciones de la vanidosa preeminencia sectorial. Así, desecha los instrumentos de la demagogia que se sirve de la formulación de promesas falaces y anticipo de panaceas ilusorias para lograr catequizar la ciudadanía y luego burlarla en sus aspiraciones. Contrario a esa negativa actitud, todo buen dirigente político entiende que para lograr resultados positivos en la labor de liderazgo hay que obrar con la poderosa fuerza que da el propio ejemplo.
Un buen dirigente político evita emplear el arte de la simulación y del engaño. Recomienda más bien las excelencias de la democracia, en el entendimiento de que, para que esa democracia no sea falseada en sus fundamentos esenciales, hay que afirmar en el electorado los basamentos de su cultura, su capacidad de discernimiento y su patriótico fervor; que es lo mismo que decir, no falsear la verdad, declinar el empleo de la depredación, del agravio negativo y de la beligerancia ofensiva, cuando se trate de formar conciencia lúcida y fecunda en las agrupaciones que se pretende orientar y dirigir. Contrario a todo ello, el buen dirigente político utiliza la dialéctica persuasiva, el sereno razonamiento y, sobre todo, el fundamento básico de la verdad. Cumple, de igual modo, con separar todo interés especulativo de naturaleza personal y poner un fervoroso empeño en la defensa de las empresas de utilidad pública, como son, entre otras, la educación, la salud, el trabajo y la vivienda.
Finalmente, el buen dirigente político, debe encarar la tarea del liderazgo con el arraigado convencimiento de que se brinda un valioso aporte a la armonía y al progreso social, porque una conducción generosa, recta y honorable salva a los pueblos de la anarquía disolvente, las inercias infecundas y los efectos negativos del descreimiento espiritual. Decía Eusebio A. Morales: “No son jefes de partidos políticos a quienes les envían notas de nombramientos: jefes son aquellos hombres cuya voz se espera y se acata por movimiento espontáneo de las masas; aquellos a quienes los partidos ven la encarnación de una idea o en quien comprenden el vigor de la voluntad, la energía de la acción y la capacidad para el sacrificio”.
-El autor es pedagogo, escritor y diplomático.socratessiete@gmail.com