• 29/08/2008 02:00

La buena pluma

Y eso no basta, no importa. La ciencia prevalece sobre el arte. La grosería sobre lo bello. La impiedad sobre lo sagrado. Nunca hemos vi...

Y eso no basta, no importa. La ciencia prevalece sobre el arte. La grosería sobre lo bello. La impiedad sobre lo sagrado. Nunca hemos visto tanto atropello sobre la verdad y lo decente.

Así están las cosas. Plumas que ambulan cuando el interés los apremia o les resarce su propio ego. O cuando les incita lo nada cierto y seguro de la sinrazón humana. El tiempo de convencer, de deleitar, pasó. Ahora se imponen criterios y se mezclan ideologías. Impera mi verdad. La intransigencia y la desfachatez tienen su lugar. Cualquiera parece decantarse por lo ignoto, por lo increíble, como en los primeros tiempos.

En medio de tanta precariedad la esperanza se mantiene. Y es incorruptible. Todavía hay y habrá esa emoción estética por lo bello y duradero. El objeto propio del espíritu. La plena posesión de la verdad. Como decía Platón: “splendor veri”. Es decir, cuando por los ojos pasa a la imaginación y llega al alma la verdad de los hechos. Y esa verdad es única y reluciente. No habrá forma de apagarla. Solo se apagan quienes tratan de desvirtuarla. Es la verdad que da ese placer puro, inmaterial y desinteresado. No es placer sensual sino estético.

Cuando la buena pluma produce un placer puro e inmaterial es porque en ella hay belleza. La belleza tiene una relación íntima con la moralidad, porque no puede haber emoción del alma allí donde se ve ofendido el sentido moral. ¿Qué deleite puro y espiritual puede haber en lo que camina mal? En lo que es falso y engañoso. Contrario a Dios.

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