• 10/10/2019 00:00

Los órganos del Casco Antiguo

Cabe preguntarse ¿qué valor tienen instrumentos musicales, en especial órganos de tubos, en la historia, vida, cultura e imagen pública deseada en Panamá?.

Cabe preguntarse ¿qué valor tienen instrumentos musicales, en especial órganos de tubos, en la historia, vida, cultura e imagen pública deseada en Panamá?

El arte de la música y el de las otras bellas artes expresan lo irremplazable y espiritual de nuestra cultura en general formando, en el caso de los órganos, parte importante de nuestro legado histórico musical transmitido de generación en generación como valor vital de nuestra propia civilización de amplio mestizaje cultural.

Pero la valorización de este “rey de los instrumentos” en la jerarquía de nuestra cultura musical dependerá mucho de la imaginación creativa de cada panameño y de la vinculación que quieran darle al órgano como imán turístico y como parte integral de nuestros valores culturales.

Por suerte tenemos un grupo de personas lideradas por el Comité Arquidiocesano Amigos de Iglesias del Casco Antiguo (CAICA) que comparten esa imaginación mágica, profundamente consagrados a la misión de dotar de un órgano de tubos a cada iglesia del Casco Antiguo. El primero se instaló en 2016, el bellísimo ejemplar barroco de la iglesia de La Merced con 1032 tubos; el segundo en enero 2019, más monumental y con una fachada riquísimamente tallada, en la Catedral Basílica, con 2570 tubos; el tercero en septiembre 2019 más pequeño de solo tres registros, en el Oratorio San Felipe Neri. Felizmente, se acaba de encargar el cuarto para la iglesia de San Francisco de Asís, un órgano sinfónico que será único en Panamá de 2500 tubos y 80 registros. Quedan pendientes los de las iglesias de San José y Santa Ana.

Los órganos son instrumentos teclados con más de mil años de historia; los primeros fueron traídos a Panamá en tiempos coloniales, todos hoy desaparecidos, si bien existían varios de tipo teatral en los cines capitalinos a principios del siglo XX y a mediados del mismo se instaló el enorme Wurlitzer de 2200 tubos en el Hotel El Panamá, donde Lucho Azcárraga y Avelino Muñoz deleitaban a sus ávidos oyentes con tonadas populares.

Todo órgano está formado por tres partes principales: el viento, aire presurizado por fuelles mecánicos accionados por motores eléctricos; el secreto, su centro interior que recibe el aire presurizado, repartido a los tubos mediante los “registros”; los tubos sonoros, el flautado controlado manual o pedalmente por el teclado y sus registros que le dan su gran rango tímbrico y la infinidad de sonidos que imitan la voz humana y la de muchos otros instrumentos musicales.

A través de solo tres de ellos se ha enriquecido nuestra cultura y nacionalismo musical, como recientemente demostró el primer festival de conciertos para órganos organizado por el Maestro Dagoberto García, organista titular de la catedral, con una audiencia de miles de personas, entre panameños y turistas. Ya se está programando un segundo festival para septiembre 2020, preparando el terreno para que Panamá se convierta en pieza clave del ciclo internacional de conciertos para órganos.

Estamos, pues, al comienzo de una era sonora inédita en la historia musical de Panamá.

Exdiplomático
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