• 23/11/2009 01:00

Reforestación de las ciudades

Recientemente tuve la oportunidad de visitar la ciudad de Shanghai, China, población 18.5 millones de residentes permanentes, más de cin...

Recientemente tuve la oportunidad de visitar la ciudad de Shanghai, China, población 18.5 millones de residentes permanentes, más de cinco veces la población Panamá. Shanghai está dividida en dos mitades por el Río Huang. Veinte años atrás solo existía una mitad: Pu-Chi, ubicación del famoso “Bundt”, que era el centro económico de la ciudad, donde, en la década de 1930, estaban radicadas poderosas empresas Europeas. La otra orilla del Río Huang se llama Pu-Dong y, hasta hace un par de décadas, la misma estaba dedicada a la agricultura. Era tan difícil cruzar el Río Huang que se decía, “más vale tener una choza en Pu-Chi, que un palacio en Pu-Dong”.

Hoy, alrededor de una docena de túneles y puentes cruzan el Río Huang, y Pu-Dong se ha convertido en la mitad de Shanghai más urbanizada, con una de las mayores concentraciones de rascacielos del mundo. Me hospedé en un hotel de 86 pisos, frente al cual se acaba de terminar una torre de 101 pisos y se ha iniciado la construcción de otra de 126 pisos. En estas construcciones se trabaja 24 horas al día.

Pero lo más impresionante de Shanghai no son sus rascacielos, sino la gran actividad que se despliega en ambas partes de la ciudad, en preparación de la misma para la gran Feria Mundial de Shanghai, que se inaugurará en enero de 2010. Se está terminando la construcción de amplias y modernas avenidas y, tanto las nuevas como las existentes, se están embelleciendo con la siembra de árboles. Se trata, no de plantones, sino de árboles adultos que están siendo trasplantados. Son árboles de gran verdor, pero relativamente pequeños, que no destruyen las aceras ni las calles, los cuales se dotan de parrillas de acero, que permiten la penetración del agua y del aire, como ya se ha hecho, con tanto éxito y seguridad, en Paris y Tokio. Se trata de árboles escogidos para ornamentar estas tres grandes metrópolis y los mismos no se caen ni truncan la vida de personas que estacionan sus vehículos cerca.

Estos no son árboles con los cuales se pretende reforestar dichas ciudades, sino árboles que las llenan de verdor y vida y son de vocación ornamental y no forestal. Un terreno donde existió una foresta, y no está ocupado por una ciudad, se puede reforestar; más en una ciudad solo se puede ornamentar, no reforestar. Y en nuestra ciudad se ha cometido el error de tratar de ornamentar con árboles de la foresta, algunos de los cuales son excelentes para reforestar, pero en la ciudad traen destrucción de aceras y calles y hasta la muerte de seres humanos.

Los guayacanes florecen con intensa vistosidad en el verano y, en la comunidad de nuestro bosque, se apoyan en y apoyan a los demás árboles y, cuando el tiempo los debilita, su caída es lenta y pasa desapercibida. Lo mismo sucede con los caobos, los cuales producen una madera de altísima calidad y no causan destrucción ni muerte en la comunidad de la foresta. Pero en la ciudad, no solo son un peligro, sino que también pierden su elegancia cuando tienen que ser podados repetidas veces para evitar que hagan contacto mortal con las líneas eléctricas. Y los corotú son árboles apropiados para darle sombra al ganado en los potreros, donde el terreno, no cubierto por concreto, les permite balancear su frondosidad con sus raíces. Como si no fuera suficiente poner en riesgo la vida de los que vivimos en esta ciudad con estas tres especies nativas, hemos también tratado de ornamentar nuestra ciudad con especies forestales importadas, como el laurel de la India, el caucho y el melina. Las dos primeras son verdaderos destructores de calles y aceras y el tercero es un productor de madera de crecimiento rápido, el cual, si no se cosecha al terminar su crecimiento, se caerá sobre calles, aceras, vehículos y casas, causando muerte y destrucción.

Las autoridades en lugar de resolver el problema, han hecho su solución virtualmente imposible, requiriendo un permiso de ANAM y otro de la Alcaldía para derribar un árbol totalmente inapropiado para ornamentar la ciudad y que pone en peligro la vida y hacienda de sus residentes. Luego de recorrido el vía crucis de estos dos permisos, el derribar un árbol peligroso se hace aún más difícil al tener que pagarle a la Alcaldía cientos, y hasta miles, de balboas por el derecho de quitar un riesgo a la vida humana. Esto lo debían hacer las autoridades por iniciativa propia, cumpliendo con su responsabilidad primaria hacia los residentes de la ciudad. Si lo hubieran hecho, hoy no tendríamos que lamentar la prematura terminación de la prometedora vida del Dr. David Andrés Robles Burgos, de 28 años. A sus padres les envío mi más sentido y dolido pésame.

¿Cuántos otros mártires de nuestros errores, y nuestra negligencia en corregirlos, tendremos que lamentar antes de que los árboles forestales en nuestra ciudad sean reemplazados por árboles ornamentales, como los de París, Tokio y Shanghai? ¿Tantos como los que fallecieron en el autobús incinerado? ¿Tantos como los que fallecieron por la catástrofe del Seguro Social con el dietilenglicol?

*Empresario.opinion@laestrella.com.pa

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