• 16/07/2019 02:00

Virtudes cívicas

El civismo, en cambio, es la dimensión política de toda persona, lo que conforma su identidad ciudadana y su compromiso con los derechos y obligaciones de un buen ciudadano 

La relación de afinidad y oposición, unión y separación de estos dos conceptos, virtud y civismo, la define cada sociedad de acuerdo con su propia condición y naturaleza, al ser una realidad social siempre cambiante por estar sujeta al tiempo y sus circunstancias.

En contraste, la virtud de un ser humano consiste en su esfuerzo personal para no solo hacer el bien, sino también para saber cuándo debe hacerlo, o sea, como actuar dignamente en toda ocasión, con placer y alegría, sin otra regla que su misma voluntad, como afirmación y manifestación de su humanidad virtuosa e ideal. Es un asunto privado, como la religión.

El civismo, en cambio, es la dimensión política de toda persona, lo que conforma su identidad ciudadana y su compromiso con los derechos y obligaciones de un buen ciudadano, o sea, el conjunto de normas y valores éticos y morales comunitarios que rigen su conducta. Forman parte de la cultura cívica de la comunidad donde se vive.

Por eso cada sociedad tiene su manera propia y única de concebir esa realidad y definir la relación que existe entre virtud y civismo. Esto es importante porque la virtud personal es una forma de conseguir que los ciudadanos sean cívicos, por no decir civilizados.

Veamos el caso de Panamá, su cultura cívica y la ética de sus virtudes ciudadanas, como preámbulo a los próximos cinco años y el posible éxito o fracaso del programa previsto por esta nueva administración perredista.

Como herederos de la filosofía política de J. J. Rousseau gozamos de una cultura de convivencia pacífica y solidaria, bajo conceptos constitucionales de igualdad y libertad, pero desafortunadamente, lo que más tipifica el civismo panameño es la pasividad egoísta ciudadana, producto de una concepción negativa de la libertad democrática, que nos asocia más al consumismo neoliberal prevalente aquí y a sus actividades antihumanas, apartándonos así de los valores de un civismo responsable, tolerante y solidario.

Cuando toda acción humana es solo parte del mercado capitalista, como sello de su modernidad, entonces se crea una relación de indudable oposición y separación entre virtud y civismo, sin tener que recurrir al computo de virtudes ciudadanas de Aristóteles ni de los deberes ciudadanos enumerados por Cicerón, de los cuales también somos herederos.

El consumismo neoliberal, donde todo tiene su precio, solo es afín con las acciones inhumanas inherentes a esa estructura de inequidad capitalista promovida por su elite económica, dando al traste con la ética de virtudes ciudadanas panameñas, dificultando aún más la adquisición de esos buenos hábitos del corazón (la ‘religión civil' de Rousseau) que nos convertirían en ciudadanos civilizados.

¿Por eso nos faltan fuerzas para actuar virtuosamente y con civismo? Todo indica que la dualidad de virtud y civismo panameño se disuelve en una sola imagen: la del juegavivo indecente, cuya agresión es simbólica de la lucha y discordia que somos, trazando la raya divisoria entre un ser civilizado y ese otro egoísta y corrupto. No dejemos que esa agresividad triunfe sobre el civismo virtuoso.

EXDIPLOMÁTICO

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