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- 18/06/2013 02:00
De clientelismo y transfuguismo
El termino ‘clientelismo’ deriva del vocablo latino ‘cliens’, que en la época romana era el ciudadano, que, por su posición de desventaja a lo interno de la sociedad, se encontraba obligado a recorrer a la protección de un ‘patronus’ o un entero ‘gens’ (clan familiar) a cambio de varios favores. El Cliente estaba obligado ante su patrón a votar en su favor en las asambleas y prestar servicio militar a su favor de ser necesario.
Era la práctica mediante la cual personas influyentes o individuos insertados en la administración pública instalaban un sistema de favoritismo e intercambio, basado en la asignación arbitraria de recursos, prebendas, beneficios o puestos en el panorama político social a cambio de devolver favores en respaldo a las solicitudes del ‘patronus’.
Wikipedia define aún mejor esa malsana práctica como: ‘En un sistema de clientelismo, el poder sobre las decisiones del aparato administrativo del Estado se utiliza para obtener beneficio privado; el patrón —sea directamente un funcionario, u otra persona dotada de suficiente poder como para influir sobre los funcionarios— toma decisiones que favorecen a sus clientes, y que estos compensan con la perpetuación en el poder del funcionario implicado o de su entorno.
La relación puede fortalecerse mediante la amenaza de utilizar esa misma capacidad de decisión para perjudicar a quienes no colaboren con el sistema. Resulta paradigmática, a este respecto, la habitual relación entre los principales medios de comunicación comerciales y privados, y los principales partidos cercanos a cualquiera de los principales organismos de poder, fenómeno particularmente característico de sistemas con fuerte consolidación o predominio de situaciones de bipartidismo.
En general, los sistemas clientelares aparecen donde la necesidad de integrar rápidamente un elevado número de participantes a un sistema político sin tradición organizativa lleva al desarrollo de sistemas de mediación informal entre la acción estatal y las necesidades de las comunidades’. No encuentro mejor manera de describir nuestra realidad política actual.
Del clientelismo surge la llamada ‘maquinaria política’, término que nos viene de los estadounidenses y que se entiende como la organización partidista dirigida por un solo jefe o un pequeño grupo autocrático, que controla los suficientes votos para mantener control político y administrativo de una ciudad, distrito, provincia o país. Es lo que nosotros conocemos o popularmente como ‘la aplanadora’.
Tenemos que convenir que ambos fenómenos, clientelismo y maquinaria política, existen en nuestro país, para nuestro gran pesar y su mejor manifestación es el fenómeno de transfugismo (o de ‘nómadas’, por los múltiples cambios de tolda política de algunos de estos personajes, como bien lo define el Daniel Pichel en su artículo dominical).
Hace un buen tiempo me referí al fenómeno de transfugismo en sus inicios, antes de que se convertirá en una epidemia endémica, lo que hace mis comentarios más apropiados y vigentes hoy, cuando ya se ha iniciado el nuevo proceso electoral hacia el 2014.
En mi artículo anterior sobre el tema de transfuguismo, reconocía que nuestro gobierno impulsaba importantes obras de infraestructuras físicas, que sin duda mejorarían notablemente nuestra circulación vial y el uso de los transportes públicos, pero no es menos cierto que ha descuidado el sector social e institucionalizado los fenómenos políticos de transfuguismo y populismo. (A propósito, tengo dudas de que obras físicas, cuan monumentales sean eligen gobiernos, contrario a mejoras en calidad de vida).
En mi escrito anterior indicaba que del vocablo ‘tránsfuga’ surge la asociación de traidor que se le da al tránsfuga de colectividad política, ya que comete traición a sí mismo, su partido y su electorado al abandonar una formación política para engrosar las filas de otro partido. Es mayor la traición cuando el ‘salto’ se da por claro beneficio personal, como todo indica sucede en nuestro caso. Continuaba diciendo que el transfuguismo no propicia un clima político honesto, viola principios éticos, va en contra del bienestar social, pues corroe las fibras morales de la sociedad, confunde al electorado, crea desconfianza y justificada mala imagen de la Clase Política.
Es peligroso, aún para la propia Clase Política, estimula su autodestrucción, merece castigo, pues el puesto de elección no le pertenece al tránsfuga; le pertenece al electorado y al partido político que lo eligió. La práctica debe ser castigada, desafortunadamente, nuestro gobierno, para propiciar los ‘saltos’ de partido, logró eliminar las medidas legales que penalizaban la práctica, muy hábilmente, las aplazó para su aplicación en 2014 y posible beneficio, dependiendo de los resultados electorales y evitar transfugismo de su gente.
Creo en que, a medida que nos acerquemos más a las elecciones, vayamos pensando más en usar nuestro voto como castigo moral para los tránsfugas. Hay que condenarlos al ostracismo político vitalicio.
BANQUERO Y EXDIPLOMÁTICO.