• 18/10/2008 02:00

Oneroso costo de educar sin valores

Asomado a la ventana observaba las sinuosas ondas de vapor dispersas en la perspectiva de un solitario andén, que daba la bienvenida a u...

Asomado a la ventana observaba las sinuosas ondas de vapor dispersas en la perspectiva de un solitario andén, que daba la bienvenida a una lánguida figura exhibitoria de los estragos heredados por la faena de jornalero. Un paso firme rápidamente lo condujo al patio de la casa, donde su persuasiva mirada encontró la aprobación a través de un leve gesto con el que asentí, sellando el virtual contrato refrendado por uno de sus vástagos.

Dos horas bastaron para dar por terminada la rutinaria labor e iniciar a afinar los detalles monetarios del finiquitado convenio. Sorpresivamente quien estaba al frente de la empresa era el último de la descendencia que el veterano padre había forjado con solidaridad y responsabilidad. Mientras me hablaban, empecé a reflexionar en torno a ese reducto de vándalos leguleyos, cobardemente escudados en un uniforme que no debería otorgarles la condición de estudiantes para exigir reivindicaciones y derechos, ante una justicia que se hizo vidente a razón de la afrenta y los destrozos que ellos, irónicamente protagonizaron en su propia casa de estudios. Estamos frente a una generación que mayoritariamente se jura digna y merecedora de todo en contraprestación de absolutamente nada; todo les viene envasado en cajas de regalos con sellos de entrega inmediata a la puerta de sus habitaciones, que ahora también pretendemos hacer infranqueables. Una contagiosa sordera afectiva los asedia y mantiene en cuarentena del bienestar común. Sin darnos cuenta so pretexto de “darles todo lo que yo nunca tuve”; los fuimos transformando en una maquinaria arrolladora de ambiciones materiales que no parece detenerse ante nada ni nadie. Omitimos enseñarles el valor de las cosas y lo pedregoso que puede resultar el sendero hacia ellas; vivimos constantemente buscando la manera de prepararles el camino, en lugar de apertrecharlos para recorrer el mismo.

Por fin, la llegada del autobús trajo consigo el puntual anuncio de entrada a clases para el pequeño empresario, así terminaría una entusiasta plática capaz de revelarme que la buena educación no es un asunto meramente racional, sino afectivo, que va liado a la familia, por tal motivo ante el colapso de un sistema educativo que se debate en medio de escándalos financieros, arbitrariedades de padres de familia y para colmo, un marcado lesseferismo estudiantil; el gran reto de todos los panameños estriba en retomar las riendas de sus hogares para encauzar el futuro de la sociedad; lo que va a depender directa y proporcionalmente de la transmisión efectiva de un sinnúmero de principios sobre los que se asienta el desarrollo armónico e integral de la personalidad de nuestro capital humano, de lo contrario resignémonos a seguir desembolsando a perpetuidad? los onerosos costos de una educación sin valores.

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