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- 07/01/2009 01:00
Una crítica malintencionada
Es muy común que nuestra tendencia a criticar se propague sin ton ni son y convertimos a la crítica en una forma de oposición y rechazo a todo aquello que no nos gusta; observamos y manifestamos inconformidad en casi todo: el modo de vestir, las opiniones, la forma de gobierno, las normas de vialidad, la conducta del vecino.. y muy pocas veces, hacemos un juicio objetivo y valiente sobre nuestro comportamiento y modo de pensar.
Lo primero será reconocer que frecuentemente hablamos sin fundamento, nos quedamos con unas cuantas palabras del noticiero o del diario, cotejando nuestra pobre información con los comentarios que escuchamos en la oficina o con los amigos, hacemos conjeturas y emprendemos el vuelo aprobando o desaprobando todo tema de actualidad: iniciativas de ley, la política económica, los eventos sociales, sucesos de carácter internacional y hasta las nuevas disposiciones en materia de educación o de salud..
¡Con qué facilidad no erigimos en autoridades competentes!
Es claro que las decisiones de índole social o política son a veces muy distantes del común de las personas, pero esto no justifica la critica malintencionada. Pero la crítica más dura y severa la realizamos hacia las personas que conocemos y los lugares donde asistimos: nos disgusta el sistema de trabajo que se lleva en la empresa, y por ende, quienes la encabezan; calificamos la aptitud de nuestros colegas con comparaciones absurdas; señalamos con firmeza los defectos, costumbres y hábitos de nuestros conocidos y amigos; nos disgustamos porque en casa las cosas no se hacen a nuestro gusto. ¿Acaso hacemos un bien expresando opiniones negativas?
Cualquier comentario fuera de lugar o falto de delicadeza, no solo ofende, destruye además la buena comunicación, la imagen y opinión que se tiene de las personas y por si fuera poco, habla muy mal de nosotros.
Para que nuestra crítica tenga valor, se requiere una actitud honesta, leal y sencilla: si algo nos disgusta o incomoda, no hay por qué escondernos en el anonimato, generar murmuraciones o crear conflictos, si deseamos que las cosas y las personas mejoren, lo correcto será acercarnos a los interesados y expresar abiertamente nuestro punto de vista, dispuestos a escuchar y a obtener un resultado provechoso para todos.
Para concretar propósitos que nos lleven a ejercitar el valor de la crítica realmente constructiva debemos evaluar con sencillez y valentía nuestro modo de ser, y esto significa ser autocríticos.
Cualquier crítica debe formularse responsablemente a través de la reflexión, considerando las implicaciones que podría tener. El respeto que se le debe a las personas se manifiesta protegiendo su buen nombre y reputación, además de procurar su mejora individual. De esta manera actuamos en justicia y todo nuestro actuar se convierte en actitud de servicio e interés por el prójimo.
-La autora es psicóloga clínica.gemiliani@cableonda.net