• 08/07/2021 00:00

Crónicas del perdón en la violencia política contra la mujer

“En un documental que hicimos desde la Asociación de Parlamentarias y Ex Parlamentarias de la República de Panamá, escuchamos testimonios inverosímiles vividos por mujeres políticas panameñas […]”

Las cosas que se ven y se escuchan en cuanto a la violencia política contra las mujeres, son para escribir libros de varios volúmenes. En un documental que hicimos desde la Asociación de Parlamentarias y Ex Parlamentarias de la República de Panamá, escuchamos testimonios inverosímiles vividos por mujeres políticas panameñas, y algunos, ni siquiera fueron públicos, porque aún se mantenían las heridas abiertas y el dolor era demasiado. Por otra parte, también contamos con el filo de la censura y hay cosas que no pueden salir a la luz, porque la producción la patrocina quien justamente ha violentado a las mujeres políticas.

Por ejemplo, una diputada que ganó legítimamente una reelección, se le despoja de su curul y, a pesar de haber sido diputada en dos ocasiones anteriores, la acusan de no ser panameña (así que tuvimos a una extranjera por 10 años en la Asamblea y no se dieron cuenta, sino, cuando ganó por tercera vez). Resulta que tampoco pueden probar que es de otro país. Así que el caso queda en la antología de Ripley, y la dejan como fantasma, no existe, le quitan la ciudadanía panameña y como no tiene otra, la transforman en una apátrida. Casos y cosas…

Otra diputada, es acosada, amenazada, perseguida durante toda la campaña electoral y para rematar, entran a casa de su abuelita, la amordazan, la meten en un jacuzzi para que se ahogue, mientras violan a la nana de su hijo. Con denuncia y todo, no ha pasado nada. Casos y cosas…

Otra diputada, recibe en el rostro un objeto contundente de parte de uno de sus colegas frente a decenas de testigos, todos colegas. Ella intentaba defender a otro de la furia del agresor. El “defendido”, sale en los medios junto al “agresor”, diciendo que aquí no ha pasado nada. La víctima del objeto contundente en su rostro, le pone una demanda al agresor. El agresor le pone tres contrademandas, y una detrás de otra, se las niegan (¡tremendos abogados que tiene!).

La demanda de la víctima sigue su proceso. En medio de la historia, el agresor sufre una pérdida dolorosa. La víctima le da consuelo. El agresor sale públicamente diciendo que la víctima se ha despojado de su orgullo al darle consuelo y que por eso la perdona.

¿Qué? ¿Esto es realismo mágico o qué cosa? No. Esto es machismo en su máximo esplendor. Yo te agredo, tú me demandas, yo te demando también, pero mis demandas las mandan por un tubo, bueno, yo sufro, tú me consuelas, yo te perdono de la demanda que me pusiste porque has dejado tu orgullo de lado.

¿Me siguen? Solo falta que el final de la historia sea: “Está bien, gracias por perdonarme que te haya demandado porque me tiraste un objeto contundente en mi rostro y casi me partes la boca, y a pesar de que tengo todas las pruebas de la agresión y decena de testigos (por eso me aceptaron mi demanda, que sigue en curso), yo mejor la retiro y así, te demuestro que sigo despojándome de todo mi orgullo, hasta que no me quede nada de lo cual enorgullecerme”.

“Así, viviremos en paz porque al final, pertenecemos a la misma familia y porque cuando mi partido gobierna, a todos nos va bien. ¿Qué derecho tengo yo a desestabilizar a nuestra familia política? Mejor lavamos la ropa sucia en casa”.

En fin… cómo quisiera que el final de la historia fuera otro, para beneficio de muchas mujeres, que aún no se atreven a denunciar y para reivindicar a las que por no denunciar o por denunciar y no ser escuchadas por la “justicia”, hoy están enterradas o desaparecidas con su ropa sucia manchada de sangre.

Escritora, diplomática.
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