• 05/08/2025 00:00

Dardos de pensamiento crítico sobre fascismo y lumpenfascismo

El término “fascismo”, es frecuentemente empleado para describir regímenes o gobiernos de manera estereotipada, esto es, asignándole esta denominación a todos los grupos de poder gubernamentales, cuando solo poseen algunos rasgos de los que definen a una entidad política como fascista, siendo esto una distorsión por no considerar todos los rasgos que lo identifican como tal. Esto se convierte en lugar común, no solamente en los pasillos y aulas académicas, sino más delicado aún, entre los líderes políticos, sindicales y gremiales de nuestro país. Para lo cual espero aportar algunas orientaciones al respecto.

En primer lugar, el fascismo es una forma de organización de la sociedad o de una parte de esta, que lleva a conductas sociales a nivel del conjunto de un Estado y del conjunto de instituciones de la sociedad por parte de un grupo de poder que reacciona porque ve amenazado su poder, fundamentalmente en su base económica. Aquí, ya el grupo en el poder no registra las mismas ganancias que antes, en virtud de que el modelo de economía (explotación) en la que se basa, muestra agotamientos crecientes y esto se manifiesta en la disminución de su control de la sociedad. De aquí que se inventen enemigos contra los cuales pelear y que representen fuerzas disonantes, para eliminarlos, si impiden la recomposición del poder para la explotación, dominación y opresión .

El caso estudiado científicamente que consideramos como clásico y ejemplarizante no es el nazismo alemán ni el fascismo italiano, sino el bonapartismo francés del siglo XIX. Luis Napoleón Bonaparte -sobrino del famoso Napoleón que modernizó el capitalismo de la época- apareció cuando las crisis por el deterioro del modelo económico configurado por su tío muestra grandes fracturas, reflejadas en las instituciones políticas y las crecientes demandas populares. Siendo favorecido por la confianza que le dan los grandes poderes económicos franceses, Bonaparte se alza como figura política que pone el orden (autoritarismo) por encima de las leyes existentes, creando otras que favorecían a este grupo económico y no a los pequeños empresarios, ni mucho menos a las clases trabajadoras, para salir de la crisis y aumentar las ganancias de los grupos de poder. Esto es exactamente lo que repiten desde Mussolini (Italia) hasta Trump (EE.UU.) pasando por Hitler (Alemania) y Netanyahu (Israel). Similar al autoritarismo y terrorismo de Estado impuesto por Bukele (El Salvador), Milei (Argentina) y... Mulino (Panamá). Pero, ¿este rasgo los hace fascistas a todos estos gobiernos? La verdad que no.

Hay algo tan fundamental como este autoritarismo por más clasista y saña racista que muestre, que deben poseer, a saber, que sus políticas sean proteccionistas, es decir, fomenten sus mercados internos y ejerzan su auténtica soberanía sobre sus territorios y bienes económicos. Por tanto, lo que está haciendo el grupo gubernamental liderado por Trump lo incluye perfectamente en la denominación de grupo fascista. Su guerra arancelaria va dirigida a recomponer el poder que ha venido perdiendo los que controlan ese Estado. Como excelentes fascistas, intensifican la acumulación de los propios a partir de la desposesión de riquezas a los “no nacionales” o “no propios”, de lo que hace entendible que impulsen la superexplotación de mano de obra en las colonias o excolonias o de grupos migrantes (judíos, gitanos, latinos, afros, originarios, chinos, etc.) y espoliación de materias primas extraídas casi gratis de estas zonas del llamado “sur global”.

Y... lo que hace el gobierno Mulino, que ha aplicado muchos de los métodos tendentes a pulverizar cuanta oposición se alce contra sus medidas —la persecución a líderes gremiales y sindicales, la aniquilación de organizaciones económicas de los trabajadores, la brutalidad policíaca contra pueblos originarios y afros, etc.— para recomponer el poder de los clanes económicos sustentados en el modelo transitista rentista ¿Es fascismo? Ciertamente es un rasgo que posee el gobierno, pero no lo hace fascista.

Para que lo sea, tendría que impulsar políticas de proteccionismo de nuestros bienes materiales o de tomar autoritariamente los recursos de otros países, ocurriendo lo contrario. Toda su política está orientada a entregar nuestros medios que producen riquezas, a los intereses económicos del régimen fascista de Trump y otros similares. Ya vimos la obediencia disciplinada a los requerimientos del régimen estadunidense respecto de los puertos terminales del Canal, el memorando de entendimiento sobre la intervención militar extranjera desde y en nuestro suelo o la obstinada gestión para reactivar la minería metálica socioambientalmente inviable, además de poner los dividendos del canal en la bolsa, de donde se saca para cumplir religiosamente con los pagos de la inmoral deuda externa a los banqueros internacionales.

Es decir, el grueso de las políticas económicas va dirigidas al beneficio de actores económicos extranjeros, particularmente estadunidenses, de aquí la denominación de trumpulino. Ahora bien, ¿si no posee todos los rasgos sustanciales de un régimen fascista, cómo le denominamos? Yo propongo la nomenclatura de “lumpenfascista”, regímenes propios de los grupos cuasi empresariales que Ruy Mauro Marini denominó lumpemburguesías (Marini,1973). Es decir, grupos económicos que actúan como “rémoras” del capitalismo extranjero que viabilizan, en detrimento del desarrollo capitalista autónomo de sus propios países. En este caso, el gobierno lumpenfascista es el que aplica todo el autoritarismo del fascismo, pero supeditado al interés de los fascistas coloniales o imperiales, no de la protección de sus propios países... y este comportamiento retrata al gobierno de Mulino como lumpenfascista.

*El autor es sociólogo, investigador y docente
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