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- 05/08/2025 00:00
Oportunidades para aprovechar el llamado ‘asilo científico’
Con el creciente manto de oscurantismo que cubre Estados Unidos cuando sus mejores universidades, que encabezan el ranking mundial y son también origen de su poderío y grandeza, son atacadas por el gobierno federal y sus fondos recortados, muchos profesores que se sienten amenazados desean emigrar a lugares más acogedores de la ciencia, la educación y la tecnología del más alto nivel mundial. Fenómeno semejante sucede en países sometidos a dictaduras religiosas como en Irán y Afganistán, o más cerca de nosotros, en Cuba, en Venezuela y en Nicaragua, cuyos gobiernos no permiten el pensamiento libre y la docencia independiente, la real libertad de cátedra.
La fuga de cerebros que apenas ha comenzado en Estados Unidos ya está enriqueciendo universidades de Canadá y de Europa. La Unión Europea y los gobiernos de Francia, Reino Unido, Países Bajos y Alemania, entre otros, quieren atraer a universitarios dedicados especialmente, por ejemplo, a la salud, el clima, la biodiversidad, la inteligencia artificial, las ingenierías, las ciencias sociales y las ciencias espaciales.
Al enterarme de que mi universidad de Aix-Marsella, donde obtuve en 1968 mi primer doctorado antes de partir a la Sorbona, había creado un programa “Safe Place for Science” y había recibido casi 300 solicitudes, muchas de investigadores experimentados de la NASA y de universidades cimeras como Yale, Harvard, Columbia y Stanford, y escuché a su rector Eric Berton anunciar la contratación de los primeros 30 profesores por tres años, pensé: ¿por qué no aprovechar algo de esta oportunidad para al fin enriquecer nuestras universidades públicas, aunque tengan muchos buenos profesores también carecen, en general, de grandes científicos, con sólida obra académica publicada y reputación internacional?
¿Por qué no legislar, como están proponiendo en Francia, para crear la figura legal del “refugiado científico” y así facilitar la incorporación de talento de otros países que escapan de la persecución política en contra de la ciencia, el conocimiento, el pensamiento libre y la innovación del más alto nivel? Sería una forma de atacar y hasta eliminar igualmente en este tema, el costoso chovinismo que nos empobrece, que ha creado en Panamá tantas profesiones reservadas únicamente a nacionales, en detrimento del talento exterior cuya formación nada nos ha costado y tanto necesitamos.
Tuvimos experiencia semejante cuando muchos académicos huyeron de España por la guerra civil y algunos se instalaron en Panamá para enriquecer nuestra apenas fundada universidad, mientras que la elevación del nazismo en Europa impulsó la emigración de millares de intelectuales y científicos a Estados Unidos y Canadá en busca de un oasis de paz y libertad. Ahora parece invertirse la corriente.
Panamá aparece en las listas de los primeros lugares del mundo para atraer a pensionados. El clima benigno, el costo razonable de vida, el temperamento acogedor del panameño, una capital moderna y cosmopolita, el acceso a excelentes servicios médicos y la óptima conectividad aérea y marítima son, entre otros, motivos para convencer ese tipo de inmigrante. ¿Por qué esas condiciones favorables no lo serían también para profesores y académicos importantes? Sin embargo, queda una preocupación. Quizá el principal obstáculo sea la falta de bibliotecas especializadas —tenemos la del Instituto Smithsonian— y de laboratorios de punta. Pero, la demanda podría ser un poderoso acicate para comenzar a resolver esas carencias.
La Universidad de Panamá, la Universidad Tecnológica y sobre todo la Universidad Autónoma de Chiriquí, junto con algunas privadas, podrían fortalecer muchísimo su estructura académica al atraer mejores cerebros. Sería una forma de facilitar la mejor formación de sus alumnos y que puedan, al fin, escalar en el ranking internacional de América Latina y el Caribe, en el cual ocupan lugares muy secundarios o simplemente insignificantes como sucede con la Unachi.
Universidades mejores según el estándar académico servirían, además, para captar estudiantes de toda la región que no pueden costear una educación superior de real calidad en Estados Unidos o en Europa. Lograr atraer extensiones de universidades de primer mundo fue la idea original que tuvimos sus primeros promotores (Eleta, Lewis, Jaén) cuando presentamos formalmente, en 1994, al presidente Ernesto Pérez Balladares, el proyecto de la Ciudad del Saber, entidad que podría al fin retomar ese rumbo de mayor provecho nacional e internacional.
Acoger profesores de altísimo nivel, especialmente en las ciencias y las tecnologías, sería la mejor inversión que podríamos hacer en este momento para comenzar a elevar, de manera sustantiva, la calidad de la educación en Panamá que sufre uno de los peores sistemas de América. Además, al recibir a profesores con la mejor formación profesional y académica, con una obra reconocida en el ámbito internacional, tendríamos a verdaderos universitarios vinculados a una gran red planetaria de investigación, de innovación y de difusión del conocimiento más avanzado y promoveríamos la necesaria como casi ausente competencia intelectual en nuestras universidades.
Si pudiéramos lograrlo, pondríamos a Panamá rápidamente en el centro de la educación del más alto nivel en la región latinoamericana y caribeña. Así como somos un hub para el transporte y la comunicación, seríamos un centro del saber realmente importante, que se correspondería con nuestra posición geoestratégica en la mitad de América. De tal forma contribuiríamos mucho con nuestro pueblo y los latinoamericanos vecinos.
Son ideas puestas sobre la mesa del debate sobre el futuro de nuestra educación que debe superar las carencias que la lastran desde hace décadas. Ideas ofrecidas a la comunidad intelectual más interesada en nuestro futuro, y a las principales autoridades responsables por la educación panameña.