• 05/08/2025 00:00

Ante la indolencia del mundo

Cada día nos abruman noticias cada vez más desgarradoras, que dejan mucho que decir de quienes son sus responsables. La convivencia mundial se cae a pedazos. Pareciera que a nadie importa los tantos niños que mueren de hambre en Gaza porque les niegan acceso a la comida donada internacionalmente, que en ocasiones termina dañándose.

Vemos los muertos y los virulentos ataques sin razón, incluso a iglesias católicas que sirven de refugio a los que huyen de esos salvajes actos. Sospechamos que se trata de una guerra que sirve como cortina de humo para impedir que la justicia israelí llegue a Benjamín Netanyahu, aferrándose a un conflicto que ganaron hace bastante tiempo. Poco a poco, la comunidad internacional reacciona, pero no es suficiente. Por primera vez, hasta las organizaciones humanitarias israelíes y prestigiosos intelectuales judíos condenan enérgicamente el genocidio perpetrado en Gaza.

Y si ponemos los ojos en nuestra América, se ha vuelto común ver el trato que reciben como animales muchos inocentes que algún día soñaron en la cada vez más disipada panacea americana. Donde se violan a diario los más elementales derechos humanos y violentamente se arrestan inocentes, algunos por equivocación, encerrándolos en inhóspitos sitios. Ver las narraciones de quienes estuvieron en las cárceles en el régimen autoritario salvadoreño del aplaudido Bukele, nos hace concluir que fueron tratados como pedazos de escoria, como en la esclavitud. Igual se aprecia en las violentas detenciones e inhumanas galeras donde encierran a indocumentados en el país que tantas lecciones de respeto a la vida y la libertad siempre pretendió dar.

Nos hemos olvidado que migrar no es un delito. Es solo una falta administrativa que en nada justifica encarcelamiento que termina en tratos crueles e inhumanos y degradantes, precisamente provenientes de un país grande por el aporte histórico de sus inmigrantes. Y, si bien continúan los aplausos de algunos por lo que hace Milei en Argentina, hasta la jerarquía eclesiástica señala los peligros de abandonar a los que menos tienen a través de todos los recortes sociales que se efectúan.

O, como que ya se han vuelto normales las detenciones y desapariciones diarias de opositores venezolanos y las permanentes torturas que reciben en cautiverio, siendo su único delito el ser opositores. Donde el mundo acepta a un régimen que perdió abrumadoramente las elecciones hace un año, controlado por carteles de la droga. O la tragedia cubana, donde cada día la gente tiene menos de comer y que quien protesta es enviado a las mazmorras de esa dictadura. O Nicaragua, donde se ha entronizado un régimen al estilo de Corea del Norte. Quien se les opone absurdamente le despojan su nacionalidad. Se ignora esa barbarie en pleno siglo XXI.

Todo eso se pasa por alto, porque no queremos perder la relación comercial o los negocios con esos criminales, o porque, como algunos son amigos de Estados Unidos, caso de El Salvador, guardamos silencio cómplice. Hemos dejado a un lado los principios, resolviéndose todo pragmáticamente por intereses. La narrativa de que todo es geopolítica ya no tiene asidero en las pocas sociedades que tratan de seguir por el camino de la verdad y la justicia. Estamos repitiendo actos similares a los de Ruanda en los años 90 como el genocidio de tutsis, génesis de la Corte Penal Internacional y que países como Estados Unidos nunca han aceptado su competencia.

El mundo se cae a pedazos y nos limitamos a ver el derrumbe sin ni siquiera elevar nuestra voz para advertir el futuro que se nos avecina. Ya nadie respeta a las Naciones Unidas, ni qué decir la OEA. Pisotean a la Unión Europea sin asco y presionan a Brasil para evitar que la justicia cumpla con su misión de hacer justicia al expresidente Bolsonaro.

Vamos camino al acabose de las reglas internacionales que tanto dijeron constituían las garantías de las sociedades occidentales inspiradas en la democracia liberal. Se abusa de esas normas, acomodándolas convenientemente a sus intereses.

Si bien Panamá es una especie de cucaracha en un baile con gigantes elefantes, debe expresar su opinión sobre el estatus mundial, más aún cuando tenemos un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Nos interesa, no solo por nuestra estratégica posición geográfica, sino porque desde 1990 supuestamente nos establecimos dentro del grupo de países con gobiernos democráticos elegidos por la población.

Panamá tiene que levantar su voz. Tenemos una misión que cumplir. Nuestra política exterior debe dejar de estar supeditada a los caprichos de otros.

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