• 12/01/2024 00:00

¿Debemos cambiar la publicidad estatal?

Es tiempo de que las autoridades comprendan que la sana comunicación oficial no debe confundirse con la vulgar propaganda y menos con el culto a la personalidad de los gobernantes

En mi libro titulado Reflexiones sobre Panamá y su destino de 1990 a 2022 aparece un breve ensayo, “Educación versus Propaganda”, que publiqué en la prensa nacional el 25 de julio de 2019 al inicio de la nueva administración presidencial. Allí hacía una crítica documentada sobre el despilfarro de los dineros públicos y su inutilidad en la comunicación gubernamental. Recordemos que durante los 5 años de la administración de Juan Carlos Varela se gastó en publicidad estatal 26,4 millones de dólares y su candidato perdió abrumadoramente las elecciones.

La decepción llegó cuando el Gobierno nacional continuó desde 2019 con una millonaria campaña de propaganda oficial a la que destinó recursos importantes que debió utilizar para ayudar a la mayoría que sufría en silencio, en una época de pandemia y de crisis económica y social relativamente sin precedentes en toda la historia de la República. Campaña que continuó hasta en 2023, año pre electoral con candidatos ya escogidos para las elecciones generales del 5 de mayo de 2024, cuando en el presupuesto de la Presidencia de la República había 11,4 millones de dólares para publicidad.

Las inmensas y crecientes parcelas de insatisfacción de los ciudadanos enfrentan la propaganda oficial que queda rápidamente en desventaja. Entre más lujosa y ruidosa sea, tal como la vemos en la televisión, en las vallas publicitarias y en la radio, en la prensa escrita, el efecto es aún peor porque el ciudadano siente que no sólo lo engañan, sino que también lo hacen con descaro, prepotencia e insolencia mayor frente a sus problemas reales o imaginarios.

Extensos inventarios de obras públicas, bellas fotografías, hermosos documentales y buenos textos de alabanza no pueden ocultar el sufrimiento cotidiano de la mayoría de la gente cuando no tiene agua potable suficiente, sufre demasiados cortes de energía, vive rodeada de basura, tiene que viajar durante horas para realizar sus ocupaciones, cuando hace largas filas para obtener medicamentos cuando hay y cuidados médicos mediocres y sus hijos van a una escuela en mal estado y con educadores indolentes, tiene que pagar algo a algún funcionario por su gestión personal o empresarial, tiene que transitar por calles con huecos o simplemente por lodazales, tiene que arrostrar la inseguridad pública creciente, y tiene que soportar los ruidos excesivos de vecinos y de negocios protegidos. Además de la falta de empleo, del desmejoramiento salarial, de la carestía de la vida, del sentimiento de falta de oportunidades y de futuro.

Un ejemplo de la incongruencia de la mala propaganda pública está en La Espiga de La Chorrera, frente al inútil viaducto. Dos grandes vallas publicitarias dicen: “Prometimos y cumplimos...” ¡Prometieron una obra insensata de 140 millones de dólares de un corredor de las playas inexistente y se vanaglorian de hacerlo! ¿Qué pueden pensar los millones de personas que han soportado durante años un enorme tranque vehicular y siguen por una carretera llena de maleza y de huecos?

Se añade la percepción ciudadana de que el gobierno y muchos políticos son corruptos y que le quitan a cada ciudadano lo que despilfarran en clientelismo y en fortunas nuevas y rápidas que se muestran con arrogancia a la vista de los electores. En todos esos casos no hay publicidad que valga y todavía menos cuando parece lujosamente envuelta con el dinero de todos. La opinión pública mayoritaria, incluyendo a la menos educada, rechaza esta propaganda oficial pagada con nuestros impuestos así mal utilizados.

El resultado aparece, primero, en los mediocres ejercicios electorales internos de los partidos políticos (que atraen alrededor de la mitad de su membresía), en las encuestas de opinión sobre el gobierno (entre 70 y 85% negativas) y sobre candidatos a puestos de elección popular que marcan muy bajo a pocos meses de mayo de 2024.

Mientras, los últimos gobiernos panameños no han hecho un cambio estructural en el pésimo sistema educativo panameño que necesita de mayores recursos utilizados también en propaganda oficial infructuosa, fondos públicos que serían más útiles y productivos, aún en imagen política para los gobernantes, en la solución de los graves problemas nacionales. Las medidas, hasta masivas, de última hora o de las últimas semanas antes de las elecciones, no engañan a electores y quizá hasta lo indispongan todavía más al constatar qué se podía hacer y qué no se hizo por incompetencia, indiferencia o corrupción.

Recursos que tendrían un uso realmente legítimo y necesario para impulsar verdaderos programas de educación ciudadana para cambiar las mentalidades negativas, para reforzar el arte de convivir civilizada y pacíficamente en Panamá, país con una gran biodiversidad y una extraordinaria riqueza cultural y étnica. Nuestro Sistema Estatal de Radio y Televisión tiene como misión “planificar, producir y emitir una programación educativa, cultural e informativa, entretenida, innovadora y de calidad, donde se ejercite a diario una cultura democrática que ofrezca una experiencia multicultural y que contribuya a la transformación de la sociedad, genere cambios que eleven la autoestima de los panameños y promueva el desarrollo sostenible del país.” Excelente intención que aparece en algunos buenos programas educativos que también deberían ejecutarse, en vez de la propaganda gubernamental, en todos los medios impresos y televisivos, en la radio y en las redes sociales tan activas e influyentes. Proponemos seguir utilizando todos los medios, pero cambiando el mensaje dirigido solo a mejorar el comportamiento cívico en Panamá, como lo hicieron vecinos inmediatos.

Por ejemplo, podemos inspirarnos de extraordinarios programas públicos también en comunicación que tuvieron mucho éxito en Bogotá y cambiaron muy positivamente el comportamiento ciudadano cuando ejercieron buenos alcaldes municipales como los insuperables Antanas Mockus y Enrique Peñalosa, entre 1995 y 2003.

Es tiempo de que las autoridades comprendan que la sana comunicación oficial no debe confundirse con la vulgar propaganda gubernamental y todavía menos con el culto a la personalidad de los gobernantes, manera muy anacrónica de abanicar egos supremos, en verdad muy ausentes, irrelevantes y finalmente pasajeros.

El autor es doctor de Estado en Letras y Ciencias Sociales, geógrafo, historiador, sociólogo y diplomático
Un ejemplo de la incongruencia de la mala propaganda pública está en La Espiga de La Chorrera, frente al inútil viaducto. Dos grandes vallas publicitarias dicen: “Prometimos y cumplimos...”
La opinión pública mayoritaria, incluyendo a la menos educada, rechaza esta propaganda oficial pagada con nuestros impuestos así mal utilizados.
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