• 20/10/2021 00:00

El fin de la democracia

“[…], debemos recordar a Aristóteles, quien, […], señala que la economía, la ética y la política no pueden estar separadas, porque los temas que tratan los políticos están dentro de estas esferas, y atañen a todo un pueblo”

Cuando nos viene a la mente el vocablo “democracia” siempre lo tomamos por la raíz etimológica del mismo, es decir “demos”, pueblo o comunidad, o el conjunto de ciudadanos “libres” de ese pueblo; y el vocablo “kratos”, poder.

Cuando surge el término, que luego representaría una forma de Gobierno contemporánea, se hizo desde la óptica de que son los ciudadanos libres los que escogen a sus representantes, no es un pueblo “sometido”, y esto debe quedar bien claro. El pueblo de Panamá es un pueblo de personas libres.

Además, implica el concepto de la libertad individual, que debe ser respetada por quienes gobiernan o pretenden gobernar. El poder que se les otorga era aquel que podía lograr fines, beneficios y avances, no de manera individual, sino colectiva. Nuestra primera enseñanza es que la política es en sí una acción colectiva, no es una acción individual, tampoco es disciplina, porque disciplina tenía las SS nazis y miren todo lo que acaeció; por lo tanto, la política debe ser siempre defender la voluntad del pueblo y hacerlo siempre, y no procurarlo es negar la libertad a ese pueblo que los escogió.

En cuanto a sus fines y propósitos, debemos recordar a Aristóteles, quien, en su obra “La Política”, señala que la economía, la ética y la política no pueden estar separadas, porque los temas que tratan los políticos están dentro de estas esferas, y atañen a todo un pueblo. No se puede pensar solo en el dinero, sino en el Bien Común.

Por otra parte, quien afirme que la política es tan solo una especie de “patente” para lograr privilegios individuales sobre la necesidad colectiva es simplemente un apátrida, que actúa de espaldas a los ciudadanos libres que los escogieron.

Luego de esta premisa que no acepta objeción, pasamos a considerar a quienes, a través de la política, consideran que sus acciones no pueden ser cuestionadas y proponen, con la mayor de las audacias, que la crítica o la exigencia de un mayor emprendimiento en su devenir político se utiliza para denigrar sus orígenes sociales o existenciales. Es simplemente una burda falacia, la cual se conoce como” Ad Hominem” y otra esgrimida hasta la saciedad, la falacia “Ad Populus”.

La primera de las falacias se refiere a que, a las personas, para este caso específico de la política, se les critica de manera personal y no por el cargo que desempeñan, que es público, no privado; es decir, no ejercen un cargo hereditario, o de nobleza, sino que es producto de la elección popular dentro de este sistema democrático, se deben a los ciudadanos libres.

Por otra parte, la segunda falacia es utilizada para aplicar un sofisma populista, en el cual la crítica, el reclamo de los ciudadanos libres, debe interpretarse como una lucha de clases. Esto último no tiene el menor sentido el utilizarlo en nuestro sistema, porque esa es la propuesta del materialismo histórico o el marxismo, expuesta por Carlos Marx en su obra El Capital, en donde el motor de la historia es la lucha de clases.

Ciertamente no conocemos a ningún político con poder, en la actualidad, que haya leído El Capital o que se haya declarado marxista, simplemente la frase les parece una bomba de humo ideológica, con la cual, a través de la falacia mencionada, meten en una bolsa a todos los ciudadanos libres de este país, y los clasifican de “clasistas”, claro, porque “Nosotros, el Pueblo” no tenemos derecho a cuestionarlos ni a criticarlos ni a exigirles ningún tipo de comportamiento o acción.

De ahí que diga que la democracia ha llegado a su fin, la han secuestrado, si no aceptas sin chistar lo que realizan, eres un clasista, que provoca una lucha de clases, tan disparatado argumento proveniente de quienes, por el voto de los ciudadanos libres, llegan a una posición privilegiada en donde comer un emparedado de pan con mantequilla, con un vaso de “Kool-aid”, jamás, en este preciso momento, se lo podrían imaginar, es burlarse de “Nosotros, el Pueblo”.

Para terminar, nuestra Constitución Política, en su artículo 38, protege el derecho a la reunión, y a las manifestaciones. No entenderlo así, y tratar a toda costa de minimizar un derecho constitucional de todos los ciudadanos libres de este país, es irrespetar con visos de dictadura lo que la Constitución manda. Y en consonancia con la situación de irresponsabilidad en nuestras acciones públicas, debemos recordar que el derecho a la educación es un bien tutelado del Estado y a nuestros estudiantes se les impide acceder a este derecho de forma plena, con mucha improvisación y sin falta de empatía por los mismos.

Y como cerecita, la educación es un apostolado. Felicito a los docentes que, con valentía, esperanza y responsabilidad, están ejerciendo la enseñanza, en donde debe ser: ¡en las aulas de clases!

¡Salud, compatriotas!

Abogado, profesor de Filosofía e Historia.
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