• 03/12/2009 01:00

Política: dimes y diretes

Aún fresca en nuestras mentes está la controversia entre el profesor Julio Yao y el vicepresidente y canciller. Desde luego, desafortuna...

Aún fresca en nuestras mentes está la controversia entre el profesor Julio Yao y el vicepresidente y canciller. Desde luego, desafortunada, por cuanto evidencia el peso que expresa el poder político, altamente sensible cuando se trata de posiciones críticas.

Parece que la política nacional —y esto no es nuevo— se reduce a intrascendencias. No hay duda alguna de que la pobre concepción de la actividad política desde la perspectiva científica ha dado paso —cada vez más— a la incultura, usada como instrumento para la dominación.

Frente a la oposición Yao—Varela, lo conducente era el análisis de los planteamientos del primero y la respuesta elegante del segundo, toda vez que la soberanía estatal, como atributo primordial de la sociedad política conocida como Estado, debe ser preservada y ni siquiera pensada en ser vulnerada, bajo ningún pretexto. Y es que cualquiera que sea la posición del pueblo ante asuntos que le interesan, debe existir una conducta sensata de quienes son responsables de la Cosa Pública.

No obstante, sin haber superado lo anterior, recibimos la información, de parte de la dirigencia del partido opositor al gobierno, sobre la participación de figuras prestantes del mismo en actividades ilícitas vinculadas al narcotráfico de acuerdo —según los propios planteamientos del portavoz opositor— a investigaciones que adelanta la DEA.

Lo chocante no es el planteamiento en sí, sino el comportamiento de quien lo expresa, toda vez que dice reservarse el derecho de usar la acusación en el momento en que se estime conveniente, dando con ello la impresión de un grosero chantaje, y, peor aún, de complicidad con el delito, pues el deber de todo ciudadano es poner en conocimiento de las autoridades la comisión de un crimen o su posible comisión.

Justamente son estos comportamientos los que han llevado al desánimo y a la incredulidad a la población, y conducido al desbarajuste a los partidos y a la llamada “ clase política ”. Y sin detenerse los dimes y diretes, el presidente de la Nación abre el espacio para un tema recurrente —siempre desviado y a propósito— como es el del enriquecimiento ilícito, que debió ser igual y oportunamente censurado y denunciado.

El asunto —desde luego— toma ribetes sensacionalistas, pues, lo que se debate en estos momentos son las posibles conductas ilícitas y antiéticas de parte y parte. La discusión política en Panamá se ha reducido al argumento del dinero del narcotráfico y de las casas de playa, poniendo al descubierto el empaque que portan los llamados dirigentes políticos.

Lo grave es que, como siempre, el pueblo es un convidado de piedra en medio de la desesperada lucha por el poder político; y lo más grave, es el pésimo ejemplo mostrado a una juventud que hoy más que nunca necesita símbolos nobles que imitar.

*Docente universitario.jorge0913@pa.inter.net

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