• 21/04/2011 02:00

Existencia de Dios

La convicción de la existencia de Dios no se produce por medio de argumentos racionales, sino a través de una relación personal con Dios...

La convicción de la existencia de Dios no se produce por medio de argumentos racionales, sino a través de una relación personal con Dios. Esta relación la inicia Dios, principalmente, mediante la inspiración de la Biblia y en segundo plano por las enseñanzas de la naturaleza y de la historia.

Aunque los escritos sagrados reconocen las limitaciones de la mente humana para descubrir la naturaleza de Dios, arrojan suficiente luz sobre sus atributos. Establecen, entre muchos otros, su eternidad, inmutabilidad, su poder creador, su presencia en la historia y la unicidad de Dios.

La eternidad de Dios experimenta el tiempo sin la transitoriedad humana. Dios es desde la eternidad hasta la eternidad. El tiempo, desde la óptica humana, tuvo un comienzo cuando el universo finito y sus habitantes fueron creados.

Dios no conoce mudanza ni sombra de variación. Eso no implica una modificación en su propósito divino, sino más bien una adaptación a las cambiantes decisiones humanas.

La Escritura presenta específicamente a la Deidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— unidos en la empresa de la creación. De acuerdo al relato bíblico, la creación no supone la existencia de ningún principio fuera de Dios, como la materia o la energía física. No fue un proceso de reordenar una realidad material preexistente. Él creó de la nada. El libro de Génesis describe el proceso histórico de siete días literales dentro de los cuales Dios, por una serie de actos creativos sucesivos y complementarios, trajo a la existencia el mundo en el que habitan los seres humanos.

Después de la entrada del pecado se reveló otra dimensión del poder creativo de Dios en la obra de transformar a los pecadores y restaurarlos a la imagen de Dios en la cual fueron creados. De acuerdo al Apocalipsis la historia del mundo y la salvación no solo comienza y continúa sobre la base de la creación de Dios, sino que también concluye con la creación de ‘nuevos cielos y nueva tierra’ y la final erradicación del mal del universo.

Debido a que la naturaleza humana tal como fue ideada por Dios implica la característica esencial de libertad y autodeterminación, Dios no fuerza ni controla a los seres humanos. Según la Biblia, Dios guía personalmente la historia a partir del flujo de complejidades de las realidades humanas y no mediante decretos eternos e irresistibles.

La autorrevelación de Dios en Cristo como una realidad histórica aportó nuevas ideas para comprender a Dios. En la obra de la creación, Cristo estuvo con Dios. Solo Él, el Creador del hombre, podría ser su Salvador. La exclamación: ‘Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado?’, recogida en los Evangelios, demuestra que tanto el Padre como el Hijo sufrieron en el Calvario. Cristo fue el canal por cuyo medio pudieron fluir el amor, el perdón y la paz del corazón de Dios el Padre al corazón humano.

El Espíritu Santo, por otro lado, es el representante de Cristo, pero despojado de la personalidad humana. Estorbado por la humanidad, Cristo no podría estar personalmente en todo lugar. Por tanto convenía que enviase al Espíritu Santo como su sucesor en la Tierra. Era la Tercera Persona de la Deidad que vendría no con energía modificada sino con la plenitud del poder de la divinidad.

El Espíritu Santo está estrechamente relacionado con la inspiración de las Escrituras. También induce a los seres humanos a su lectura y comprensión. La obediencia a la voluntad de Dios es un resultado concreto de la morada interior del Espíritu Santo, por la cual los principios eternos de la Ley de Dios son escritos en el corazón y la mente de los creyentes.

Nadie es bueno porque sabe ser moralmente bueno. El cambio de carácter no depende de la información ni es fruto del esfuerzo humano. Proviene de Dios, manantial de pensamientos, sentimientos y acciones puros. El problema del ser humano es que no reconoce que es criatura y que Dios es Dios. En su prepotencia, soberbia e insensatez, intenta invertir los papeles y hacerse dios de su propia existencia.

Creer en Dios como un ser personal y cercano al ser humano proporciona a la existencia una incomparable fuente de consuelo mental y espiritual. Produce terapia para el alma y el cuerpo, mejora la autoestima y la eficacia personal. Es un seguro para enfrentar las dificultades de la vida, desterrar emociones negativas y practicar una ética responsable en los negocios, el trabajo, en el hogar y ante la sociedad.

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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