• 05/05/2023 00:00

Diplomacia vecinal con prudencia y firmeza

“Inspirados en el principio de igualdad jurídica de los Estados, Colombia y Panamá están obligados a entenderse en sus relaciones contemporáneas de grandes desafíos, donde la cooperación será la base de la prosperidad social de ambos pueblos”

Cuando ocurren situaciones que afectan relaciones entre países que comparten fronteras con una historia común, es necesario recomponer el escenario diplomático existente, absteniéndose de emitir declaraciones que puedan agravar desacuerdos coyunturales, reduciendo la retórica emocional, actuando con prudencia, racionalidad negociadora y firmeza, mientras se abre un espacio a la diplomacia preventiva para que haga su trabajo.

Las desafortunadas declaraciones del presidente y su canciller colombiano sobre la interconexión eléctrica, a través de Panamá con el presidente estadounidense, no sólo soslayaron la voluntad del Gobierno panameño, sino que Álvaro Leyva comentó en tono sarcástico que la discusión de la agenda bilateral con Estados Unidos pudo haber tenido como escenario el departamento de Panamá.

La carga emocional de las declaraciones menoscaba la condición de Estado independiente de Panamá, lo cual generó la contundente reacción prudente y firme de la canciller panameña, Janaina Tewaney Mencomo, quien destacó: “Desde 1903 somos un país soberano e independiente, no somos ningún departamento de Colombia, país del que nos separamos y en nuestro territorio no existe ni una sola presencia de tipo colonial”. En lenguaje diplomático es la aclaración histórica de una realidad incuestionable, Panamá es un país soberano sin vestigios de coloniajes extranjeros.

Es menester valorar en su verdadera dimensión la importancia de las relaciones en el orden diplomático, en el que no pueden soslayarse acuerdos bilaterales vigentes entre ambos países. Colombia y Panamá comparten una vecindad armónica, no exenta de tensiones, con un legado de instituciones políticas y jurídicas. Además de un incontrolable movimiento migratorio y de capitales colombianos que tiene el 25 % de la banca local, distribuidoras petroleras, proyectos de electrificación, cervecerías, cementeras, industrias alimenticias, concesiones de empresas recolectoras, restaurantes, hoteles y un banco con sello emblemático de su bandera.

Sin embargo, lo grave de estas ruidosas declaraciones proferidas por un jefe de Estado y el sarcasmo de su canciller, revela que en algunos sectores de la clase política colombiana persiste un trauma histórico por la separación de Panamá, reconocida mediante el Tratado Thomson-Urrutia de 1914, en el que Colombia recibió como indemnización 25 millones de dólares y el derecho de transportar tropas, buques y materiales de guerra sin pagar peaje por el Canal de Panamá. No resulta casual que hace algunos años el expresidente colombiano, Alfonso López Michelsen, en un sarcástico comentario señaló: “A Theodore Roosevelt la humanidad le debe la construcción del Canal, pero Panamá le debe su condición de República independiente”. Criterios subjetivos de una supuesta deuda histórica que Estados Unidos no ha saldado con Colombia, lo cual ha venido atrofiando las relaciones con Panamá.

Es importante recordar que, por paradoja del destino, Panamá, como gesto de generosidad y reconciliación, significó en los colores de su bandera la paz entre partidos tradicionales colombianos, mientras aún se mantiene nostálgicamente al Istmo de Panamá, custodiado por fragatas, en el escudo de armas colombiano, lo que no se corresponde con la generosidad panameña que, además, concedió unilateralmente en el Tratado de Montería derechos de tránsitos gratuitos, por el Canal, a la armada colombiana.

Las relaciones entre ambos países no han sido fáciles y han tenido desacuerdos, precisamente por el desbalance generado por el tamaño geográfico y demográfico. Panamá, sin ejércitos, ha tenido que lidiar con la presión del tráfico de personas, con las consecuencias sociales, económicas y de seguridad ante la presencia de grupos delincuenciales.

Algunos sectores aún subestiman la personalidad internacional de Panamá, un pequeño país, que tuvo la determinación de librar una lucha generacional sostenida en su diplomacia para perfeccionar su soberanía, mediatizada a perpetuidad por la Convención Ístmica de 1903. Sin embargo, bajo el liderazgo y visión del general Omar Torrijos, Panamá internacionalizó sus reivindicaciones soberanas erradicando, mediante negociaciones, la quinta frontera con la devolución del Canal a la jurisdicción nacional, lo que ha permitido proyectar su estatura de nación próspera y soberana.

Lo ocurrido con Colombia no es un hecho insignificante, ambos países han dirimidos sus diferencias sobre importaciones en las instancias de la OMC, mientras están inmersos en la solución de la crisis humanitaria generada ante los desplazamientos migratorios en sus fronteras, estimulados por el crimen organizado, que lucra con el tráfico humano. Son momentos delicados y trascendentales en sus relaciones, en las que se comparten intereses políticos y económicos, pero en diplomacia cuenta la voluntad política para generar confianza en el propósito de conciliar los principios con los intereses.

La reactivación de la Comisión de Buena Vecindad, que es un mecanismo de consulta política, podría tratar las diferencias para encontrar acuerdos preliminares en temas pendientes de las relaciones fronterizas que afectan la seguridad de ambos países.

Las rectificaciones siempre son oportunas y las disculpas de la Cancillería colombiana podrían interpretarse como una acción para controlar el daño, en momentos en que las relaciones de vecindad reclaman con urgencia del mutuo respeto. Las cancillerías se esfuerzan en bajar la tensión, delineando estrategias en el respeto mutuo para situar en un plano armonioso sus tradicionales relaciones. La diplomacia es un arte de lo posible, donde se expone la hostilidad con cortesía, la indiferencia con interés, las buenas intenciones ante la desconfianza y la amistad con prudencia.

Inexplicablemente, tras un siglo de relaciones vecinales, algunos sectores del hermano país no logran superar la nostalgia del supuesto despojo del Istmo por Estados Unidos. Sin embargo, hay que procurar un clima de confianza poniendo en valor las relaciones en la estricta reciprocidad. Los istmeños tienen identidad propia, por tanto, exigen con dignidad el pleno respeto como miembro de una comunidad organizada con derechos y obligaciones.

Inspirados en el principio de igualdad jurídica de los Estados, Colombia y Panamá están obligados a entenderse en sus relaciones contemporáneas de grandes desafíos, donde la cooperación será la base de la prosperidad social de ambos pueblos. Una historia de nostalgias, sarcasmos, reproches, tensiones y momentos armoniosos que no termina de escribirse, por lo que es imperioso seguir construyendo con luces largas un destino común de prosperidad.

Abogado, analista internacional.
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