• 30/03/2024 00:00

Egipto, tierra de dioses

Sus originales dioses siguen presentes en sus templos, monumentos y tumbas [...]

La prehistoria de Egipto comienza cuando sus dioses gobernaban el mundo entero siendo el dios Osiris su primer rey, mentor así de una de las primeras civilizaciones de la humanidad, con el río Nilo (“al-Nil” en árabe) su mayor sustento material y espiritual.

Este larguísimo e importante río, con cabeza de cobra y silueta alargada de serpiente, asociado con el dios egipcio Hapi, fluye por más de 6,650 km de sur a norte a través del árido desierto a sus orillas.

Estas planicies arenosas de miles de kilómetros cuadrados, en ocasiones se elevan desde su ribera como acantilados rocosos escarpados, para conformar la geografía y entorno de esta fascinante y milenaria tierra faraónica, tanto del antiguo Egipto como de su actual estado moderno islámico, con su capital en El Cairo.

Sus originales dioses siguen presentes en sus templos, monumentos y tumbas desde el orto u origen mismo de su construcción a lo largo y ancho del Nilo, a partir de épocas predinásticas (5 mil años antes de Cristo), como parte importante de su vetusta civilización multifacética y de sus ancestrales creencias politeístas, anteriores a su actual culto de unidad divina.

En esos albores, el dios sol, Atón-Ra, reinaba sobre el cielo de la mitología egipcia compuesta por al menos 80 divinidades, de mayor o menor grado, representadas zoomórfica y antropomórficamente, dándole ese encanto exótico a sus tradiciones, ideas y artes religiosos, muy abiertas a las de otras culturas y creencias. En adición a estos dioses autóctonos y foráneos, cada provincia, comunidad y gremio tenía el suyo particular, aumentando aún más el número de estas deidades protectoras.

Los presentes visitantes a esta conglomeración de templos y monumentos dedicados a sus dioses son testigos, no solo de su antigüedad sino de la magnífica imaginación utilizada por los primitivos egipcios para expresar esa realidad cósmica de su compleja mitología.

Lo interesante para un panameño, cuyo único vínculo con esta tierra de dioses es un reciente y breve recorrido hecho por crucero a lo largo del río Nilo; repito, lo interesante de todo esto, es la eternidad y riqueza humana del pueblo egipcio, hoy monoteísta e islámico, lo que haría pensar que existe una distancia infranqueable entre esas primeras generaciones predinásticas y las actuales, siendo que no porque en realidad toda esta herencia histórica está inseparablemente unida a su ciudadanía, a través del tiempo.

Frente a esta frondosa continuidad gozamos de un margen revelador racional, el del perenne drama de la vida, con todas las arbitrariedades sobre las que este fenómeno vital está montado. Los egipcios, como sus antiguos dioses, hoy se encuentran existiendo por partida doble, situados a la vez aquí y ahora, pero también allá e interiormente, en esos templos milenarios faraónicos.

Ese mundo dramático de sentimientos, preocupaciones y pasiones, exteriorizado para designar el pasado muerto y el presente encendido, es el lazo que une a todos los egipcios como una civilización y como un pueblo, partiendo de tiempos pretéritos en la evolución de su historia.

Su lenguaje, alfabetización y literatura datan de forma escrita, por lo menos, de 3,250 años antes de Cristo, como algo sagrado y mágico, en especial sus jeroglíficos (existen 6 mil), igual que esa excelsa hermandad que emana de la cultura egipcia para tratar a propios y extraños, maravillosa cualidad humana y religiosa digna de emular por nosotros en la actualidad.

Egipto es y será una de las claves universales para celebrar la historia de la humanidad, con su Esfinge de Guiza, el guardián eterno de sus tesoros.

El autor es exfuncionario diplomático y articulista
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