El Festival de Debutantes se realizó el 5 de julio en el Club Unión de Panamá. Es organizado por las Damas Guadalupanas y se realiza cada año para recaudar...

Se respira un aire espeso en nuestras ciudades, en la desconfianza cuando caminamos por los espacios públicos, en la rabia contenida que explota en las redes sociales, y en la impotencia y desesperanza que nos abruma. Como un barco sin timón en medio de la tormenta, hemos perdido la capacidad de cuidarnos los unos a los otros. Y en esa pérdida, la violencia ha florecido.
Son verdades incómodas que no queremos ver, sin embargo, los números se imponen. En Panamá en 2024 hubo 581 homicidios y 23 feminicidios. En México, la violencia machista permanece inmutable: en el 2023 asesinaron a 300 mujeres. En Argentina la lucha por el equilibrio fiscal desconociendo las necesidades sociales devora los sueños de las familias trabajadoras.
En los años 90, Joan Tronto, filósofa estadounidense, propuso la Sociedad del Cuidado, un concepto potente e innovador, basado en el cuidado mutuo como eje de las decisiones políticas, económicas y sociales, donde el mayor valor es proteger a los más vulnerables. Parece utópico, pero observemos la realidad.
Atravesamos crisis destructivas causadas por fragilidad democrática, desconfianza ciudadana, disparidad económica y social, corrupción y debilidad institucional y polarización política que deviene en conflictos sociales y violencia ligada al narcotráfico. Todo vinculado a desigualdades territoriales que se entrelazan y refuerzan mutuamente impidiendo romper el círculo vicioso de la pobreza.
En Latinoamérica, la violencia es estructural y exhibe su rostro deforme en cada esquina: feminicidios que nos desgarran el corazón, niños reclutados por pandillas, infantes carentes de cuidados básicos, ancianos abandonados, migrantes tratados como desechos humanos. Todo, fruto amargo de décadas de desgreño institucional y gobiernos voraces e insensibles.
En Panamá, los estallidos sociales de2019, 2022 y 2025 han mostrado heridas que creíamos cicatrizadas y que son resultado de un modelo de desarrollo que centraliza recursos según demandas del mercado financiero e inmobiliario, desconociendo necesidades de la población. Las rebeliones surgirán una y otra vez porque el Estado ha perdido credibilidad y ha fracasado en lo primordial —cuidar a sus ciudadanos—, mientras permite que una élite impulse un capitalismo salvaje y disfrute del resultado del nepotismo.
La Estrella de Panamá (4/07/2025) informa que los panameños “perciben que el país vive un momento crítico, marcado por la corrupción como el principal problema nacional...”. Hay que ser ciego para negar el estrecho vínculo entre corrupción y capitalismo salvaje, modelo que permite concentración de riqueza, nepotismo, competencia desleal y amplio lobbying facilitando a empresas e individuos imponer su poder económico para influir en decisiones políticas.
No obstante, tenemos alternativas. El BID sostiene que el cuidado es la base de sociedades y economías boyantes, y lo define como aquel trabajo, remunerado o no, que asegura bienestar físico mental y emocional, e incluye el cuidado de niños, ancianos y personas dependientes, además de las tareas domésticas y las prácticas de autocuidado. En Panamá, las estimaciones indican que en 2050 una de cada cuatro personas tendrá más de 60 años.
El cambio de enfoque desde capitalismo salvaje —que impulsa acumulación de riqueza y conlleva desigualdades—, hacia la Sociedad del Cuidado —que pondera el bienestar de las personas, la sostenibilidad, la equidad y la justicia social—, puede crear una sociedad más justa y humana, tal como predicaba el papa Francisco en su encíclica Laudato Si.
La Sociedad del Cuidado es un mecanismo efectivo para mitigar desigualdades territoriales priorizando la inversión en servicios públicos esenciales de calidad: educación, salud y atención a infantes, ancianos y aquellos con discapacidades, al tiempo de generar empleo local al ofrecer cuidados con empleos dignos, especialmente para las mujeres en sus propias comunidades.
Es fundamental reconocer y redistribuir el cuidado equitativamente entre géneros, familias y Estado. Históricamente, el trabajo de cuidado ha sido invisibilizado y feminizado a pesar de ser fundamental para el funcionamiento de la sociedad; al reconocer el valor económico y social del trabajo de cuidado y simultáneamente ofrecer servicios públicos, las mujeres tendrán más oportunidades para trabajar, educarse y hacer otras actividades, rompiendo el círculo vicioso de la pobreza.
La Sociedad del Cuidado que propone Tronto no es una utopía romántica. Actualmente, cuando la desintegración social es evidente y la violencia prospera, el cuidado es un salvavidas que no podemos desechar. Necesitamos reconocer que somos seres interdependientes y que necesitamos cuidarnos mutuamente para sobrevivir y prosperar.