La interconexión eléctrica entre Panamá y Colombia es una prioridad bilateral, y la oposición de las autoridades comarcales no frenará el proyecto.

En 2006, la Autoridad del Canal de Panamá (ACP) presentó al país un proyecto de ampliación calificado como “perfecto”. Con una campaña publicitaria bien orquestada, se aseguró que no sería necesario construir nuevos embalses gracias a las llamadas “tinas de reutilización de agua”, que garantizarían eficiencia y sostenibilidad. Hoy las tinas, al menos, son hábitat para cocodrilos y lirios acuáticos.
La realidad, como el agua misma, termina filtrándose por las grietas del discurso oficial. Hoy, casi dos décadas después, los resultados distan mucho de esa perfección prometida. El lago Gatún enfrenta una salinización peligrosa; la biodiversidad acuática ha cambiado drásticamente. Aquellas tecnologías anunciadas como milagrosas han resultado un fracaso. Ahora hay más corvinas y jureles en el lago que en la Bahía de Panamá, y nadie parece querer asumir la responsabilidad de la transgresión de los límites salinos. La joya de la corona, inaugurada el 26 de junio de 2016, a los tres años ya había generado una urgencia nacional para abastecer a las sedientas esclusas de Cocolí, Agua Clara, Miraflores y Gatún.
Hoy resurge el proyecto del embalse en Río Indio como la supuesta “solución definitiva” al problema del agua en el Canal. Una vez más, el discurso oficial suena optimista, lleno de tecnicismos, promesas de desarrollo local y sostenibilidad. Pero la noticia de hoy es sumar más barcos con el agua de Río Indio y no bajar el grado de salinidad del lago, que sigue en aumento. Según la ACP, este embalse permitiría hasta quince tránsitos adicionales por día durante la estación seca y garantizaría agua potable para más de la mitad de la población nacional durante las próximas cinco décadas. Pero la historia reciente nos obliga a ser cautelosos.
Ya en 2006 existía una propuesta para usar el río Indio como fuente hídrica para el Canal ampliado. Esa opción fue oficialmente “descartada” por sus impactos socioambientales, como el desplazamiento forzoso de miles de personas y la destrucción de áreas boscosas. Pero claramente no fue desechada del todo. Más bien, fue pospuesta, esperando el momento político y mediático adecuado para relanzarla sin mayor oposición pública. Es, sin duda, una historia de engaño repetida. Yo mismo escribí un artículo en 2006 que decía: “Río Indio salvará Canal ampliado”, denunciando por anticipado el fraude que hacía ver que no tocarían ese río.
El diseño conceptual del embalse es una obra faraónica: se trata de una presa de hasta ochenta metros de altura, un túnel de trasvase de nueve kilómetros hacia el lago Gatún y una inversión mínima estimada de mil quinientos millones de dólares. Viene acompañado de promesas de cumplimiento de estándares internacionales y de participación comunitaria.
Sin embargo, un informe del PNUD del año 2020 señaló que el estudio de impacto ambiental de ese proyecto de la ACP no se profundizó y que el Plan de Reasentamiento apenas esbozó un perfil preliminar. Las Oficinas de Relaciones Comunitarias lograron construir confianza entre los pobladores, pero no hubo un plan claro para informarles sobre la decisión de posponer el embalse, lo que generó descontento y desconfianza. El patrón es claro, primero se anuncia un proyecto con gran entusiasmo, luego se minimizan sus riesgos, y finalmente se deja a las comunidades cargar con los costos.
En 2006 se silenciaron las voces que advertían sobre el fracaso de las “tinas de reutilización”, pues atender esas críticas implicaba reconocer los altos costos que nunca se asumieron para un manejo responsable del agua. Hoy se repite el mismo guion con el embalse de Río Indio. El verdadero problema no es la falta de agua, sino un modelo de gestión que prioriza el lucro sobre la sostenibilidad. Mientras la ACP no rinda cuentas sobre los fracasos, las omisiones y los costos ocultos de la ampliación; mientras no se publiquen estudios independientes y no exista una discusión nacional transparente, el embalse de Río Indio será solo otro eslabón en una cadena de promesas rotas.
Panamá merece una política hídrica basada en ciencia, no en propaganda; en justicia, no en imposición. La resistencia a este proyecto no es caprichosa, es claramente una defensa necesaria contra un sistema que sigue drenando, no solo agua, sino también la credibilidad de un país.
Aunque intenten adornarlo como un proyecto maravilloso, la verdad es que buscan tapar fallas graves de la ampliación anterior que tienen en jaque el agua dulce del Lago Gatún. Y eso deben decirlo abiertamente, porque no hacerlo es deshonesto con toda la nación y con el mundo, que aún no se ha dado cuenta de ello.
La ACP requiere ser transparente de verdad, que no esconda datos claves, que no malgaste el dinero y que comprenda los límites del crecimiento y operación del Canal, quizás así comprendamos que más prioritario es el agua de Bayano para la ciudad de Panamá, que Río Indio para el Canal.