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- 30/08/2019 02:02
Ética, justicia y cultura política
Cultura política es el conjunto de creencias, sistema de valores, patrones de conducta y sensibilidades compartidas que son determinantes en los procesos políticos que incluyen una diversidad de elementos: la forma de participación ciudadana, las demandas al sistema democrático y la confianza en las instituciones, entre otros aspectos.
El sistema de justicia panameño ha perdido la confianza ciudadana. La complejidad de los intereses económicos presentes en el país, la desconexión entre esos intereses y las necesidades colectivas y los valores culturales han provocado el desprecio y la incredulidad de muchos ciudadanos.
Algunos panameños no son conscientes de que la corrupción es desastrosa; que la frase ‘roban, pero hacen' desconoce que quien roba arruina lo que hace, empeña nuestro futuro económico y con él las posibilidades de desarrollo humano integral del país. Cuando los Gobiernos han establecido relaciones incestuosas con algunos miembros del sector privado han impulsado a niveles intolerables la desigualdad y la pobreza.
La descomposición que vivimos en Panamá es resultado de la tolerancia por años a la corrupción y a la impunidad en todos los campos: desde lo doméstico, siguiendo con el tráfico de influencias hasta los más altos niveles políticos y empresariales. Eso es lo que nos está destruyendo y nos llevará inexorablemente a la ingobernabilidad. Cuando una sociedad no se asombra y reacciona con pasión para combatir su propia podredumbre es señal de que estamos al filo del abismo.
Si bien es cierto que no se puede afirmar que la sociedad en su conjunto es culpable del incremento de actos violentos o de que la impunidad se haya establecido en el país, es justo reconocer que todos somos corresponsables de esas situaciones, debido a la apatía y la tolerancia que hemos mostrado. Es necesario explicitar que las elites políticas y empresariales son las llamadas a ocupar un protagonismo relevante en la modificación de tales situaciones.
Se combate a la corrupción mediante investigaciones descarnadas, cuyas consecuencias sean que todo delito —al margen de quién lo cometa— tenga sanción, así se lo previene y desalienta; y exigir gestiones transparentes tanto en las empresas privadas como en las instituciones gubernamentales. Y por supuesto, enseñar con el ejemplo a las nuevas generaciones, actuando con honestidad y ética en el seno de cada hogar.
Panamá ha conquistado para algunos ciudadanos niveles de bienestar; no obstante, la gran mayoría soporta viejas y nuevas desigualdades: trabajos precarios (un 44 % de trabajo es informal), educación de baja calidad que impide el ascenso social, vivienda informal como única alternativa, y en general una desesperanza que exacerba los miedos e impide la reflexión, el análisis y la ética como faro del actuar.
Hay quienes dicen que hay que resignarse y aceptar que la corrupción y la impunidad son componentes estructurales de nuestra cultura política y de nuestra sociedad. Aquellos que así piensan me producen desasosiego y enfado, pues niegan la posibilidad de rescatar un vínculo ético que indudablemente existe en la sociedad panameña para buscar el bien común.
No permitamos que los intereses mezquinos y corruptos de unos pocos sigan destrozando el futuro de Panamá. El rescate no será fácil, pero tampoco imposible. Tendremos que trabajar para: reinventar el sistema de partidos, destruir las prácticas clientelistas, erradicar el sexismo de la gestión pública y privada —incluyendo a la Academia—, movilizar a los que se abstienen de participar en política, construir mejores instituciones, fortalecer la capacidad individual de reflexión autónoma y mejorar constantemente el sistema educativo reorientándolo para que sirva tanto para impulsar el crecimiento económico como para formar ciudadanos éticos que defiendan y construyan un país donde la justicia y la equidad imperen.
ARQUITECTA, CATEDRÁTICA DE LA UP.