• 11/09/2018 02:01

Para hacer frente a la crisis

‘Para nosotros nada vale más que las libertades del individuo [...]'

El problema de la crisis ha sido por mucho tiempo y sigue siendo tema de actualidad. En general, la profunda crisis porque atraviesa nuestro tiempo se ha vuelto justificadamente, un motivo de preocupación para todos. Hombres y mujeres, jóvenes, adultos y ancianos conversan, opinan, discuten sobre ella desde distintos puntos de los diarios y las noticias en que se dan cuenta de las novedades bibliográficas y del acontecer cotidiano, podremos advertir que un gran número de disertaciones, de comentarios y de libros están consagradas al mismo tema (la crisis). Si encendemos la radio o el televisor veremos que igual cosa ocurre con los debates, reportajes y entrevistas que se difunden por esos medios de comunicación.

No obstante, es dable observar: la mayoría de los comentarios y análisis a que nos referimos confluyen para darnos de la crisis una imagen parcializada al referirse a cuestiones económicas, políticas e ideológicas. No vamos a discutir la importancia particular de las mismas, cuyos efectos, al proyectarse de modo directo sobre el público, provocan en él las más diversas y apasionadas reacciones. Lo que queremos, en primer término, es señalar que la crisis en que estamos envueltos difiere de otras que hemos conocido por su carácter total y no parcial.

La mejor manera de acercarnos un poco al esclarecimiento de este problema, y para salvar una mala interpretación a nuestros conceptos, queremos dejar establecido que no sustentamos una posición reaccionaria en el orden de las ideas ni tampoco adversa a las legítimas reivindicaciones sociales. Somos demócratas por convicción y reflexión y no por enrolamiento partidista, ni mucho menos por un cálculo utilitario que repugna a nuestro temperamento. No estamos pues, contra el progreso ni las justas mejoras sino contra las revoluciones del caos y el odio, de la codicia y la corrupción, del narcotráfico y la drogadicción, que demuelen, pero no construyen y cuya desembocadura son totalitarismos esclavistas.

Para nosotros nada vale más que las libertades del individuo, cualesquiera sean su simpatía política, su condición religiosa, su condición física, su vocación y el lugar de la tierra en que haya nacido, y solo tendemos a la edificación de un país, de un mundo, en el que el hombre y la mujer puedan realizarse de la plenitud armoniosa de sus facultades, en el ejercicio responsable de sus derechos y en el cumplimiento integral de sus deberes (obligaciones). Y por lo mismo, reafirmamos nuestra fe y confianza en la persona humana, como que, por creer en el seguimos luchando como al principio y siempre, al frente de la docencia, ejercida con dedicación y con esmero en toda dirección, lo que es por supuesto, un acto de fe en el hombre y la mujer, vale decir, en la persona humana.

Esta situación nos lleva a considerar un problema al que siempre concedimos singular importancia y que tiene mucho que ver con la tarea educadora de los docentes. Nos preocupa el hecho de que la escuela, en este mundo de hoy, y mirando al de mañana, solo instruya al niño y al adolescente en el aspecto intelectual y técnico y relegue a un plano secundario o prescinda por completo de atender a su formación integral (es decir, lo moral, lo ético, los hábitos y actitudes deseables), fundándose en el presupuesto de que este último cometido concierne privativamente a la familia (el hogar).

Pero abundemos más en el tema de la crisis e insistamos en decir con Juan José Arévalo, que la humanidad trabaja movida hacia tres fines: depurar sus vicios, mantener sus conquistas, alcanzar mejoras futuras. Pero en este trabajo no pueden intervenir sino los hombres. Los niños no pueden colaborar, porque todavía no son hombres; he ahí un cuarto fin que preocupa a la sociedad; hacer de cada niño un hombre integral y este oficio eminente, esta insigne profesión de hacer hombres, está en manos del maestro. Tengamos presente, pues, cuál es la verdadera función del maestro que tiene por base el convencimiento de que antes de toda ley escolar existía en la sociedad un sacerdote-maestro, anterior y superior a toda creación del Estado.

PEDAGOGO, ESCRITOR Y DIPLOMÁTICO.

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