• 05/08/2013 02:00

Competitividad social: Un índice incómodo

Para nadie es un secreto que Panamá vive un ciclo de transformaciones económicas singular, en la historia reciente del país. Para los pa...

Para nadie es un secreto que Panamá vive un ciclo de transformaciones económicas singular, en la historia reciente del país. Para los partidarios del gobierno de turno, estamos viviendo una época de bonanza, de crecimiento económico sostenido y de grandes transformaciones en áreas determinadas como la creación de capacidades de infraestructura, programas de atención social, mejora en grados de inversión, etc. con lo cual supuestamente se sientan las bases para que la sociedad panameña pueda alcanzar niveles de vida del primer mundo. Su refrán: ‘Más en 4 años que en los últimos 40’.

Para la oposición, vivimos en una época de corrupción y despilfarro inéditos, con una economía en vías de recalentamiento acelerado, en medio de un ciclo de endeudamiento astronómico, con la institucionalidad hecha trizas y con graves secuelas a mediano y largo plazo. Echando mano a otro refrán: ‘Pan para hoy y hambre para mañana’, podría resumirse el otro punto de vista sobre el Estado y las perspectivas de la sociedad panameña actual.

Por años, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha estado aplicando indicadores para conformar el llamado Índice de Desarrollo Huma no (IDH), dedicado a medir aspectos puntuales del estado de la sociedad panameña (salud, educación, PIB). No obstante su carácter limitado y sus interpretaciones a veces un tanto superficiales, el IDH ha servido para llamar la atención sobre algunos fenómenos locales evidentes, pero deliberadamente obviados por la sociedad política, por la partidocracia de uno u otro signo.

Por otro lado, el mismo PNUD, en otras sociedades (v.gr. México) lleva años aplicando, además del IDH, otros índices que analizan, en forma más directa, el estado de bienestar ciudadano basado en parámetros que tiene que ver con el ejercicio de derechos y beneficios referidos a su status socioeconómico. Me refiero, por ejemplo, al Índice de Competitividad Social (ICS), que mide el desarrollo en función del fin último de la actividad económica en cualquier sociedad: el bienestar en los hogares de los ciudadanos, de los empleados, de los trabajadores. Esto, con base a resultados cuantitativos derivados de la ponderación de dimensiones específicas, los cuales arrojan un valor concreto, una calificación (que sirve, a su vez, para comparar).

Según la página web del PNUD en México, ‘... El índice de competitividad social (ICS) es un indicador basado en resultados. Las nociones de competitividad comúnmente utilizadas, muy útiles en su contexto, utilizan con ceptos tales como la atracción de inversión o la generación de crecimiento económico en espacios geográficos determinados... El ICS no sustituye dichas medidas, pero plantea la noción de que la competitividad tiene como fin último la generación de bienestar para hogares concretos. De ahí su carácter social...’.

Las dimensiones a ser medidas son: a) ausencia de trabajo infantil; b) intensidad de la jornada laboral semanal; c) acceso a servicios de salud para la población trabajadora; d) grado de pobreza salarial; y e) formalidad en el empleo. Mediante una fórmula sencilla, se calcula el valor promedio para un área determinada, siendo particularmente útil para caracterizar comparativamente el Estado de diferentes regiones dentro de un territorio o dentro del país como un todo.

Sin atrevernos a intentar una medición a priori, sí podemos hacernos algunas preguntas retóricas sobre este tema, en voz alta. Se dice que hemos avanzado en la erradicación del trabajo infantil. ¿Qué tan cierto es eso? ¿Debería modificarse este parámetro para que refleje también la incidencia de otras formas de trabajo indeseable, tales como el abusivo trabajo oculto de miles de inmigrantes ilegales, de los subempleados de subsistencia (los miles de microempresarios de semáforo), el de las mujeres víctima de abuso y explotación sexual, etc.?

¿ En un país en donde, para miles de personas, la jornada de 40 horas pasó a ser historia? ¿En donde no se respeta el descanso obligatorio ni días feriados? ¿En donde prima el empleo abusivo, temporal y precario? ¿En donde la sindicalización es un fenómeno en vías de extinción, víctima de la persecución institucionalizada y de su propia corrupción endógena?

¿En donde la seguridad social y los servicios de salud son una gran incógnita? ¿En donde prevalecen los salarios mínimos reales que no cubren las necesidades básicas de alimentación, salud, transporte, vestido, educación y recreación sana? ¿En donde, como una paradoja sarcástica, cada aumento salarial oficial es engullido por la inflación, en materia de días o semanas? ¿En donde un país cada vez más rico, en apariencia, es cada vez más injusto a la hora de la repartición de esa riqueza?

El país necesita que su ICS sea medido con objetividad, con seriedad, para darnos un golpe de realidad e identificar de una buena vez el problema del deterioro del bienestar ciudadano y, especialmente, de los trabajadores panameños, sin maquillajes para afear ni mentiras para embellecer... y para demandar acciones que lo mejoren efectivamente, especialmente ahora que se avecinan las elecciones y comienza la lluvia de promesas y mentiras. Ello va en el mejor interés del gobierno, de la oposición y de la sociedad como un todo. Sean cuales sean los resultados, se habrá iniciado un proceso interesante: habremos comenzado a vernos ante el espejo, tal y cual somos realmente, y a ubicar exactamente en donde estamos parados, base para saber para donde realmente vamos.

BIOQUÍMICO.

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