• 30/06/2022 00:00

Involución

En las universidades, donde la política ha superado hace mucho la importancia del contenido académico, no se pueden producir ciudadanos que aporten al desarrollo

A veces sucede que nos enteramos de un evento, por redes sociales o en televisión, en el cual se ha cometido un error fácil de detectar. Por lo evidente de la falla, nos llama la atención y decidimos indagar un poco sobre los protagonistas. Hecha una investigación muy superficial, salta a la vista la incapacidad del responsable del asunto. No hace falta siquiera rascar en la superficie del currículum vitae de la persona para darnos cuenta de que simplemente no tiene idea de cómo se gestiona el puesto que ocupa. En un proceso reflejo de la mente nos preguntamos, ¿Acaso no había nadie más que ocupara esa posición? O tal vez nos preguntemos ¿Cómo llegó esa persona allí?.

Con demasiada frecuencia notamos cómo las gestiones administrativas de muchos de los que administran la cosa pública dejan muchísimo que desear. Pareciera que aquellos con el poder de elegir se esforzaran por ubicar gente con una marcada incapacidad, precisamente para ubicarlos al mando de instituciones que requieren gente capaz. El triste resultado de esta práctica es que la población sufre por la inacción de los ungidos, cuyas incapacidades generan consecuencias terribles para la ciudadanía, pero que para ellos no tienen consecuencias, pues permanecen en su cómoda posición.

No importa si eres un ciudadano honesto, o un conocido maleante, el costo del combustible nos afecta a todos. No importa si sales a trabajar, o si sales a robar, la comida cara nos afecta a todos. No importa si eres trabajador o perezoso, si te enfermas, las medicinas están caras. No importa si eres el gran vago del barrio, o el más aplicado, sin buenas administraciones educativas, no vas a aprender.

Haciendo un tamizaje de las diferentes circunstancias por las cuales llegamos a tan crítica situación como país, podemos ver que la causa es siempre la misma. Y es que la fundación, los cimientos de la sociedad son la educación y los valores familiares, y esos, amigo lector, están podridos hoy.

Una madre que le dice a su hijo que robe, es el resultado de una carencia de valores que se multiplica cual infección en el cuerpo de la ciudadanía, atrofiando el sano crecimiento social. El niño verá como bueno el delito, pues fue su progenitora quien lo incitó a cometerlo. Promoción de lo malo, a nivel del hogar.

En lo educativo, en centros de estudios superiores, donde la política ha superado hace mucho la importancia del contenido académico, no se pueden producir ciudadanos que aporten al desarrollo. Mientras los administradores están ocupados presionando a los educadores a que voten por ellos con tácticas dignas del régimen cubano o ruso, no se renuevan las aptitudes ni las capacidades del personal que debe impartir conocimiento. Muy lejos de ello, se promueve al aliado, sin importar que sus capacidades disten mucho de las de un educador. Y al educador, al profesional que vea en los administradores lo que son, y se manifieste en su contra, inestabilidad y persecución. La permanencia se le otorga al amigo, al esbirro que obedece. Y al contrario, palo. Pero es que la permanencia en poder paga, y mucho. Demasiado. Los altos puestos cobran salarios de primer mundo, mientras los centros en sí son un monumento a la desidia. No se les exigen resultados, pero sí se les paga como si de Harvard enviaran personal acá a capacitarse.

Luego nos preguntamos por qué anda la educación como anda. Luego nos preguntamos por qué el ciudadano prefiere apoyar al corrupto, antes que al que quiere buscar un mejor rumbo.

Un centro educativo en donde la jerarquía la componen copartidarios, amigos, o hasta personas de determinada orientación sexual no es un templo del conocimiento. Es una cloaca privada de un grupejo de inadaptados, que han obtenido el poder por gestión de otros incapaces con mando.

Así no se construye un país. Así se destruye un Estado. Así se masacra la Sociedad, y nos volvemos manadas, jaurías hambrientas y salvajes, listos para devorarnos entre nosotros, mientras aplaudimos a los más ordinarios del grupo.

Surgen entonces los “ciudadanos carga”, que no aportan en nada a la sociedad, pero que nos cuestan a todos. Y ese es el caldo de cultivo para que los políticos corruptos florezcan como la maleza con la lluvia. Emperadores en el hemiciclo y en los centros de educación, supuestamente superior.

En tiempos en los que la familia se ha vuelto el objetivo de la crítica de un grupo de inadaptados, y en los que la educación real es una amenaza para el sistema que nos oprime, decir las cosas como son es una obligación ciudadana. En el seno familiar se inicia la curación de una sociedad enferma. Y la educación, el conocimiento no nos hará libres, nos hará buenos ciudadanos.

La involución a las que nos hemos sometido tras décadas de malas administraciones tiene cura. La curamos usted y yo, uno a uno buscando mejorar. Vamos Panamá. Hacia adelante.

Dios nos guíe.

Ingeniero
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