• 08/07/2014 02:00

El padre Fernando Guardia Jaén: una vida ejemplar

Tuve la oportunidad de conocer al padre Fernando Guardia Jaén desde que mi memoria retiene los recuerdos en aquel Penonomé de mi infancia

Tuve la oportunidad de conocer al padre Fernando Guardia Jaén desde que mi memoria retiene los recuerdos en aquel Penonomé de mi infancia. Le decíamos Fernandito, cariñoso apodo que no pude desprender de mi boca cada vez que conversábamos. Sería irrespetuoso resumir su enriquecedora historia en un artículo de opinión, pero sí quiero resaltar lo ejemplar de su vida: el amor al prójimo, sobre todo en este mundo donde el neoindividualismo se ha convertido en ley: ‘Me preocupo solo por mí’ y, lo peor, ‘Me preocupo en acumular bienes materiales’.

Muchos creyentes piensan que con ir a los templos y cumplir con los ritos, ya se está a paz y salvo con Jesús. Allí extienden las manos hacia la arriba, mientras rezan el Padre Nuestro, se arrodillan al momento de la Eucaristía, comulgan y rezan. Punto. Hasta el próximo domingo. Pero algo muy importante: se olvidan de la segunda parte del primer mandamiento: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Esta parte se cortó, se olvidó. Practicar esa parte fue precisamente lo que hizo inmensa la vida del padre Guardia Jaén. En eso radica su ejemplo. Una persona que no vivió para él, sino para los demás.

No solo actuó pensando que esta efímera vida terrenal no era más que la antesala para esa otra vida eterna que los religiosos creen que se inicia una vez termine la actual, sino que pensó en el objetivo mismo de cada una de esas vidas. Hay algunos que se resignan con el sufrimiento terrenal, porque aspiran a la felicidad eterna. Para el padre Guardia todo ser humano tiene también el derecho a ser feliz en esta vida, a cubrir sus necesidades, a que se respeten sus derechos, a ser libres. Enfrentó con valentía la autocracia militar, por lo que fue amenazado y perseguido, lo que en ningún momento mermó sus denuncias; al contrarió, las vigorizó. Pensaba que su propia vida tenía el mismo valor que todas las demás. ¿Quién piensa así en estos tiempos de carnicería humana?

No le apenaba tocar las casas de los ricos para pedir dinero para las obras sociales. Recuerdo que en una ocasión asistí a una de esas casa a atender un enfermo y la dueña me dijo que estaba cansada de que ‘ese padre Guardia solo viene a pedir plata’. Consciente de mi carácter, tuve que tragar muy grueso para que la ética frenara mis sentimientos. Me limité a decir: ‘El padre Guardia no recoge dinero para él. Les da a los pobres lo que a ustedes les sobra’.

Pueda ser que los jesuitas convoquen a todos los que de una u otra manera podamos rendir nuestros testimonios sobre la vida del padre Fernando Guardia Jaén y de esa manera dejar plasmada en los anales de nuestra historia su vida ejemplar, para que sirva de inspiración a las jóvenes generaciones, hoy carentes de brújulas morales.

MÉDICO

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